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Elefantes

Cerca el manantial que riega todo el campo, debajo su elefante para recorrerlo. El cielo serpiente donde un dios reside, bueno y alcanzable. Estos tres conceptos eran la roca fortísima que cimentaba un castillo, la vida de Dhahran Jiddah. Así vagaba una tarde, afirmado en la creencia provechosa de que la gran rueda giraba obedeciendo el influjo de estos tres aires. Acercose a la orilla para que su animal bebiera y terminó a la compañía de otros domadores de elefantes. La de en medio era tan bella. Tan bella que su castillo sacudiose y el eje de la rueda desistió. Se le fue la doctrina, la filosofía y la paciencia en aquellos ojos heréticos. Se quizo acercar para verla antes de concebir su propia inexistencia. Sintió en su cuerpo el futuro, hermoso, a su lado. Sintió una familia imprecisa, un aceitoso y fresco lecho, noches de poema. Su elefante sintió el suelo frío y la amenaza de otras bestias y el instinto le dictó anteponer sus patas delanteras. Dhahran Jiddah cayó con sus presagios y la mirada de una mujer clavada en el cerebro. Otro aire había soplado, tan fuerte e innegable que detuvo la rueda.
Abrahamsaucedocepeda18 de abril de 2009

1 Comentarios

  • Mejorana

    Me gusta leerte por la profundidad con que lo haces. Por tu originalidad y fantas?a.
    Por tu inteligencia al escribir.
    Un abrazo.

    19/04/09 12:04

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