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Bilis y Bestias

Incluso en estos tiempos de altercados permanentes intento ser lo que quiero ser y, desde luego, todos deberíamos luchar por ser lo que realmente somos, y no dejarnos llevar por las normas absurdas de una sociedad corrompida que, fundamentalmente, nos hace resistir desengaños. Hoy más que nunca es cuando la bilis (ese virus existencial que se aloja en el medio y medio de nuestras cabezas a consecuencia de las “gentes obscurecidas”) recorre con fuerza sobrehumana nuestros cuerpos, dejándonos atolondrados y extenuados, como si fuésemos aire contaminado que hasta no hace tanto era aire puro, deseoso de adquirir felicidad. Al menos yo no codicio agonizar sobre las manos toscas de la intranquilidad, aunque las últimas noticias nos hablen de un demente ultra derechista que ha asesinado a sangre fría a más de noventa personas en Noruega y que, para más inri, nos obsequia con un manifiesto de mil quinientas hojas (espero que no estén escritas a doble cara) explicando las complejidades de su “yo” y su forma de desfigurar la realidad. Y es que, visto lo visto y sufrido lo sufrido, me encantaría pensar que las cosas no siempre son como son o, al menos, no como nos las presentan los más descorteses y asqueados pesimistas. De vez en cuando la apariencia y los virulentos sucesos nos roban el ambiente de paz y sosiego que tanto necesitamos, y no tenemos más remedio que agujerearnos los bolsillos del cerebelo y del esternón, y convertirnos en una especie de fantoches moribundos a causa de ciertas verdades absolutas que no son tal, que a secas sirven como pretexto para hacer que los sesos vuelen por los aires. Es de hombres nobles saber encajar los golpes de la vida, digerir la bilis y el golpe final; es hermoso beber el narcótico lánguidamente, mientras suena el piano del anochecer y las fulguras de la urbe se van transformando en minúsculas estrellas donde reposan las esperanzas de los justos. Es honorable caerse y volverse a caer…, y después, rodeado de gritos anómalos, levantarse del suelo húmedo y continuar caminando, sin tener que echarle la culpa de todos nuestros males a la Humanidad. Es fundamental respirar despacio frente a las angustias, agarrar la mano del ser amado, insultarle al cielo de los idiotas que nos gobiernan… Sin lugar a dudas, el hecho de agarrar un fusil e ir eliminando individuos por el simple hecho de que las cosas van mal, es el acto de un genocida que ha olvidado en el cajón de los calcetines viejos su espíritu de humanidad y concordia. Aunque, tal y como aclaraba el filósofo griego Plotino: “La humanidad está a mitad de camino entre los dioses y las bestias”; y queda claro que en Oslo operó la bestia con toda su fiereza.
Alexandervortice25 de julio de 2011

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