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Pesadilla En la Hamburguesería

Salí del colegio de mal humor. Las clases particulares de matemáticas fueron en vano. Desaprobé con un tres. Y en la hora de química me llamaron la atención por bromear con una de mis compañeras. El día escolar había sido pésimo y el hambre me estaba sacudiendo el estómago. El domingo se cumplía un año del fallecimiento de mi padre y desde hacía días pensaba mucho en él. Lo extrañaba.
En lugar de ir a mi casa y comer la comida que había dejado mi madre: salchichas con puré (todos los días preparaba lo mismo y ya estaba harta), decidí ir a almorzar a la hamburguesería del centro comercial. Algo de dinero tenía en mi bolsillo.
-Una hamburguesa, papas y gaseosas- pedí a la camarera.
El menú me lo devoré literalmente en un minuto. Seguí hambrienta, por esa razón, volví a pedir nuevamente lo mismo.
Terminé el segundo menú, sin embargo, necesitaba alimentarme más; mi cuerpo me lo exigía. No sé lo que me sucedía. Estaba sedienta por engullir cualquier cosa que aliviara el vació que tenía en la panza.
Mi madre dice que estoy la “edad del crecimiento”, pero ese día, a mi parecer, me excedí. No podía
parar de tragar y tragar.
-¿Usted tiene dinero para abonar todo lo que está solicitando, señorita?- pregunto el dueño del local, cuando realice el tercer encargo de comida (iguales a los anteriores: hamburguesa, papas y gaseosa).
Sí- mentí; no tenía tanto dinero, pero no me importaba. Necesitaba comer y saciar mi voraz apetito. Llamaría más tarde a mi madre para que viniera a la hamburguesería y cancelara la cuenta.
Cuando consumí la última hamburguesa empecé a sentirme mal. Me había indigestado. Me acometía el sueño y las náuseas.
Mis ojos se cerraban, mis parpados me pesaban y la vista se me nublaba.
De repente siento una palmada en mi hombro.
-Aquí estás, hija te estaba buscando. Deberías estar en casa. Te busqué por todo el centro comercial.
Me sobresalté de terror y del movimiento arrojé el plato y los vasos al suelos. No podía ser posible, el que me estaba hablando era mi padre muerto. Me alejé de esa presencia. Nunca me había pasado nada así. Nunca viví una experiencia paranormal. No creo en los fantasmas, pero allí había uno y era el de mi papá.
-Por dios, arrojaste el plato y el vaso. Y ahora tendré que pagar lo que rompiste. Maldita sea- dijo
mi padre.
-Tú estás muerto. Cómo es posible que estés aquí. ¡Por dios, eres un fantasma!
-Esa es la excusa, que te dio tu madre. Estuve en viaje de negocios. Llegue está mañana.
-No, yo fui a tu sepelio. Estas enterrado en el cementerio público.
-¿Me viste en el ataúd?
-No, me daba impresión verte-respondí.
-Ves lo que te digo, Julieta. Yo no estuve en ese sepelio, por esa razón no me viste. Velaron a otra persona, yo estaba en Nueva York. Me mandó la empresa. Vamos que se hace tarde.
-Toma y ve a pagar lo que consumiste- me dio cien pesos, me acerqué a la caja y aboné.
Me sentía aturdida. Lo seguí y subimos a su auto. Todavía estaba perpleja; no podía ser real, sin embargo lo era. ¿Me habré golpeado la cabeza y estaba divagando?¿Mi padre nunca había muerto y yo pensaba que por alguna razón que lo estaba? ¿Habré imaginado su sepelio y todo lo que sucedió después?
-Este auto fue vendido por mamá cuando te moriste.
-Basta con esa pavada. Me estás cansando, Julieta. Si sigues así, te llevaré a un médico para que te vea el cerebro. Me pareces que lo tienes atrofiado.
Nos dirigíamos hacia la autopista camino a la capital.
-¿Dónde vamos?- pregunté
-Eso no te importa y, por tu bien, cierra la boca. Si hablas te la cerraré de un golpe. ¿Oíste?
No respondí. El carácter de mi padre había cambiado bruscamente de la simpatía a la agresión verbal.
-Sabes una cosa tú eres producto de un accidente. No debiste haber nacido. Cuando tu madre quedó
embarazada yo tenía en mente obligarla a deshacerme de ti. Quería que se hiciera un aborto.Si no fuera porque corría peligro su vida, ya no existirías.Siempre fuiste una carga Nunca te quisimos,
Julieta. Eres un estorbo para nuestras vidas.
-¿Por qué dices eso, padre? Estás hiriéndome con tus palabras.
-Porque eres “basura” ja, ja- dijo. El auto iba a alta velocidad. De improviso, abrió la puerta del auto (del lado del acompañante, donde yo me encontraba sentado) y me empujo fuera del auto.
Caí en el asfalto. Sentí que mi cuerpo se desarmaba y que cada uno de mis huesos se quebraba.
Perdí el conocimiento.
Cuando abrí los ojos me encontraba nuevamente en la hamburguesería. Me había dormido profundamente sobre la mesa, llena de platos y vasos sucios, con los brazos cruzados y la cabeza apoyada sobre ellos.
-Despierta, niña y paga lo que debes. Y más vale que lo hagas o llamaré a la policía.- me reprendió enojada la camarera.
Me puse de pie y estiré mi cuerpo. Ya no sentía ninguna pesadez estomacal. Pensé en la pesadilla que tuve con mi padre muerto y sentí bronca por cómo me trató en el sueño. Él no era así cuando vivía. No era malo.
Metí la mano en el bolsillo para agarrar mi celular y llamar a mi madre para que viniera a pagar la cuenta. De lo contrario, terminaría en la cocina del restaurante lavando los platos de todos los comensales.
Cuando saque el teléfono cayeron al suelo cien pesos. Nuevamente sentí escalofríos. ¡Era el dinero que me había dado mi padre en la pesadilla! ¡Era imposible! ¡Yo no tenía ese dinero antes de entrar a la hamburguesería! ¿El sueño fue real? Imposible, mi padre me había asesinado, arrojándome de su auto brutalmente.
Pagué las tres hamburguesas, las tres papas fritas y las tres gaseosas.
El cielo azul estaba radiante; no había una sola nube.
Volví a mi casa atravesando el parque. La tarde soleada me levantó el ánimo. Todavía me preguntaba cómo habían llegado los cien pesos a mi bolsillo. “Habré sido yo. Los robe anoche de la billetera de mi madre”. No era disparatada la idea, pues era sonámbula.
Sin embargo, a veces siento, que ese sueño o, mejor dicho, esa pesadilla, fue real.
Pero si fue así, por qué mi padre se comportó como un monstruo.
Esa pregunta jamás me la pude contestar.


Alesantilli11 de agosto de 2013

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