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Una Historia de Gente Grande.

— Abuela, cuéntame una historia. — me pidió con ternura mi adorada nieta Pam.

— Veamos, ¿Ya te he contado la del ratón y el león? —

— Por favor, abuela. Tengo 13 años, prometiste que cuando creciera, me contarías acerca de tu vida, de tu estancia en el ejercito. No quiero más cuentos de niños, ¡Quiero una historia de mayores, una historia de grandes! — Pam tenía razón, se lo había prometido. Durante muchos años serví a mi nación con orgullo formando parte del ejercito de élite, en base a mucho esfuerzo logre consagrarme en el más alto mando de mi escuadrón, a pesar de sólo contar con poco más de treinta y cinco años, honestamente, ser mujer me dio ciertas ventajas pues, por miedo a ser considerados sexistas, los generales permitieron un avance fluido en toda mi formación hasta que llegué a ser la "Teniente Balderas".


— Bien, Pam. ¿Quieres una historia de gente grande? Te la contaré... — mi pequeña nieta se acomodó en su silla y me miró emocionada esperando a escuchar mi relato.

— Estoy lista abuela, no te guardes ningún detalle. — sonrió, entonces comencé mi historia:

Recuerdo aquel trágico 11 de Mayo, me encontraba descansando en mi habitación privada después de una semana muy difícil para mí. En ese momento, alguien tocó a mi puerta.

— Teniente Balderas, es hora. — dijo uno de mis subordinados — Todo está preparado y sólo hace falta su presencia.—

— Estaré ahí de inmediato, sargento. — dicho esto, el joven partió. Yo me quedé mirándome en el espejo, suspiré una y otra vez para tranquilizarme, me acomodé mi traje militar y partí a mi misión. Ese día, había una ejecución.

El condenado era el sargento Romero, se encontraba pulcramente vestido con su imponente atuendo planchado y almidonado, la espalda recta y mirando al frente, a pesar de su seriedad se podía notar en su rostro una expresión de tristeza y decepción. Al verme llegar, todos los presentes hicieron un saludo y yo, por mi parte, saludé al general al mando de aquel consejo de guerra.

— Ahora que estamos aquí, ha llegado el momento de cumplir la sentencia. ¡Sargento Romero Gallaga Cristobal! — gritó el General.

— ¡PRESENTE! — respondió el acusado.

— Bajo las acusaciones de robo y perjurio, este consejo de guerra le ha retirado todos sus honores y rangos militares, así como le ha condenado a morir por fusilamiento el día de hoy, 11 de Mayo del año 2012. — una lágrima corrió del ojo derecho del Sargento Romero.

— ¡Teniente Balderas! — me llamó el General.

— ¡PRESENTE! — respondí.

— Como acusadora principal de este consejo de guerra, ¿Tiene algo que decirle al condenado? —

— Si, General. — voltee hacia donde estaba el Sargento Romero y pregunté — Sargento, ¿Se arrepiente de lo que ha hecho? —

— No, Teniente. No me arrepiento. — dijo sin tapujos al mismo tiempo que su semblante cambió a uno más serio y alzó la mirada.

— ¡ATENCIÓN! — gritó el general — ¡PREPAREN! — los ejecutores atendieron al instante — ¡APUNTEN! — En un momento, el Sargento Romero se encontraba al frente de siete armas de fuego, apuntando directamente hacia él mientras sólo atinaba a cerrar los ojos — ¡FUEGO! — las balas se estrellaron directamente contra su pecho, el condenado cayó de rodillas y luego quedó tendido en el piso, boca abajo, muerto. Jamás olvidaré aquel día, aquel trágico 11 de Mayo.

— ¡Impresionante, abuela! — dijo Pam con exaltación. — ¿Fue esa la primera ejecución que presenciaste? —
— No, ni la última tampoco, pero sigue siendo la que más recuerdo de todas. —

— ¿Porqué, abuela? El hombre debió hacer algo muy malo para ser condenado así. —

— Ese es el problema, querida. — suspiré.

