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La Traición

Puedo alcanzar con mi mirada la novísima súplica del hombre que arrimó el hombro para sacar a este mundo del atolladero -gracias por nada, fue lo último que le dijeron-. Soy capaz de mojarme la nuca con angustiosas ansiedades ajenas, con algodones de promesas sacudidas por el viento del “deseo pero no puedo”, o por dos copas de ron servidas por el ademán lánguido de un viejo pero siempre montaraz marinero. Mi mirada se muestra descompuesta por las noticias de las nueve: unos dicen que los controladores causaron un “Estado de Alarma” digno de ser expectorado en el retrete del egocentrismo. Y yo que no asimilo fácilmente que existan dichos seres con tales privilegios, prefiero pensar que los aviones son controlados por alas de ángeles clementes y/o por las agraciadas esperanzas de aquellos niños que fueron asesinados a causa de un “mal adulto” en el Sahara. Entonces, cuando el ensueño se va elevando hacia el cielo quiero conocer aunque me cueste el pescuezo y el escroto, reaparece frente a mis anhelos Martin L. King y me masculla al oído con sumo refinamiento: “El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro”. No obstante igualmente soy consciente de que aún existe gente que almuerza la carne de sus similares, no hace falta que sea literalmente, soy de los que opinan que es más terrible la traición que el hecho de que unos cuantos gusanos famélicos mordisqueen perezosamente la parte más sabrosa de los cerebros, o beban litros de sangre virgen en honor a los criadores de lo oscuro, del miedo. Prefiero, si ustedes me lo permiten, convertir mi infortunada cabeza de pájaros borrachines en una cárcel de tergiversaciones dispuestas a eliminar mi raciocinio antes de ser traicionado. Admito una patada en la boca con caída de dientes en picado, un quiebro de la diosa Fortuna con el que me convierta en gusano, o pasar un año con sus fatigosas 365 noches junto a la reprobación de la duda, del desbarajuste ideológico, antes que tener frente a mí a docenas y docenas de traidores, hijos de mil hipocresías y faroles, de mil madres que codician el averno, hijos y nietos de un tiempo en el que todo vale porque todo es cierto y correcto. Elijo antes tener que convivir con violadores de versos que hacerlo con insidiosos ya que, como expresaba el escritor español del Siglo de Oro Vicente Espinel: “La traición la emplean singularmente aquellos que no han llegado a comprender el gran tesoro que se posee siendo dueño de una conciencia honrada y pura”.
Alexandervortice17 de diciembre de 2010

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