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Historia de un No Encuentro.

Era fácil saber que estaba triste, se veía, sus ojos oscuros perdidos en quién sabe qué, sus gestos lentos y pesados, casi como si le dolieran; la delataban. No estaba seguro si era hermosa, o atractiva, sólo sé que allí en ese momento me pareció perfecta. Estaba sentada en un banco a orillas del lago iluminada a medias por una luz amarillenta que le daba al ambiente un aire de melancolía, de añoranza de cosas pasadas. Tenía un libro entre sus manos, pero no creo que realmente lo leyera, miraba sus hojas durante unos segundos y volvía a subir la mirada; mirando a todos a su alrededor como quien a fin de cuentas no mira a nadie, ella realmente no estaba allí, o era el resto del mundo quien no estaba. Se veía tan sola, perdida y ensimismada.

No recuerdo por qué me encontraba allí, ni que fue lo que me hizo notarla, pero en cuanto la vi no pude apartar mi mirada de ella, estaba como hipnotizado, aun no logro entender que fue lo que pasó pero sé que no podía dejar de mirarla, como si mi vida dependiera de ello. Sé que suena estúpido ahora, pero el tiempo que duró ese encuentro, que ni siquiera merece ese nombre, estuve convencido de que la amaba. Sus cabellos caían sobre su ensombrecido rostro, y la amaba. Pasaba una hoja de su libro, y la amaba. Sacaba un cigarrillo del bolsillo, lo encendía ávidamente y lo juro, la amaba.

Transcurrió alrededor de una hora todo igual, ella allí en su banco, en su mundo, fumando, hojeando un libro y mirando a todos sin realmente verlos. Yo al pie de un árbol cerca de ella, mirándola, amándola, desando que al menos por un segundo me mirara, me viera de verdad, y sentirme parte de ese universo enmarañado de su cabeza. Al cabo de un rato, como si de repente hubiera despertado de un eterno letargo guardó su libro, encendió otro cigarro, se levantó dando una última triste mirada al lago y partió. Sonreí al verla pasar, si, era bella, aunque la tristeza la cubriera como una capa de polvo no permitiendo ver claramente lo que estaba debajo. Caminaba con pasos lentos e inseguros, como si no supiera bien adonde iba, pero sin detenerse, caminó, caminó hasta que la perdí de vista.

Todavía no logro comprender qué pasó aquella tarde, quién era ella, ni el motivo de su tristeza, tampoco sé por qué despertó ese absurdo amor infantil en mi, pero creo que no hace falta entenderlo. Durante una hora en una tarde lejana, ya difuminada por el paso del tiempo fui feliz y amé, si amé.
Abutterfly21 de marzo de 2013

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