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Locura

Como cada mañana me dispongo a coger el coche. Solo es un trayecto de veinticinco minutos desde la puerta de mi casa hasta el parking de la empresa, pero me encanta recorrer ese camino con mi coche. Salgo de la ciudad con la radio puesta, los tops cuarenta me acompañan mientras que por carreteras tipo B-250 serpenteo hasta incorporarme a la C-32. Son las nueve en punto y el presentador da paso al número uno de la semana. El sol luce y el azul del cielo me anima, sonrío a los que hacen caravana en sentido contrario porque intentan entrar en Barcelona, que locos. Ya veo el cartel que anuncia la próxima salida a Gava. En siete minutos estaré sentada en mi mesa con un café caliente y leyendo los veinticinco mails de rigor. Creo que en china no duermen, porque por mucha diferencia horaria que haya es imposible que tengan tantas dudas en veinticuatro horas. Escucho un pitido que me saca de mi ensimismamiento, creo que acabo de entrar en reserva, pero al comprobar el marcador del gasoil veo que la aguja esta a medio tanque. Levanto la vista y no se donde estoy. Es de noche y conduzco con las luces apagadas por una carretera que no reconozco. Paro el coche en el arcen y pongo las luces de emergencia. Abro mi bolso y saco el móvil son las veintiuna horas, tengo veinticuatro llamadas perdidas del trabajo, de mi casa, de mis padres… Suena el móvil en mis manos es Pedro, contesto con un simple si.
-dónde estas, llevo horas llamándote, porque no has ido a trabajar, estas bien, contéstame, dime algo- Suena realmente enfadado y preocupado. Nunca antes le había escuchado gritar, ni siquiera cuando discutimos, él siempre mantiene la calma.
Me tiembla todo y noto como las lágrimas me resbalan por el cuello hasta se absorbidas por el cuello de mi camiseta. Mi voz suena entrecortada cuando le contesto.
-Cariño… no se donde estoy-
-Cómo que no lo sabes, te has perdido- ahora ya no suena enfadado.
-Digo que no se donde estoy ni tampoco como he llegado hasta aquí-
Me pide que mire a mi alrededor y le diga que veo, pero ni siquiera tengo un cartel o un poste para saber que kilómetro o que carretera. Me anima a que conduzca más adelante para ver si localizo algo. Pasados unos minutos y con el móvil en función manos libres le indico que veo un cartel de entrada a un pueblo llamado El Coronil. Lo busca por Internet, estoy a más de mil quilómetros de Barcelona en un pueblo de Sevilla. Insiste en que recuerde como he llegado hasta allí, pero mi mente se niega a darme ninguna pista, mi ultimo recuerdo es mirar la aguja del gasoil. Instintivamente vuelvo a mirar la aguja y esta sigue estando a medio tanque. Levanto la mirada y mi coche esta aparcado en el parking de la empresa. Un golpe en el cristal me saca de mi estupefacción. Es Eva mi jefa, me saluda con una sonrisa. Sin mediar palabra cojo mi bolso y miro el móvil vuelven a ser las nueve de la mañana, no hay llamadas perdidas. El día transcurre como si nada hubiera pasado, los meils, las llamadas, las quejas, todo como siempre. Son las seis y media recojo mis cosas y me dispongo a coger el coche como cada tarde. Arranco el coche mientras intento convencerme a mi misma de que no he estado en la entrada del Coronil. La ansiedad atenaza cada uno de mis músculos mientras lentamente circulo por la C-32, escucho como los otros conductores me pitan y abuchean, pero soy incapaz de ir más rápido. Cuando por fin consigo aparcar el coche en la puerta de casa salgo de él como alma que lleva el diablo. A salvo en el ascensor pienso en la excusa que diré a mi marido para no volver a coger el coche.
Amparo16 de diciembre de 2007

2 Comentarios

  • Abunayelma

    Interesante, bien narrado y con una pizca de suspenso.
    espero otros.

    18/12/07 12:12

  • Igruher

    Lo mismo digo. Un saludo

    06/03/08 12:03

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