Hoy, dejándome caer por la memoria de mi futuro, no pude evitar asustarme ante la desconocida que podrías llegar a ser. El tiempo nos agita, nos sitúa al borde de las manecillas y gira violentamente, llevándonos a una vorágine en la que los sentimientos mutan de forman natural e incontrolable, y es cuando el odio asoma, el rencor se vuelve resbaladizo y el amor comienza a oxidarse, sólo en la intemperie, como el niño que un día olvidó su infancia en alguna esquina. Y si el día en el que todo esto ocurra nace, anhelaré volver a ese invierno nuestro alérgico al frío, más propenso al sudor, a miradas huérfanas de preocupación, a una piel que comienza a desvestirse y mostrarse vulnerable, como llegué a serlo yo, alejado ya de aquel primer amor inmaculado y sin cicatrices, más próximo a un rincón en el que desembocan las ilusiones y las heridas sanan con el paso de las mismas manecillas que iniciaron todo.