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Amigos para Siempre

Ahora, en estos tiempos de sal, limón, huelga general y nitroglicerina en vena, tener un amigo es como tener una nube de terciopelo que sirve de consuelo en las caídas del día a día. Van pasando los años como pájaros sin melodía pero con mucha melancolía, y sé que tuve amigos, y “tuve” está situado en el pasado, porque lo fueron y ya no los son, gracias a Dios, a la experiencia y a los cachiporrazos. Porque si algo aprendes cuando padeces una crisis moral y económica (desaceleración acelerada en plena caída), es a abrir los ojos y ver las cosas cómo realmente son. Unos se apartan; la mayoría te roba la esencia y la conciencia, te pone zancadillas, se plantan frente a ti y, aunque fueron amigos del alma mía (dame un bolero y te daré la vida), ahora son zorras vestidas con túnicas de fingimiento y quejas inquebrantables. Es lo bueno de vivir en un aprieto generalizado: que más tarde que temprano se muestra el verdadero ser de cada uno, y en cuanto se muestra, punza. Yo nunca he sido de los que negaba un apretón de manos, no negué tampoco el saber de mis cosas, de mi vida y forma de ser. En aquellos años eran incalculables las personas que se me arrimaban para pedir “cita” en la consulta de la amistad. Creo no haber negado jamás un buen apretón de manos, pero con los años y el carácter, vas poniendo a cada uno en su sitio (la vida también te ayuda en esta tarea) y ellos también te ponen a ti, dejándote o no en el lugar adecuado. Es ley de vida… Si no se demuestra con actos benévolos, con afrentas que acaban en un apretón de manos, o en un “cómo estás” de vez en cuando, no es amistad, es, tal vez, un “colegueo” desarrollado hacia “el enrarecimiento existencial”, algo que se romperá pasados los años, la vitalidad del sentirse joven y fuerte. Lo aclara con sapiencia Mateo Alemán cuando dice: “Débense buscar los amigos como se buscan los buenos libros. Que no está la felicidad en que sean muchos ni muy curiosos; antes en que sean pocos, buenos y bien conocidos”. Y también lo hace el gran William Shakespeare, cuando nos dice desde la serenidad del que sabe y lo acredita con habilidad: “Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba / engánchalos a tu alma con ganchos de acero”. Por tanto, hoy les invito, amigos lectores, a poner a prueba sus amistades, a mirar en el interior, y ver si realmente somos buenos amigos, si deseamos tener buenas amistades, o simplemente anhelamos pasar por la vida teniendo a nuestro alrededor personitas que nos alaban cuando no necesitamos alabanza, que nos besan cuando no nos hace falta el beso de la muerte, que nos estrechan la mano cuando, en la otra mano, sujetan una daga de doble filo con la que, cualquier día, nos rebanarán el cuello y el alma.
Alexandervortice27 de septiembre de 2010

1 Comentarios

  • Beth

    Amigos, pocos y buenos. Lo demás son conocidos, gente que pasa por nuestra vida y nada más. Para saber cuántos amigos tenemos no hay más que pasar por una enfermedad, una pérdida, un dolor. Ahí mostrarán su cara. Existen, a veces existen, pero hay que buscarlos con lupa, y cuando se encuentran, cuidarlos como una orquídea delicada

    27/09/10 05:09

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