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El Angel de la Muerte (5)

Parte IV
Tristán se preparaba para lo mismo de todos sus sombríos días en Avalón, sacar a pasear a su Catoblepas y alimentar a su Trasgo. Conservaba ambas criaturas solo para ver la cara de espanto de Morgana. La Fey detestaba a ambas criaturas ya que eran muy difíciles de manipular. No respondían al miedo ni a ningún tipo de persuasión, pero cuando eran leales a algo o alguien eran inamovibles. Extrañamente ambas criaturas habían adoptado al Elfo Oscuro, conocido como el Ángel de la Muerte, como su amo.

Ni siquiera los Dragones leales a Morgana se atrevía a acercarse a su Catoblepas. Su fama de que con solo una mirada podían convertir a cualquier cosa en piedra o hasta matarlas definitivamente era algo que disuadía a la mayoría. No digamos su aspecto, espalda cubierta de escamas, una cabeza que miraba siempre hacía abajo, de tamaño de un toro, con cuerpo de búfalo y cabeza de cerdo. Era una linda mascota, aunque pocos llegaban a apreciar su muy escondida belleza.

Su casa situada del otro lado del bosque de la Desesperanza, lo más lejos posible del castillo de Morgana, sin ser demasiado obvio. Cuando tubo edad para comenzar a darse cuenta de quién o qué realmente era la Fey decidió poner algo de distancia. La excusa perfecta fue su gusto por las mascotas peligrosas y su muy conocido carácter explosivo. En una ocasión casi acaba con la mitad de los Trolls que eran la guardia personal de su ama. De allí su muy merecido sobre nombre.

Claro que la distancia no era suficiente para evitar la lascivia de Morgana, pero con el tiempo aprendió que para ella él era tan necesario como ella lo era para él. Podía declarase cierto empate al respecto. Con el tiempo no solo se fue del castillo, sino que también logró escurrirse de su cama. Lo último fue el más grande alivio. No era que la Fey fuera un monstruo, al contrario, era una belleza mítica. Alta hasta apenas ser diez centímetros más baja que él, cuerpo de diosa, rostro de rasgos delicados, labios carnosos y rosados, ojos celestes tan claros como un cielo sin nubes, voz dulce hipnótica, el cabello rizado y largo hasta llegarle a la delgada cintura, de un rubio tan claro que era casi etéreo. Pero con un corazón tan negro como no había comparación posible.

Siendo él un niño de doce años, solo y desesperado, medio Elfo, medio humano, viviendo en las calles de la Ciudad del Rey, ella supo aprovecharse perfectamente de la situación. Le ofreció la oportunidad de escapar del reino de los humanos, tomar posesión de sus poderes de Dane, ya que su padre era un poderoso príncipe Elfo engañado por la traición de su amante, una bruja humana. Para obtener la justa venganza vendió lo único que en ese momento tenía, su libertad.
Acabó dando su palabra de servir a Morgana la Fey a cambio de que esta desatara sus poderes de Dane. Desde entonces ella lo convirtió en su amante y mascota. Al principio él creyó amarla, era increíble que una criatura tan hermosa se acercara a un muchacho delgaducho, de orejas puntiagudas y cabello negro y largo como la cola de un caballo. El tiempo no tardó en sacarlo de su error, de su gran error.

Su casa era una fortaleza de piedra sólida. Poderosos encantamientos evitaban que cualquier cosa entrara en ella. Eso y su Catoblepas pastando fuera evitaban las visitas desagradables, en realidad evitaba cualquier tipo de visita. Lúgubre como lo era cualquier cosa en ese reino de las sombras, un lugar maldito donde la luz del sol nunca llegaba. Un color escarlata pálido era la luz mortecina que iluminaba el cielo en las horas del mal llamado día.

Salió de su habitación, un lugar tan asegurado que ni siquiera tenía puertas o ventanas, con un encantamiento movía la piedra para que diera un espacio conforma de puerta para entrar o salir de ella, de lo contrario no había manera.

Como era de esperarse su Catoblepas aguarda a la entrada de la fortaleza, pero al Trasgo no lo vio por ninguna parte. Eso era algo normal en esa pequeña criatura. Nunca se sabía dónde podía encontrárselo ya que cambiaba de forma con gran facilidad. Tenía cierto gusto por espiar a Morgana, siempre se las arreglaba para advertirlo de los interesantes planes de su ama, dándole el tiempo justo para idear un plan alternativo. Hacer rabiar a la Fey se había convertido con el tiempo en el más apreciado de sus placeres.

Estaba limpiando la espalda escamada de su más temida mascota cuando apareció ante él una rata negra, grande casi tanto como un gato, de aspecto repulsivo.

-¡Étilus!- Le hablo Tristán adivinando de quién se trataba.- ¿Puede saberse dónde estabas metiendo las narices?

Un humo negro rodeo a la rata, haciéndola crecer mientras diluía su forma. En lo que dura un latido un duende pequeño, de cara negra, ojos verdes, cuerpo delgaducho y encorvado apareció con una mueca que mostraba unos pequeños y afilados dientes. Lo que para esa criatura era una sonrisa.

