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Los Inmorales

—Con la firma del Sr. Torres son cien, mañana mismo llevaré la petición con el director.— dijo Darío con alegría mientras emparejaba algunas hojas de papel.

—Espero se tomen cartas en el asunto, no podemos permitir que esto continúe.— apoyó la moción su esposa, Piedad.

—Verás que todo estará bien, en este pueblo no aceptamos inmorales.—

A la mañana siguiente, Darío se presentó ante el director de la escuela de su hijo y, fervientemente, exigió la expulsión del niño Fabio Vega por motivos de índole moral.

—Aquí le presento todas estas firmas y nuestra petición, señor director.—

—Entiendo perfectamente su punto, Sr. Mendoza, pero lamento decirle que no lo comparto. Los padres del niño Vega han cooperado de maravilla con la institución desde que inició el año escolar, y el pequeño es de los más altos promedios de su grado y de toda la escuela, no encuentro motivos realmente válidos para echarlo de la escuela.— fue la respuesta del director Paolo Alemán.

—¿Le parece poco el ambiente inmoral y antinatural que rodea la vida de ese niño? Podría contagiar a los demás, no es un riesgo que esté dispuesto a correr, ya le dije que aquí tengo cien firmas de padres que comparten mi opinión, o soluciona este problema o me llevaré a mi hijo a otra escuela.— Darío sonaba decidido.

—Con todo respeto Sr. Mendoza, la mitad de las personas que han plasmado su firma ahí son padres conflictivos y morosos con la escuela, incluso está la firma del licenciado Brizuela que tiene un grave problema de alcoholismo y violencia intrafamiliar, eso para mí si es una preocupación real.—

—Esos problemas sólo le corresponden a Brizuela y a su familia, a mi me interesa la integridad de mi hijo, que no conviva con la... "mascota" de un par de enfermos inmorales.—

—Le recomiendo que replantee sus ideas respecto a esta situación, siendo honesto debo decirle que, me parece mucho más peligroso para su hijo que crezca en un ambiente tan intolerante e irracional como el que usted ofrece, que el propio hecho de convivir con el niño Vega sólo por su situación familiar.— expresó con seriedad el director.

—Usted no me va a decir cómo educar a mi hijo.—

—Y usted no me va a decir cómo hacer mi trabajo.—

—Se acabó.— gritó Darío dando un fuerte manotazo en el escritorio —Si para la próxima semana no ha hecho nada al respecto, le prometo que su vida se volverá un infierno, no voy a permitir que mi hijo comparta escuela con el "hijo" de un par de enfermos.— tomó sus papeles y salió de la oficina.

La semana pasó y nada cambio en la escuela, por lo que se desencadenaron un sinfín de manifestaciones. Reuniones de padres inconformes afuera del ayuntamiento, la escuela y las casas de los profesores, azúcar en el tanque de gasolina del profesor Alemán, vandalismo en el hogar de los padres de Fabio Vega.

—¡No queremos pervertidos!— gritaba un padre inconforme.

—¡Largo a los enfermos!— acompañaba una madre enfurecida.

Darío arrojaba huevos podridos contra la casa de los Vega y otras dos personas se encargaban de ponchar las llantas de su auto por tercera vez en el mes, la presión fue tan grande que el profesor Alemán prefirió renunciar a la dirección de la escuela e irse lejos de aquel pueblo. El nuevo director recibió las mismas quejas de los padres de familia encabezados por Darío Mendoza y, a diferencia de su predecesor, optó por echar de la escuela al niño Fabio Vega. Una enorme celebración dejaron tras de sí los señores Vega cuando decidieron mudarse de la ciudad por no haber sido aceptados en la comunidad, como cereza al pastel, una roca impactó el parabrisas trasero haciéndolo añicos mientras la familia huía a toda prisa de aquel inhóspito lugar.

—¡Lo logramos!— fue el grito de celebración de Darío.

Esa misma noche, durante la cena, el hijo de Darío no parecía tener hambre, revolvía su comida con desgano y suspiraba constantemente.

—¿Qué sucede hijo?— preguntó Piedad, pero no recibió respuesta.

—Tu mamá te hizo una pregunta, debes responder, Ramón.— presionó Darío.

El niño suspiró una vez más, dejó los cubiertos en la mesa y miró a sus padres —¿Porqué se tenía que ir Fabio?—

Darío y Piedad se miraron entre sí —Hijo, es lo mejor, los padres de Fabio no son personas normales.—

—Si lo son, sólo que él tiene dos papás en lugar de una mamá y un papá, pero eso no lo volvía malo, él era un buen chico.— se lamentó Ramón.

—Eres muy pequeño aún para entender muchas cosas, hijo. Pero algún día me lo agradecerás.— fueron las palabras de Darío.

Después de varios minutos de silencio, el niño empezó a llorar y a tirarse de los cabellos —¿Qué te sucede Ramón?— preguntó la madre con desespero.

—¡Ya no quiero ir a la escuela! ¡No quiero!— gritó Ramón entre lágrimas y sollozos.

—¡Pero ahora todo será mejor! No debes llorar, verás que todo marchará mejor.— le dijo su padre.—¿Porqué ya no quieres ir a la escuela?—

—Porque ya no estará Fabio ahí…—

—¿Y qué? Tienes más niños con quien jugar, niños normales.—

—Pero ellos no…—

—Ellos no ¿qué?— preguntó furioso Darío.

—¡Ellos no me defienden de Marcos! Ese niño si es un monstruo, todos los días me golpeaba y me molestaba, hasta que Fabio le puso un alto y me defendió durante todo este tiempo, pero ahora ya no estará.— Ramón se levantó corriendo de la silla y se fue a su cuarto en medio de un fuerte llanto.

—¿Marcos?— dijo Piedad.

Darío respiró profundo —Marcos, creo que es... el hijo del licenciado Brizuela.—
Aeron24 de mayo de 2012

2 Comentarios

  • Katerina

    Estupidos prejuicios, invaden y ensucian a la sociedad, buen texto, tu narrativa es fresca y entretenida, me gusta mucho tu estilo, sigue así, :)

    24/05/12 11:05

  • Miguelito

    Aeron.
    Continué leyendote. Este texto me parece perfecto y redondo.
    un saludo

    28/05/12 12:05

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