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También Hacía Paraguas (un Segundo Fragmento)

Figurémonos un tiempo en que las más finas expresiones artísticas han terminado ya su tarea humilde de extasiar las almas o lastimarlas, cada ardor está apagado y son como pastosa tierra color café los vanos intentos de elevar la mente al cosmos, los sentimientos. En el orbe vibran solamente los ruidos de la fatigosa mundanidad humana, de los oficios, las tareas, las burocracias, los crímenes, y para consentir el espíritu, embargo sin, todo está agotado o pulcramente repetido hasta convertirse en otro oficio, en otra malvada burocracia. No queramos creer que el descrito es un tiempo futuro, pues sería mera hipótesis o experimento literario. Acertado sería entenderlo como un pretérito olvidado que llegó a dominar el mundo cuando las impías tecnologías de antaño dieron permiso al hombre de desvanecer el tiempo y burlar las distancias. Recordemos como sonrisa de aquel monstruo caído, el haiku distraído que juega con los vocablos prisa, virtual y brisa (* No he reparado en la curiosa melodía que hace esta sentencia, sino hasta haberla releído un par de veces).

La siempre inmadura humanidad no hubiera desgajado el tosco cascarón que de repente le contuvo, sin haber intervenido el azar y la manía. Nuestra salvación, nuestra liberación del primigenio caldo de desesperanza aquel, nos quizo alcanzar codificada sintéticamente en una tertulia mítica, donde alguna dama o caballero (no se sabe, pero con más tranquilidad imaginamos pasiones sanguinarias de género femenino) de mucha plata y poca cordura congregó una multitud para mostrar, con simpaticones aperitivos y vino de cosecha elegante, su atrevida colección de chamaquitas francesas muertas, interpretando permanentemente una escena de lo que fuera, Fausto si se gusta. Los llorones intelectuales que hipócritamente se sintieron perturbados, ondearon un estandarte de decoro ofendido, sin llevar a oídos ajenos sus naturales pensamientos horribles que gritaban “triunfo”. Si la idea fue de decadencia propia o imitada por la mujer rica (que hembra la he decidido) importó poco y menos cuando se vió oficialmente reprimida por un estricto tribunal, que también en el fondo adoraba a las francesitas muertas. Así, se repugnaba abiertamente la memoria del acontecimiento, pero tan bien ofrecía este la precisada catarsis al moderno cavernario y tanto anhelo había entonces de regresar a los tiempos lo depravado, que del silencio comenzaron a brotar los genios paganos que reproducían en un simbólico rincón su original versión de la atrocidad prohibida, genios que otorgaron justificación a las artes temibles.

Después ya no se pudo reprimir. Bastante anunciada fue la revolución macabrista, que abrió con dedos huesudos un zurco en el pecho de la cultura muerta y exhibió sus entrañas carbonizadas. El mundo se hizo de repente, una pieza de humor negro que todos actuaban, hasta los destinados a ser herramienta involuntaria de la nueva tendencia, es decir, los que eran cazados por su color armónico o por sus sutiles facciones que evocan la perdida inocencia. Existieron así sin que nadie lo previera, las llamadas danzas fallecidas, las melodías de gritos desesperados, esculturas construidas con preciosas manos, que eran construidas por horribles manos, hecatombes planeadas por esnobistas mecenas.
Abrahamsaucedocepeda27 de septiembre de 2009

1 Comentarios

  • Elnovelistadeoro

    hola soy el novelistadeoro acabo de leer tu escrito voy a tratar de leer la primera parte saludos

    y nodejes de postearme

    atte elnovelistadeoro.blogspot.com

    28/09/09 03:09

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