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El Amor es Rojo, No Violeta.

Cada minuto de su existencia prefijaba ese minuto, cada segundo era una traslación, una rotación de ese segundo, perfeccionándose cada momento para parecerse cada vez más a ese momento. Fijó la mirada en un punto particular. Labios, objeto de indiferencia que se convirtió en adoración. Ojos después, que ya no le evadían, sino que le llamaban, le pedían. ¿Cómo fue que existió la otra? Seguramente como una máscara, como un muro que le obstruía la belleza de ésta, la luz verdadera. Y percibió su aliento en el aire, su perfume y el aroma de su cabello, incluso el olor de la seda penetró su cerebro. Y ya después, cuando sintió sus latidos bailando a ritmo más lento y descubrió que aquello era amor, resurgiéndole, invadiéndole, percibió el otro aroma, el de la vida que se escapa por el pecho, líquido, mezclado con plomo (al poeta le dió para un último haiku, en que el amor y la sangre se confundían por lo rojo). La serenidad le abrigó finalmente. Sus brazos dictaron que se arrojara a los brazos de ella, olvidados, inciertos. Y cayó muerto de amor o de bala o de sentimiento.
Abrahamsaucedocepeda16 de marzo de 2009

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