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El Orgullo Del Guerrero

Ambos chicos estaban uno frente al otro, en pleno campo de batalla. Siempre habían sido amigos y siempre se habían tratado como tal, hasta el momento en que separaron sus intereses.
La sangre de uno de ellos recorría la espada, la cual atravesaba el estómago del otro, cayendo con un suave repiqueteo en la grava, manchándola lentamente de un tono rojizo. El chico de cabello negro y largo y ojos verdosos sostenía la espada y miraba a los ojos a quien, alguna vez, fue amigo suyo.

“Tenían 13 años cada uno y una vida por delante. Ambos eran muy ambiciosos y tenían un mismo objetivo: Ser leales y fieles a una persona de confianza. A quien les diese un sorbo de vida cada día, para seguir vivos y poder seguir un camino fijo. A quien reconociese los méritos de cada uno. Aquello fue lo que separó a ambos jóvenes de sus respectivos objetivos: El honor, la gloria, y el orgullo.”
El chico rubio sostenía la espada entre sus manos. Sufría mucho por la herida y sabía de antemano que no llegaría mucho más lejos. Pero había cumplido, intentando defender sus sueños. Antes de cerrar sus ojos, miró a su amigo de la infancia, con quien tanto había compartido desde siempre, hasta que se separaron. Sus ojos claros atravesaban la mirada penetrante y verdosa de su hermano. Para él, siempre había sido su hermano, aunque tuviesen diferente sangre. Le dedicó una inesperada sonrisa e hizo un gesto de agradecimiento antes de morir:
―Llegarás lejos, he-hermanito…―Levantó su mano para tocar el rostro de su amigo y compañero, al mismo tiempo que un temblor frío recorrió su espalda, sintiendo como la vida se le escapaba. Cerró sus ojos y dejó caer su mano, sin quitar aquella sonrisa de sus labios. Inerte, el chico rubio cayó hacia adelante, dejando el peso de su cuerpo sobre aquella larga y ancha espada plateada atravesada en su cuerpo.
“Jack tenía 10 años cuando iba al bosque a cazar. Sus padres murieron y el herrero del pueblo se hizo cargo del chico. Le enseñó el arte del metal y cómo manejarlo a la hora de poder crear sus propias herramientas para la caza.
Un día, durante la caza diaria que daba de comer a media población, Jack se encontró un chico, de pelo rubio, en la orilla del lago que se encontraba justo en el centro del bosque. Miró alrededor, confuso, por si era algún tipo de trampa, y al no notar la presencia de nadie, decidió ir a socorrer al chico. Al llegar a su lado, pudo verle el rostro. Gobis yacía boca arriba, con arañazos por todo su pecho descubierto. Por el tipo de arañazos, Jack supuso que debió atacarle un oso pardo ya adulto y que el chico había conseguido salvarse de milagro. Después de pensar un rato que hacer con él y sanar sus heridas con básicos primeros auxilios, se lo cargó al hombro y decidió llevarle a su casa, que también era la del herrero. Jack sabía que éste le dejaría que el pequeño chico rubio se quedase con ellos, ya que algo parecido pasó con él.
Gobis despertó al cabo de tres días en cama y reposo absoluto. Jack, quien estaba sentado en una silla al lado de la cama, se acercó a mirarle los ojos. Eran claros. De tono marrón, pero muy claros. La mirada inspiraba confianza, tranquilidad y seguridad. Nada que ver con la mirada verdosa de Jack, fiera y atenta. Ambas se encontraron y enseguida Gobis apartó la mirada, amedrentado e intentó levantarse, pero Jack le empujó suavemente contra el gastado colchón.
―No deberías moverte mucho. Esas heridas llevarán tiempo sanarlas. Fueron bastante graves―Jack suspiró y miró a Gobis con ojos cansados. Había estado los tres días a su lado, sin moverse, esperando a que despertase―. Puedes llamarme Jack. Cuidaré de ti hasta que puedas valerte por ti mismo.
―Mi nombre es Gobis… ¿Dónde está mi padre? Venía conmigo cuando nos separamos―Jack apreció la desesperación en la voz de Gobis y negó, mirándole con un pequeño brillo de tristeza en sus ojos―. Lo siento… Solo te encontré a ti cerca del lago del pueblo. Pero el herrero cuidará de nosotros dos. Lo sé.
Gobis comenzó a llorar. Tenía también 10 años, como Jack, y era la primera situación difícil que pasaba en toda su vida. Hasta entonces, Jack le preguntó por su vida y él contestó que era hijo de un noble que siempre salía en busca de aventuras hasta que desapareció en el bosque cuando me encontraste… Al acabar de contar su historia, Jack le trajo algo de comer y Gobis aceptó encantado su ofrecimiento.
Así pasaron los años. Jack comenzó a enseñarle poco a poco la técnica del herrero y la maestría con la espada. Gobis, en cambio, le enseñó a Jack lo que sabía sobre hierbas, animales, y astros. Ambos compartían sus secretos, sus deseos. Ambos tenían sus pequeñas discusiones de hermanos… Todo iba bien.
Hasta que un día, a los 18, Gobis decidió marcharse para servir al mismo rey que sirvió su padre cuando estaba vivo… Jack y él discutieron mucho sobre aquel tema. Jack sabía que aquel rey no era del todo honrado ni bondadoso, pero Gobis quería prestar sus servicios del mismo modo que lo hizo su padre cuando estaba vivo. Antes de marcharse, quiso comprarse una cinta roja para el dorado pelo, que ya le caía por los hombros, para que Jack le reconociese con el paso del tiempo. Aquella cinta que, en el reverso, tenía el nombre de Gobis con letras doradas que se había bordado él mismo.
―No tienes excusa para no matarme―Dijo entre risas el chico rubio―. Tendrás que venir a buscarme y matarme, ¿No crees?
Unos días después estaban en un camino de tierra que separaba dos pequeños pueblos. Los dos se miraban, uno frente al otro. Los pequeños y brillantes ojos claros de Gobis eran atravesados por la fiera mirada de Jack, cuyos ojos verdosos atravesaban la mirada del rubio, aunque éste no se echaba atrás. Jack puso su brazo estirado frente a Gobis sin dejar de mirarle. Ambos sabían que no hacían falta palabras. El día había sido largo y ambos habían decidido en ese momento su destino. Gobis puso su brazo del mismo modo que Jack, sin dejar amedrentarse por su mirada, entonces ambos sonrieron y cogieron el brazo del otro.
―¡El mejor será quien quede en pie! ―Dijeron al mismo tiempo―.
―Sí, eso parece―Dijo Gobis, contento por haber hecho aquel tipo de promesa con Jack―. Probablemente nos veamos algún día. Hasta entonces, seguiremos creciendo fuertes. Siendo valientes y luchando por nuestra libertad.
―Así es. Te derrotaré cueste lo que cueste. Aunque tenga que entrenar durante mucho tiempo―. Sabes que soy más fuerte que tú, y que nunca cambiaré para que el que muera, sea yo. Buena suerte en tu larga travesía, Gobis. Nos encontraremos.”

