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Útero de Padre

Siempre la noche...
húmeda , compasiva, mansa,
en esta soledad sin luna,
llora en denso grito ahogado
por nosotros, hijos.
Quebrados por el martillo del tiempo
vamos igual que el agua de dóciles
hacia el inminente, vergonzoso aborto.

De las manecitas abiertas como flores,
succiono al ritmo sereno
de vuestros breves cuerpos dormidos
ese amoroso néctar con que calmo
la sed de besos que acecha para quedarse
como cartón en mi boca.

Un tibio fuego de sangre inocente
mantiene vivo aún el latido de la voluntad
de vuestro fatigado padre,
necesario para cumplir con el destino
impuesto.

Si tan solo fuera un mal sueño...
soñado al mismo tiempo por los tres
en este útero macho que lucha
por no quedarse huérfano...
Pero no lo es: Avanzamos bajo el granizo
de las miradas desnudas que se buscan
suplicantes, cuajadas de preguntas
a la intemperie, temblando de frío.
Avanzamos y ya vamos adivinando
en el vértigo el vacío.
Y ahí estamos de golpe los tres,
al borde mismo de nuestra burbuja
que se rompe sin ruido,
y una vez más nos toca morir en el adiós,
igual que por un cuchillo:
desangrados.
Sucede rápido:
¡Rostros de piedra y
sonrisas de acero viejo,
manos de cristales rotos
y por último silencio!
Lágrimas huérfanas se derraman
junto con el corazón en el asfalto negro.
La noche contempla callada, siempre la noche
como único cómplice.
Triste, deja salir a la luna
para que nos alumbre la huida.
¡Adiós papá! Me susurra con ternura.

Alberto21 de febrero de 2008

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