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Invisible

Sobrevivía en mitad de un mundo que trataba de devorarlo, que ya se había llevado casi todo lo que poseía en el sentido más estricto de la palabra ya sólo le pertenecía su propio cuerpo, el espacio que ocupaba sin remedio, e incluso el aire que respiraba tendría que ser devuelto en su último aliento. Su mirada, pese a clavarse en el suelo, se alzaba sobre el bullicio, a una dimensión superior, aquella en la que poco importaban ya las nimiedades, las coyunturas que el resto de personas se atreven a llamar problemas. En ocasiones, se preguntaba si su cuerpo se compondría de algún tipo de material que le hiciera imperceptible a los ojos ajenos, pues su único contacto con el exterior era un desdén fugaz, tanto como lo son los pasos de unos zapatos en una capital europea. Sus días no querían calendario, renunciaban a su naturaleza matemática, a esa obsesión humana por medirlo todo, por controlarlo. Su objetivo se reducía a necesidades básicas, a encontrar alimento y una ración de piedad en las esquinas. Daba vueltas a cómo había llegado hasta allí y se imaginaba encontrando la salida, la grieta que le permitiera acceder a esa algarabía, a ese ritmo frenético. Su vida se asemejaba a los faros de un coche en mitad de la noche, en cualquier carretera secundaria: su presencia se percibía durante un instante, justo antes de que la oscuridad le arropara y desapareciera de nuevo.
Adrielegance24 de junio de 2016

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