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La Búsqueda Eterna

Estaba meando contra un árbol, demasiado anciano y enfermizo por la sequía estival como para protestar por mi tan sucio acto, mientras en el cielo nocturno observaba, y me observaba, una luna bizca y enorme.

- ¿Qué buscas? - me dijo la luna con algo de indiferencia.

- Busco la belleza, pero no creo poder encontrarla si me miras mientras sostengo la picha en la mano.

La luna cerró su deforme mirada y se dio la vuelta, dio un giro gigantesco que me dejó pasmado rodeado de una oscuridad infinita, lo cual dotó de intimidad a la tarea que aún no había concluido.

Mi ropa iba dando tumbos por la acera cubriendo avergonzada un cuerpo ebrio y desenfocado. Dos ratones cruzaban un cable que unía dos postes de luz. Observé su agilidad con gran admiración y quizás una pizca de envidia. Mi cuerpo se movía pero no era yo quien caminaba.

- ¿Qué buscas? - preguntaron esos simpáticos roedores.

- ¿Cómo podéis hablar los dos a la vez, calcar los movimientos del otro y que parezca que suene como una sola voz? - les pregunté con inocencia.

- Tus sinsentidos te desorientan - contestaron de nuevo copiando el mismo truco de antes, así me lo parecía al menos. - ¿Qué buscas?

- Le dije a la luna que buscaba la belleza, pero me dió la espalda.

- La belleza está en todas partes.

Y se marcharon ambos con agilidad y movimientos gemelos, como dos vagones disparatados del mismo tren.

Tropecé con un bordillo que quería resaltar del resto y fui a dar de bruces contra una alcantarilla mellada.

- ¿Qué buscas? - Me preguntó sin dilación.

Empezaba a sonarme algo repetida aquella cuestión. Incluso me hubiera planteado la posibilidad de un déjà vu en un bucle sin fin si un tipo como yo hubiese tenido la capacidad de tener sueños.

- Le he contestado a una antigua amiga y a mis dos mejores amigos, que, sin lugar a dudas, son magos, que busco la belleza - ya casi me resultaba ajena aquella respuesta.

- La vida es un día de lluvia, la muerte solo es el desagüe. - Su solemnidad creó en mí cierto disgusto y desconcierto.

- ¿Y qué coño tiene eso que ver con lo que he dicho?

- Lo sabrás cuando llegue el momento, ahora debo marchar.

Y se quedo allí, en el mismo lugar donde siempre estuvo descansando su no siempre oxidado cuerpo, disfrutando del tono de su enigma metálico.

Un impulso al filo del inconsciente me hizo parar junto a la señal de stop.

- No me lo digas, seguro que quieres saber qué es lo que busco - le dije presuntuosamente.

- No - me respondió con tono autoritario, - solo quiero saber qué carajo haces ahí parado, ¿acaso crees que eres un vehículo? Pues aunque estás un tanto curvado, no veo tus ruedas por ninguna parte.

Tanta simpatía desbordó mi poca serenidad y tras trabarse mi cerebro abotargado no supe articular respuesta.

Prendí un cigarrillo arrugado que encontré en el que creía vacío bolsillo del pantalón, y este, de forma instantánea, comenzó a chillar.

- ¿Quieres saber lo que busco? - le dije con la voz más amable que conocía.

- Si lo que buscas es matarme solo conseguirás matarte a ti mismo.

Esa fue su única, su última y su sufrida sentencia, y también su epitafio.

Empezaba a encontrarme cada vez más desanimado mientras deambulaba por un mundo tan solitario e irónicamente animado. Buscaba y buscaba pero no encontraba nada. Mis pies se sorprendían en la asimetría de mis pasos. Mis ojos me miraban desde un cenit apagado. Parecía hallarme más perdido que nunca. Mi razón sucumbía ante las emociones, mis emociones se desconocían entre ellas.

Posé mi trasero sobre una nube desocupada, esperaba que dijese algo que disminuyese mis dudas, pero su mutismo me dejó aún más sumido en el sano influjo de una ebria incomprensión. Buscaba y buscaba pero no encontraba nada. Entonces una lágrima se deslizó hasta la punta de mi nariz.

- ¿Qué buscas? - me dijo, cómo no.

Tenía que juntar los ojos para poder contemplarla. Me puse bizco y me acordé de la luna. La veía duplicada y recordé a los ratones magos. Su estado líquido trajo a mi mente el enigma metálico de la alcantarilla mellada. Su quietud reflejó en mi corta memoria la señal de stop. El vértigo de su cercana caída me recordó el epitafio del cigarrillo...

- No estés triste, ya me advirtieron mis hermanas que te encontraría en este estado - dijo la lágrima rozando la empatía - ¿Qué buscas?

La dejé aterrizar sobre el suelo sin que escuchase la respuesta. Me levanté enérgico de mi suave y mudo asiento. Me mareé y pasé unos segundos deslumbrado por un flash invasor. Levanté los brazos como si esperase tocar una revelación que parecía estar lejos de mi alcance. Alcé la cabeza adentrándome en una oscuridad tan familiar como hogareña. Me sentí cómodo, rabioso y despejado. Aspiré aire con tal potencia que podría haberme tragado todo el rencor que alimenta las raíces del mundo. Y, finalmente, grité, vivo y desesperado, despertando al letargo y ensordeciendo a la confusión:

- ¡Busco algo que no existe!

Adrian24 de septiembre de 2020

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