Le había matado. Todo había acabado finalmente. Los gritos de sus soldados rugían por todas partes y, a consecuencia, los enemigos huían o eran atravesados, al igual que lo fue aquel chico rubio, con una cinta roja en la cabeza, con unos ojos de tono claro, aquellos ojos que nunca jamás volverían a abrirse.
El chico del pelo moreno se dejó caer al mismo tiempo que soltó su espada, abatido. El cuerpo inerte cayó delante de él sangrando aún por la herida del estómago y por la boca, haciendo que se manchase. Pero ya no importaba. Todo había acabado… Miles y miles de promesas habían terminado ya, de manera trágica. De pronto, el chico de pelo moreno, más conocido como Jack, comenzó a llorar, recordando toda esa cantidad de años junto al chico de pelo rubio, que era conocido como Gobis. Ellos habían sido buenos amigos. Íntimos incluso, pero ya no quedaba nada. Jack se sentó en el suelo, sobre la fría grava bañada de sangre, de la sangre de su mejor amigo.
Aún recordaba cuando ellos compraron esa espada para el que fue su maestro y mentor, él fue quien guió a ambos a seguir caminos separados y todo por pequeñas diferencias que con el paso de los años se hicieron más y más grandes.
Tomó con cuidado el cuerpo de Gobis y lo dejó entre sus rodillas, mientras lloraba sin poder evitarlo, dejando que las lágrimas cayesen sobre el rostro de aquel que un día fue su hermano…
Jack dejó de llorar poco a poco. Miró de nuevo a Gobis y sonrió. “Él no eligió ser fuerte, ni valiente. Él era bondadoso y alegre, como un crío. A él nunca le gustaron las batallas, ni las luchas. A él le gustaban los libros, los prados, los animales…” recordó Jack mientras besaba la frente del chico rubio.
Le quitó la cinta que recogía su pelo y, después de mantenerlo durante un rato sobre sus rodillas, dejó el cadáver sin vida en el suelo, con mucho cuidado. Se puso la cinta en su frente y se dirigió al pequeño camino de tierra, entre los escombros y los cadáveres de los soldados, tanto aliados como enemigos, que habían caído, para librar una fuerte lucha que acababa de finalizar con la muerte del general enemigo más fuerte con el que nunca había entablado aquella dura batalla…
Alealhdel08 de abril de 2013

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