Tras los focos luminosos del centro de la ciudad, se esconden calles oscuras, frías, empapadas de ausencia, donde el alcohol es el remedio y el recuerdo la enfermedad, y allí no doblan las esquinas. No. Doblan las campanas por la conciencia, que yace desamparada en el único rincón potable de la noche. Y bailan los pasos al son de las aceras, gélidas, taciturnas miran sin pudor cada olvido de la luna… y qué haces tú, dejarle el resto a tus labios, a tu mirada sin rumbo, la razón corrió las cortinas y el humo bajó las persianas. Y todo da vueltas, a excepción de tu vida, que permanece inmutable, sentadita donde la dejaste, sin prisa por levantarse, esperando una respuesta, a por qué regalaste las rosas más bellas a la más punzante de las espinas, por qué no pudiste ver con los ojos abiertos y ves ahora teniéndolos morados, por qué no paraste de correr hasta tropezar, por qué… por qué nuestro talón de Aquiles no es amar, sino su irremediable final.