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Nada y Poco Más

No suelo escribir y mucho menos meditar sobre el libre albedrío ya que «el libre albedrío no existe, no hay acto voluntario independiente de las influencias que obligan al hombre en todo momento, y circunscriben la acción de los más poderosos». En el inicio de nuestra formación, cuando la plastilina y los canturreos infantiles reinan a nuestro alrededor como algo que durará por siempre, somos educados a base de dogmas que nos invitan a «comernos el mundo»; esto es algo que continúa durante años y años de enseñanzas, dándonos a entender los educadores que nada se puede dar por hecho, que todo se gana a base de constancia, que el hecho de que el destino esté escrito es más que una pantomima. No seré yo el que diga que el destino esté escrito; pero, lo que sí puedo aseverar, es que he conocido –y conozco- a personas que lo han dado todo para conseguir lo que más anhelaban (llámalo X) y sólo han conseguido una patada tras otra en la boca del estómago, como si la cosa fuera imposible de alcanzar, o como si los astros se conjurasen para que dichas personas se fuesen con las manos lastimosas y, por supuesto, vacías (llámalo Y). Pudiera decirse que este hecho propiamente vital, en donde el esfuerzo es supino y no ha servido para nada, a no ser para sudar y sudar y morir de agotamiento en el intento, la única recompensa es nada de nada y poco más («siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción»). Así pues, podríamos suponer que existe una especie de Ley Universal Burlona, inherente al ser humano y a sus circunstancias, que la única función que posee es la de vacilarlo, la de enloquecerlo, poniéndole la zancadilla en cada paso que va dando a lo largo de su mediocre vida de voluntades sin recompensa. Partiendo de esta base también podríamos afirmar que el ser humano carece de libertad, o que la única libertad del ser humano es esa que, desde su especulación, le hace pensar que lo es, hasta el punto de buscarla incesantemente, sin caer en la cuenta de que la ambigüedad de tal sentimiento o emoción es lo que verdaderamente le hace libre. Pese a todo, el que busca la libertad vive; el individuo que lucha por lo que quiere, se ve recompensado por su propio esfuerzo, y probablemente de eso va la vida: caminar incesablemente en busca de un lugar donde poder sentirnos independientes, sin importar si lo logramos, ya que el esfuerzo que realizamos para ello es existencia, y la existencia es lo más significativo que ostenta el ser humano.
Alexandervortice16 de octubre de 2012

1 Comentarios

  • Marellia

    Muy bueno para reflexionar

    25/10/12 03:10

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