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Del Fanzine

Escribo en un fanzine que hago con algunos amigos, tenemos una sección que se llama ''leer es sexy'' en la cual promovemos la lectura. Estamos trabajando en el último número de nuestro fanzine, y escribí algo diferente, no fue una crítica a ningún libro ni alguna reflexión típica de la sección, sino más bien un cuento en el que está el mensaje claro de porqué al final de todo, realmente, sin rodeos, leer es sexy. Aquí lo dejo:

Hola, mi nombre es Juan y quiero contarles algo.
Yo, jamás fui amante de los libros, porque la vida me bastaba con internet, televisión satelital, mi esposa y mis hijos, y divertirme con mis amigos.
Pero ese día, hace tres semanas, todo cambió.
Fui a una librería, que queda dando la vuelta a la esquina de la calle de mi casa, a buscar un libro para mi hijo menor de 9 años, llamado Pedrito.
A Pedrito le pidieron en su colegio uno de esos libros que los profesores siempre les piden a los alumnos con la esperanza de que sean en el futuro unos chicos cultos y forjadores de un mejor país.
El vendedor, además de feo y poseedor de un olor terrible, no era nada agradable.
Aún no lo conocía, no había hablado nunca con él, pero yo sé cuándo alguien es agradable y cuándo no. Entonces, mientras detestaba de lejos al vendedor, sentí que el ambiente cambiaba, percibí un olor ajeno a la hediondez que desprendía el cuerpo del dueño, busqué de dónde provenía, y la vi.
No importa cuál era su nombre, pero llevaba una falda corta, lápiz labial, esmalte en las uñas, perfume, tacones altos, con el pelo suelto cayendo sobre su espalda como si fuera intencional.
No se veía vulgar, no se había excedido en el maquillaje, y el perfume no era exagerado. Tampoco puedo decir que era ‘’perfecta’’ porque no era una mujer inexplicablemente bellísima, pero sí era todo lo que para mí basta: una mujer más arreglada que mi esposa.
Se acercó a la estantería de ‘’libros escritos por mujeres’’ y escogió un título que no recuerdo bien, pero la autora era una tal Sofía, o Josefina, o Serafina, qué importa, ella llevaba un libro en la mano. Libro que combinaba perfectamente con esa faldita que me mataba. Lo abrió, rosando cada uña con cada página y ojeándolo de una forma tan sensual, abriendo y cerrando los ojos mientras movía esas pestañas que me hacían soñar, y se quedó un largo rato leyendo.
Llegué a casa después de una hora y media. Mi mujer me esperaba preocupada, porque me había demorado más de lo que se suponía que tardaría. Le dije que me distraje leyendo historias de asesinatos.
Fuera de que olvidé comprar el libro a mi hijo, engañé a mi esposa, y que ahora me cuestiono si fue bueno casarme o si hubiera sido mejor esperar a conocer a una mujer más bella, estoy seguro de algo; y es que hace tres semanas aprendí, en la librería del señor oloroso, que leer, definitivamente, es sexy.
Alem28 de octubre de 2010

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