De un Sueño y la Bestia

Me atrevo a acontecer aquí en sus letras un abanico fosforescente, que al dar vueltas emite la esencia de un bosque predefinido, un desierto dormido, una estepa en el interior de alguna cueva en otro planeta, donde usted pretenda que el universo es apenas y sin otro sobresalto completamente suyo.

Me atrevo a conjurarle un enemigo, bestia de cuatrocientos cuernos, y su enervante perfume de billete viejo. Se llama Espacio Entre los Sillones y de hace tiempo le busca a usted en sueños. No le ha hallado, pero ahí anda. ¿No le ve la cola cuando se atraviesa?

Dispongo de estas herramientas de labrar poemas que son mis dedos, para cincelarle en cueste mármol papel una historia en que usted dormía, ajeno a toda deuda financiera y catástrofe aérea, una cosa que duerme sin molestia, abrigarrullada, arrullabrigada por el sencillo son de vientos que su abanico fosforescente recrea.

Pasea usted, pasea, y se entrega en sublimes cavilaciones a lo que su mente cuasidormida concede imaginar. Pero la bestia, cabrón, la bestia también pasea.

No halla asilo en su tránsito morféico, no le abren puerta otros soñantes, el Espacio Entre los Sillones pasea con las ideas errantes, otras terribles bestias, buscando el mítico sabor de una delicia que le tienen prohibida: su carne señor, orugardillada entre las cobijas que pintan un paisaje con osos polares.

Quiere devorarle hasta los huesos.

Añado a sus dificultades una deficiencia en las piernas y unas manchas desuniformes en la espalda, podría ser cáncer, no lo sabe, y adivine: no le interesa. Es usted un hombre sereno, de buenos modales, paciente, y es usted dueño de una Glock 35.

Le otorgo la ventaja indispensable de la buena suerte.

Cuando la bestia ha logrado hallarle en sueños, usted ya no estaba vivo.