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Caminar Boca Abajo

Por ventura me levanto atolondrado, así como aturde el amor de una suegra marimandona, o las amistades atronadoras de cantina. Me contemplo malamente frente al espejo buscando el pensamiento apropiado que me lleve a hacia un penetrante trocito de coherencia. Al no hallarlo, decido salir a la calle con mi compañera, la soledad (“suelen decir que el hombre que apetece soledad tiene mucho de dios o de bestia”, indicaba Mateo Alemán). Varios exaltados corren calle abajo en busca y captura del penúltimo chupinazo de alcohol en vena. Decido, pues, al ver como el ser humano se convierte en una especie de aquelarre organizado por cadáveres y rogativas acabadas, caminar boca abajo con el fin de no resaltar. Ahora sí que me siento plenamente aceptado por mi entorno, por las momias embobadas que me cercan. De esa guisa entro en un local iluminado por las luces de la apariencia. Al fondo un grupillo de seres deslucidos me saludan eufóricos. Me invitan a unas copas y me ruegan que me pase por allí cuando quiera. No les preocupa que yo sea un tipo que pasa por la vida caminando boca abajo, un individuo al que no le llega la sangre a la cabeza, pero sí la bilis a las rodillas. Decido salir de aquel antro al cabo de un rato entre gritos de “ole tus huevos, tu talante y tal”. Me cuesta caminar. Por momentos incluso considero la opción de tirarme cara adelante aunque el golpe sea excesivamente doloroso. Aún así aguanto. Tengo que intentar ser como los demás, esos a los que hace un rato, frente al espejo, los bautizaba como “ganado”. Así que continúo transitando boca abajo, con cualidades de tipo duro que no da su brazo a torcer. Giro la esquina y el mareo va en aumento. Creo que voy a vomitar obscenidades. Pienso cómo diablos hará el resto de los mortales para avanzar todos los días de esta manera… Ni idea. Tal vez se apoyen en los demás y punto. Freno en seco y casi me caigo. Las gotas de sudor se me están metiendo en los ojos y reconozco que más pronto que tarde me la voy a pegar. Entonces rememoro las palabras de Gandhi: “Mucha gente, especialmente la ignorante, desea castigarte por decir la verdad, por ser correcto, por ser tú. Nunca te disculpes por ser correcto, o por estar años por delante de tu tiempo. Si estás en lo cierto y lo sabes, que hable tu razón. Incluso si eres una minoría de uno solo, la verdad sigue siendo la verdad”. Así es que me incorporo. La sangre vuelve a mi cabeza poco a poco. Saco un cigarro del bolsillo y lo enciendo al tiempo que la gente pasa sin prestar atención a mi erguimiento. A la sazón el humo del cigarro se pierde ante la indiferencia de mis semejantes. Y me siento bien conmigo mismo, ya que está bien tomarse la vida en serio, pero mucho mejor es no hacerlo.
Alexandervortice30 de enero de 2012

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