— ¿De qué se le acusó, abuela? — continuó preguntando la curiosa Pam.

— Como lo escuchaste, de robo y perjurio. Se le acusó de haberme robado una prenda de ropa interior y de haber mentido en su declaración durante el consejo de guerra. — Pam parecía confundida con lo que le acababa de decir.

— ¿Y por qué te robaría una prenda de ropa interior? —

— No la robó... — mi voz empezó a quebrarse — yo se la obsequié. Durante casi un año, el Sargento Romero y yo mantuvimos un romance a escondidas, fue algo fuerte y apasionado, compartimos el lecho varias noches y, en una de ellas, le pedí que tomara una de mis prendas como recuerdo para que la pusiera bajo su almohada y me recordara durante el sueño. Desafortunadamente lo nuestro era algo completamente prohibido por los códigos del ejército, aquella noche en la que le regalé mi ropa interior, al salir de mi habitación fue visto por un grupo de guardias que de inmediato lo arrestaron y le cuestionaron, él declaró inocencia y explicó a detalle todo lo referente a nuestra relación, quizá esperando ser comprendido e imaginando que podríamos estar juntos si decíamos la verdad, cuando se me llamó para declarar en su caso... — no pude contener las lágrimas y rompí en llanto — negué toda su historia, lo acusé de haber entrado sin autorización a mi alcoba y de haber robado mi ropa. Como te dije, en aquellas épocas la voz de la mujer sonaba más fuerte que la del hombre, así que me creyeron a mí mientras que a él, por haber robado a un superior y haber mentido para tratar de inculparle, se le condenó a morir fusilado. —

— Abuela, eso es terrible... ¿Porqué lo hiciste? — la expresión en el rostro de Pam era de terror y, al mismo tiempo, incredulidad.

— Si hubiera confesado la verdad, me habrían despojado de todos mis rangos y honores, muy probablemente me habrían fusilado también por haber roto códigos muy estrictos en el ejército o, en el mejor de los casos, me habrían dado una larga condena en una terrible prisión militar. —

— Pero, ¿No pensaste en el pobre hombre? ¿Qué le habría pasado a él? —

— Quizá también lo habrían encarcelado. —

— ¿Y porqué dejaste que muriera, abuela? —

— Bueno, Pam... — me sequé las lágrimas — A pesar de lo mucho que me dolió su muerte y el remordimiento que me persigue hasta el día de hoy, no creo haberlo amado lo suficiente como para renunciar a todo lo que había logrado en ese entonces, y mucho menos hacerlo sólo para que los dos termináramos recluidos durante años en un infierno sin honor. Hay ocasiones en las que es mejor un futuro agradable y brillante, que dos futuros grises y desolados, sé que suena egoísta pero sigo creyendo que fue la mejor decisión. — Pam me miró a los ojos, se levantó de su asiento y salió de la sala sin decir una sola palabra. No entendí el porqué de su reacción, sólo le conté lo que ella me pidió: Una historia de gente grande.
Aeron27 de mayo de 2012

3 Comentarios

  • Katerina

    De tus mejores relatos Aeron, muy conmovedor eh, me gustó mucho leerlo, Saludos

    27/05/12 08:05

  • Beth

    Es difícil ser juez; por eso hace tiempo que he decidido no juzgar nunca a nadie. Me ha gustado tu relato

    27/05/12 11:05

  • Miguelito

    Aeron, encantado de leerte.
    Debo decir que el relato, en estando bien, pierde un pelín de veracidad al ser la condena por robo tan desorbitada.
    Por lo demás, me parece un texto excelente. La dicotomia moral del final queda abierta a varias interpretaciones. Si yo fuera la nieta, hubiera obrado igual.
    Un saludo de miguelito

    27/05/12 11:05

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