Caminaba agazapada bajo las sombras que le conferían seguridad en aquel entorno plácido y envuelto en una calima que enervaba los sentidos. El calor era tan sofocante que hasta las piedras llenas de siglos de historia, se deshacían bajo un sol de julio, implacable y lujurioso.
La hora no era la más idónea para pasear por aquellas callejuelas, el termómetro marcaba 46 grados a la sombra a las 3 de la tarde de un solitario domingo. Cruzó la calle muy rápidamente, tras sus pasos percibió un susurro cargado de peligro. Sus tacones repiqueteaban a cada paso, los adoquines eran cómo una alfombra rugosa, sus tobillos peligraban, parecía que de un momento a otro iba a perder el equilibrio.
Giró la siguiente esquina dándose de bruces con un callejón sin salida, sintió pánico, los pasos que la seguían cada vez eran más cercanos. El sonido era ensordecedor, el entorno fue envolviéndose de una atmósfera inquietante, empezó a sudar por todos los poros de su cuerpo, las raíces de sus cabellos brillaban húmedas. Una gota de sudor bajó desde su frente hasta la comisura de sus labios, sintió su sabor salino. Temblaba, le dolía la conciencia solo de pensar que encontraría si giraba su cabeza.
Su cuerpo quedó petrificado en los adoquines del callejón, cómo si formara parte de ellos. No pudo moverse, creyó que era su final al escuchar una voz a sus espaldas:
-Señorita, se le ha caído la barra de carmín. Tenga mucho cuidado, este barrio no es para una dama de su categoría.
- Gra gr acias.
Tanta tensión acumulada hizo mella en su cuerpo y mente. Se vino abajo, se desinfló cómo un globo al que le pinchan una aguja.
La mente nos juega malas pasadas en estado de peligro inventado.
Saludos:
Escribes con una gran seguridad. Uno de mis temas favoritos es "lo sencilo e inesperado", jugar con la idea de desarrollar una atmósfera que atape al lec tor y lo has conseguido. Muchas gracias.
