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Carta a Juan Vidal Fraga

Estimado Juan: hoy se cumplen tres años de tu tránsito hacia un lugar mejor, y desde que nos has dejado esta ciudad se ve contrariada y huérfana de fervor metafísico. Desde que no estás por estos lares he sabido en qué consiste disimular la soledad coagulada, esa que se me planta a medianoche en la habitación y gusta de sulfurar mi estado de ánimo a base de infamias. También señalarte que el precio de las pipas ha bajado –cosas de la crisis y el desuso-, aunque haya aumentado el número de personas que fuman picadura. Decirte que la recesión aprieta y ahoga, que somos bastante más ególatras, y que ya nadie se atreve a defender lo indefendible, tal y como tú hacías. Mi apreciado amigo, debo reconocer que la iniquidad asedia casi todo lo que me fuiste enseñando, ya que son pocos los que desean filosofar por el bien común, son pocos los que rememoran con confianza aquellas grandes citas que nos regalabas, al tiempo que el humo orondo de tu pipa se fusionaba con los espíritus de los que te atendían. Hoy, tres años después de tu “huida”, recapitulo tus palabras: “De los fragmentos del tiempo brota, iluminada, una permanencia que es brújula para no perderse en la oscuridad. Es como un fugaz relámpago que ilumina la noche y nos ayuda a encontrar el camino”. Opino que nos hayamos perdidos, Juan, malgastados en la importancia que le damos a lo material, al “Capitalismo Tiburón” que nombrabas en tus renglones. Entiendo que somos menos humanos, menos constantes a la hora de devolver ternura, ya que en vez de eso, regalamos a nuestros semejantes patadas en la boca del estómago, ponzoñas abrasivas y envidias variables que, a la larga y sin duda, se volverán contra nosotros. Debo reconocer que para salir de la situación en la que nos encontramos sería bueno que tú estuvieras aquí, dándole lo suyo a los embusteros que rigen nuestros destinos a base de dobleces, descortesías e individualismo radical. Ya tres años, admirado compañero, y lo cierto es que nadie podrá negar que desde tu partida la cosa se va degradando más y más. La esperanza se muestra como una virtud en desudo y Pontevedra se ha refugiado en los mapas del descuido meramente peatonal. Y quisiera finalizar esta misiva con un párrafo de tu artículo “La Comodidad”, publicado en este mismo Diario el 25 de Febrero del año 2002: “Hoy vivimos una época llena de comodidades y empezamos a padecer sus consecuencias: las gentes no están preparadas para tareas que implican mucho trabajo o mucho tiempo. Las consecuencias están a la vista: chapuzas y corrupción. Nada es lo que parece y el mundo se tambalea. Lo malo es que los tiempos de la comodidad se acaban, ya que el edificio, sin esfuerzo, se viene abajo”. Yo no sé si no se te leyó con atención o no se te tuvo en cuenta, pero nadie podrá decir que estas palabras no tienen mucho de proféticas.
Alexandervortice18 de junio de 2012

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