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Repasos de Acera

Ocasionalmente, cuando la penetrante brisa del mar llega cargada de malas noticias y de colmillos de vampiro severamente reumático, sitúo mi soporífero cuerpo en el balcón, junto con mis recuerdos de juventud o mis vibraciones de vidas pasadas. No siempre estoy preparado para hacer esto, ya que resulta difícil reconquistar el pasado sin que algún que otro remordimiento asalte mi “presente continuo”. Hay días que en vez de situarme en el balcón para apreciar el trasiego de los niños hacia la escuela o respirar mansamente el olorcillo a chocolate caliente con churros, sintonizo la antigua radio de mi padre y busco aquella emisora que él escuchaba los días de silbidos y sombras. Ayer las ondas explicaban a los inquietos mortales que la crisis va y viene, como si de un pato mareado se tratase; también aclaraba que el malintencionado IBEX se comporta de manera improcedente, que la hambruna hace mella y que los paraísos fiscales son los tristes argumentos de algunos poderosos sin escrúpulos ni conciencia. Regularmente coloco mi almohada al revés para engañar a la realidad o al hombre del saco, y así los sueños pueden inundar con su albor mi esperanza venida a menos a causa de los ramalazos propiamente inhumanos. Suelo caer enseguida entre las manos cálidas del viejo Morfeo, apareciendo mi alma lejos de lo determinado, entre vergeles de ímpeto resonante, roces de amor irrebatible y ansias de continuar embromando por mucho que las gentes que me circundan indiquen lo contrario con sus rostros alicaídos y sus vetustos aspavientos. Y ahora las aceras impregnadas de vacío conversan sobre algo llamado “igualdad”, algo que, a palo seco, disfrutan las personas de doble moral y los políticos que se lo llevan crudo y sin dar las gracias. Yo, visto lo visto, prefiero conversar sobre recuerdos templados o sobre evocaciones apócrifas, porque considero que “igualdad” no es más que una palabra desnaturalizada, que muerde y enloquece. Las aceras hablan de cambio, cuando ese cambio no es más que un trueque entre manos vacías de virtudes, pero repletas de ofrecimientos impúdicos, ofrecimientos escondidos en las lenguas ponzoñosas y en los agudos malestares de conciencia. Y lo cierto es que nos encolerizados con razón, pero no hemos caído en la cuenta del mayor de los fallos que estamos cometiendo: que todos pensamos en cambiar el mundo, pero no pensamos en cambiarnos a nosotros mismos; el más dificultoso de los cambios…
Alexandervortice15 de mayo de 2012

1 Comentarios

  • Lumino

    Me uno a tu pensamiento, sobre todo a la parte final. Buena reflexión sí señor. Saludos

    16/05/12 09:05

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