Desperté y había regresado a la más tierna edad. Todo parecía enorme, pero ya no era aterrador. Los relojes andaban como siempre lo han hecho, pero ya no presionaban mi pecho ni regían mis pasos. Amaba y me amaban, pero nadie me hacía daño. Estaba bien porque no conocía lo que significaba estar mal. Era hermosa, inteligente y brillante una vez más. La vida seguía mas ya no dolía, ya no quemaba, ya no aterraba; era clara y vestía un traje rosa pastel. Amable y cálida, alegre y atrevida.
Había amigos que eran de verdad amigos, ellos no buscaban nada en mí, buscaban conmigo los pequeños increíbles de la vida. El follaje de los árboles parecía más verde que el verde. No tenía que ver para creer, no tenía que sufrir para saber que los mejores momentos de la vida son los que te atrapan con una sonrisa genuina. No conocía el mal, pero sabía que debía evitarlo. No mentía pues no había cosa tan mala como para ocultar. El mundo era infinito. La muerte no existía. No tenía miedo.
Y así, un día dormí y volví al hoy, al oscuro, desolado y aterrador hoy.
