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Hay una Intrusa En mi Escuela

-No deseo verte más. Ya me harté de ti, Gutiérrez .Y no deseo que el próximo viernes vengas a mi cumpleaños. Aléjate de mi vida- me dijo Diana.

-Pero no entiendo. ¿Me hablas en serio? ¿Qué sucede? Ya compré el regalo para tus dulces dieciséis.

-Quémalo. No lo quiero.

Así terminó nuestra relación de amistad de un año y tres meses, y así me perdí su esperado cumpleaños. Pensar que estuve todo el año trabajando después de la escuela, y ahorrando dinero para su obsequio.

Nunca comprendí por qué Diana me abandonaba sin darme una razón.

Los días pasaban. En los recreos no dejaba de observarla. Estaba rara y hablaba con chicas con las que nunca había charlado ni tenido trato antes. Además su voz era más aguda. ¿Cómo explicar ese cambio? Otro cosa que me llamo la atención es que los ojos de mi amiga eran verdes y ahora, repentinamente, son negros.

Todo resultaba muy extraño.

Y lo peor de todo es que me ignoraba como a un fantasma y me llamaba por mi apellido. Y eso me dolía más.

-Gutiérrez, te odio- me dijo al pasar por mi lado, en el momento de retirarnos de la escuela.

-¿Por qué, Diana? No entiendo tu actitud. Yo era tu mejor amigo y de la nada me convertí en tu peor enemigo.

-Tú lo dijiste. Era tu mejor amiga. Ya no lo somos y por favor no me molestes más.

-¿Y qué haremos con el trabajo de lengua y literatura? Debemos hacerlo juntos. Así lo decidió la profesora Rojas. Si no lo presentamos, nos aplazaran en esa asignatura.

No respondió y se marchó.

El trabajo práctico que debimos hacer ambos, lo preparé yo como pude, sin embargo no gusto a la Sra. Rojas, nuestra docente. Le pareció un desastre, según sus palabras.

Transcurrieron los meses y mi tristeza crecía. Me sentía desganado; ya no quería ir más a la escuela. Me rompía el corazón ver a Diana. No era mi novia, pero yo la amaba como amiga. Éramos compinches. Pasábamos todas las tardes juntos haciendo las tareas del colegio. Los sábados íbamos al cine y a veces a bailar.

Nunca pasó nada entre nosotros. De entrada quedo claro de que seríamos amigos. Los mejores amigos. Y así fue hasta ese trágico día en que me expulsó abruptamente de su vida.

Una noche me desvelé. Me dirigí a la cocina a preparar un vaso de leche tibia. En ese entonces escuche un fuerte maullido. Me sobresalté. Abrí la puerta de la entrada de mi casa y vi dos gatos idénticos de color blanco. Estaban sentaditos en el jardín y daba la sensación de que me observaban.

“Dos gatos”. Parecen gemelos, pensé. ¡Sí, gatos gemelos! ¡gemelas! Diana no es Diana. Una luz iluminó mi cerebro. La imbécil que ocupa su lugar es su gemela o, aunque no sabría explicarlo, su doble. Parecía un delirio, pero yo estaba seguro de que había algo raro y anormal.

Al día siguiente se lo comenté a la directora de la escuela.

-Gutiérrez, creo que usted necesita asistencia psicológica urgente. De dónde saca esa idea tan absurda- respondió la máxima autoridad del colegio.

Durante un tiempo estuve obsesionado con la idea de las gemelas. Fue entonces que tuve una idea. Investigaría a fondo el asunto. Me transformaría en el primer detective adolescente.

Me puse una peluca rubia, anteojos para sol y me cambié de ropas. Así adopté una imagen casi detectivesca. Me estaba tomando mi trabajo muy en serio.

Después de la clase de gimnasia decidí seguirla.La intrusa se dirigía a los suburbios, a la parte más humilde de la ciudad. Y fue allí que descubrí la verdad. La “intrusa”, así llamaré a esa farsante, había ingresado a una casa muy precaria y por la ventana pude ver a la verdadera Diana, postrada en la cama, sumida en un coma profundo.

Todavía no podía creer que Diana no era Diana. A pesar de que lo intuí inconscientemente en su fría mirada cuando me maltrató y concluyó nuestra relación, no tenía la certeza para hacer ningún tipo de acusación.

Rompí el vidrio de la puerta trasera de la vivienda, giré el picaporte y silenciosamente me dirigí al cuarto donde estaba prisionera Diana.

-¡Qué demonios haces aquí! ¡Me seguiste maldito!- dijo la farsante al descubrirme.

-¿Quién eres, maldita sea?

-No debo darte explicaciones a ti. Lo único que te diré es que estoy recuperando lo que de niña me robaron.

-No permitiré que lastimes a Diana. ¿Qué le hiciste? ¡Eres una perversa!

En ese momento, me arroje sobre ella. Forcejeamos en el piso. Tenía mucha fuerza. Pude pararme, vi un florero en una cómoda, lo tomé y lo arremetí la pieza de porcelana contra su cabeza. La dejé inconsciente.

Llamé a la policía con mi celular. Dos oficiales entraron al lugar y de esa manera la historia de terror que vivimos finalizó. Rescataron a Diana y apresaron a la “intrusa”.

Más tarde me enteré de algo que siempre me ocultó mi amiga. Tenía una hermana gemela.

Cuando nacieron, su familia no tenía recursos y entregó a una de las bebas a una familia muy humilde.

En ese entonces, los padres de Diana Bell eran también pobres y no podían mantener a dos hijas. La decisión les dolió, pero no tenían otra opción.

Al año, la familia Bell, gano la lotería nacional y se transformaron en ricos. Compraron mansiones y yates. Diana se crio en una cuna de oro.

Dalma, el verdadero nombre de la beba entregada, creció con mucho resentimiento en la más extrema de las pobrezas. Durante el último año elaboró el horripilante plan de sustituir a su hermana y hacerse pasar por ella para vivir cómodamente.

Lo curioso del mencionado plan es que Dalma no asesino a Diana. Tal vez, en el fondo, nunca olvido que era sangre de su sangre. Solamente la drogó durante meses. Todas las tardes la despertaba, la alimentaba, la bañaba y le sacaba información para continuar con su enfermizo juego.

-Hola, Diana. No sabes cuánto te extrañé. ¿Por qué no me dijiste que tenías una hermana gemela?- le pregunté al otro día en el hospital donde estaba recuperándose.

-Es una historia muy dolorosa que mi familia nunca asimilo. Te juro que desde hace años tenía en mente buscar a mi hermana, pero mis padres desconocían su paradero actual. Su familia se mudó y les perdimos el rastro. Papá hizo todo lo posible para hallar a Dalma.

-¿Y qué sucederá con ella?

-Estará unos meses en prisión.

Cuando, Dalma fue liberada de la cárcel, fue recibida y adoptada por la familia Bell. Le perdonaron todo lo que hizo y al año siguiente la anotaron en la misma escuela que cursamos Diana y yo.

Con el tiempo, la herida sanó y yo me hice amigo de Dalma, provocándole un poco de celos a Diana.

Sin embargo, mi gran amiga fue, es y será ella, mi querida Diana Bell.

Alesantilli25 de septiembre de 2013

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