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El Angel de la Muerte (3)

Parte 2°
Los ojos azules, fríos como pedazos de cristal, miraban a la joven que corría con la gracia propia de las criaturas del bosque.

Por alguna extraña razón se quedó allí, quieto sobre la montura de su caballo. La mano enguantada que no sostenía la rienda, acariciaba perezosamente el rubí engarzado en la empuñadura de su espada. Aunque no lo admitiera así mismo, quizás esperaba al que había hecho correr tan asustada a la joven de cabellos de fuego. Una escusa para terminar con la miseria de alguien, era siempre una buena escusa.

Jinete y caballero en lo que dura una exhalación desaparecieron como una imagen en un espejo de agua.

Ojos sin pupila ni retina seguían a la joven que dedicaba el tiempo a recoger hierbas, frutos y raíces. La brisa fresca acariciaba su cabello, enredando las suaves hebras color rojo fuego. La ropa demasiado holgada para el grácil cuerpo se enredaba entre los espinos, que asemejaban traviesos dedos de juguetón amante.

El bosque entero parecía una gran catedral de techo verde esmeralda y de columnas talladas en roca café. El mismo sol se unía a su juego, ya que sus rayos se filtraban entre las ramas y hojas recordando la mágica belleza de exquisitos vitrales.

Se sentó la joven sobre una suave alfombra de hojas, bajo un enorme árbol rugoso y viejo, como si hubieran pasado por él eras enteras. Recordaban su magnificencia a los antiguos Ends.

De entre su canasta tomo una manzana, la blancura de su piel contrastaba contra el rojo de la fruta. El suave rose de la brisa en su rostro le hizo sentir las tiernas caricias que nunca había conocido. Mordió la fruta saboreando cada bocado, sus hermanos siempre guardaban para sí las frutas más dulces. En un descuido ella había tomado esta del tazón en la cocina. Sabía que se lo harían pagar, pero ciertos placeres de la vida bien merecían el castigo.

Tristan la observaba sin perder detalle, desde el pulso que palpitaba en su sien hasta el letárgico movimiento de sus manos, el suave color rosado de sus labios, la delicadeza de los rasgos de su rostro, para ser una campesina tenía las maneras de una reina. El joven Elfo poco a poco estaba cayendo en un encantamiento tan viejo como el tiempo.

Convertido en viento, en brisa, en aire, jugó con su pelo, toco su mejilla, meció su falta descubriéndole los tobillos. Un suspiro salió suave de entre los labios entre abiertos de la joven, su aliento dulce lo atrajo con cadenas de seda. Ella serró los ojos como quien se entrega a la pación de un amante, demasiado para un Elfo de sangre ardiente. Aprovechando que ella era víctima del mismo encantamiento, la empujó suavemente hasta hacerla caer de espaldas sobre la hojarasca.

Por primera vez, desde que tenía memoria, sintió deseos de sentir contra sus labios la ternura de otra boca. No como el sádico placer que Morgana la Fey llamaba beso, que encendía el cuerpo por el mismo principio que el fuego enciende la paja, un simple acto mecánico e inevitable. Su alma oscura, su corazón vació se llenaba de anhelos sin nombre, tan naturales como el sol que calienta o el río que corre.

El bosque entero, la esencia que da vida a las cosas impulsando cada latido, cada fluir de sangre y sabia, se había confabulado a favor de los nuevos amantes.

El ser medio humano, medio Elfo, hijo de una cruel traición, no lo líbero de ser dominado ahora por las mismas fiebres que habían hecho de su padre un muerto. Su corazón tan negro como la fosa más profunda del tártaro, cedía milímetro a milímetro ante la inocente doncella que con los ojos cerrados soñaba con su beso.

Sin poderlo evitar dejó de ser viento y brisa, tomando forma física se recostó junto a la joven. Vestido de negro como una sombra, sus ojos azules la miraban anhelantes. Ella con los ojos serrados parecía soñar. Con una mescla de miedo y ternura el Ángel de la Muerte tocaba la esencia misma de la vida.

Un suspiro profundo salió del pecho de la joven haciendo que él retrocediera. Al ver que ella continuaba con los ojos serrados se acerco de nuevo para continuar el peligroso juego. Quitándose uno de sus guantes negros, que protegían una mano de dedos largos y fuertes por el uso de la espada, acarició la mejilla como solo las alas de una mariposa podría hacerlo.

Despacio, como si temiera ser herido de muerte. El alma entera temblando al sentir la calidez del cuerpo suave de la joven. Los labios del Elfo se posaron delicadamente sobre los de ella que lo esperaban entreabiertos.

Un rose… el simple rose la hizo darse cuenta de que no era un dulce sueño. El Elfo de nuevo se convirtió en viento, en aire huyendo a refugiarse en las copas de los arboles.

¿Qué había hecho?... Era igual a su padre cuya estupidez había maldecido casi tanto como a la maldad de su madre.

Por fin habían entendido como su padre, un príncipe Elfo, un Dane, había caído en las redes de una hermosa hechicera humana. La que porciento le había dado como regalo la más horrible de las muertes para un hijo nacido de la magia.

Sintió miedo… El más crudo y helado terror sacudió su ser. Estaba maldito, aún más que antes. La hechicera humana había tocado lo que ni siquiera la maldad de Morgana había podido. Aún cuando la Fey lo había rescatado de entre los pordioseros de la Ciudad del Rey para enseñarle las artes oscuras, ni siquiera ella lo había hecho doblegarse como la doncella de cabellos de fuego.

-¡Debería darte vergüenza!- Hablo la joven con una voz cantarina de tono dulce, tan dulce como la cálida expresión de sus ojos verde esmeralda.- Un árbol viejo como tú robándole besos a inocentes doncellas que duermen a su sombra.

Al Elfo le pareció ver como el viejo árbol sonreía. Más le valía a ese montón de leña mantener la boca serrada, sino el mismo se encargaría de convertirlo en yesca.

Lo humanos no solían entender el idioma de las cosas, pero con esa doncella era mejor no arriesgarse. En ese preciso instante tomo la decisión de nunca más volver a poner sus pies sobre esas tierras, aunque su vida dependiera de ello. Con la resolución hecha regreso al oscuro reino de Ávalon.

Lamentablemente el secreto encuentro no fue testificado solo por las criaturas del bosque. La maldad encarnada lo había visto todo. Morgana furiosa se mordió los labios hasta sangrar, por sus venas la sangre se convertía en lava hirviente. Temiendo que Tristan apareciera en cualquier momento, le dio la espalda al espejo para que la imagen del bosque se desvaneciera. Su venganza sería terrible.

-“El mismo Tristan será víctima y herramienta”- Se juró Morgana a sí misma.

(Continuará)

Anatema15 de septiembre de 2011

2 Comentarios

  • Anatema

    Agradezco comentarios para mejorar…

    15/09/11 04:09

  • Albasilencio

    un relato lleno de fantasía, me ha gustado, un saludo.

    15/09/11 07:09

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