-¡Protegiendo sus intereses amo!- Respondió con voz chillona

-Un día de estos Morgana te va a atrapar y me va a obligar a limpiar tus despojos con una cuchara.

La risa chillona rompió el aire como una navaja.

-¡La perra no es tan lista amo!- Luego Étilus agrego ladeando la cabeza en un gesto que suelen hacer las aves.- No sé si le interese, pero Morgana envió unos Trolls de cacería al reino de los mortales.

-Sabes que los humanos no están entre mi lista de intereses… Morgana puede usar los huesos de todos ellos para construirse un nuevo castillo que no me importa… Hasta podría ayudarle.

-Si… Pero hay algo en todo esto que no me gusta…

Tristán había aprendido asía mucho tiempo a confiar en el instinto de su Trasgo, quizás era hora de darle una vuelta a su ama. La que extrañamente lo había dejado tranquilo desde asía unos días.
Vestido de negro como era su costumbre, con una armadura flexible que cubría todo su cuerpo se preparó para lo inevitable. Una capa oscura con capucha cubría su hermoso rostro, una enorme piedra negra colgaba del collar en su cuello, que hacía juego con el anillo en su mano derecha, constante recordatorio de su esclavitud.

En medio de un humo negro desapareció para presentarse en medio del salón de su ama. Morgana tenía a un hombre medio muerto con la cabeza sostenida en su regazo. Sus bellos labios manchados con la sangre del mortal.

-Veo que interrumpo el desayuno.- Hablo Tristan sin descubrirse el rostro.

-Sabes que mi desayuno favorito eres tú…- Le respondió la Fey con una sonrisa lasciva.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Tristán, las palabras de la mujer le evocaban momentos de placer carnal que luego se convertían en una sensación tangible de suciedad que le duraba días. Realmente la odiaba y el no poder hacer nada al respecto lo hacía enfurecer lo indecible.

Solo el recuerdo del beso de la doncella en el bosque le demostraba que había cosas peores que su esclavitud, al menos Morgana no dominaba sus pensamientos, ni sus deseos.

-¡Es mejor variar el menú señora!- Casi escupió la palabras sin poder disimular su disgusto.

Con un gracioso movimiento de su mano empujó al hombre de su regazó, cayendo este pesadamente al suelo. Estaba muerto. Luego limpio las manchas de sangre de su rostro con un pañuelito blanco que un Trolls le alcanzó.

-Juegas con los sentimientos de una dama.- Se quejó la Fey con fingido pesar.- Venir aquí con toda tu magnificencia solo para decirme que no puedo probar tus encantos.- Luego dándole un tono más siniestro a su voz continúo.- Ten cuidado de seguir jugando conmigo… Me conoces mejor que nadie.

Morgana sentada en su trono construido con los huesos de los Elfos que se habían atrevido a entregarla al consejo de los Dane, se veía como lo que era, una criatura tan hermosa como siniestra. Su rostro delicado, de líneas frágiles, sus ojos celestes, sus labios carnosos, todo en ella era tan tentador como el pecado. Tristán era el único en el mundo que era inmune a sus encantos. Sabía que había más espina que rosa en ella.

-Jamás me atrevería señora.- Respondió en un tono condescendiente que sabía la hacía enfurecer más allá de lo prudente.

Definitivamente ese era uno de esos días en que Tristán perecía más que dispuesto a llevar a su ama hasta el punto de querer matarlo, olvidando que gracias a él muchos seres le temían y le obedecían.
Morgana bajo de su trono con la gracia propia de una reina. Con paso lento, cadencioso se acerco al Elfo. El vestido largo color rojo sangre, vaporoso, se pegaba a la delgadez de su cintura, a la llenura de su busto y a la redondez de sus caderas. Los Trolls y otras criaturas innombrables sabían detectar cuando era el momento de desaparecer. En lo que dura un suspiro quedaron solos en medio del salón.

La mujer llegó tan cerca, que Tristán podía sentir el aliento dulce y ferroso de la sangre que acababa de beber. Ella lo tomo por la nuca, lo haló del cabello lacio y negro para acercarlo a ella. Lo beso con un beso fiero, los colmillos de la Fey cortaron sus labios haciéndolo sangrar. Ella bebió de la sangre con avidez.

Apartándose solo unos centímetros del Elfo, con fingida dulzura le advirtió.- Tu rebeldía te va a costar lágrimas de sangre… Si crees que hasta ahora has conocido el dolor, siento advertirte que no será nada comparado con lo que te haré pasar.

Con la misma rapidez de su asalto se aparto de él para sentarse en su trono. Una gota de sangre salía por la comisura de sus labios. Una sonrisa satisfecha adornaba su rostro.

El Elfo la miraba de frente, sus ojos azules fríos como los hielos eternos no mostraban el menor temor. No había nada que la Fey pudiera arrebatarle, no tenía nada que apreciara, su vida misma era una miseria. ¿Qué podía perder que no hubiera perdido ya?

-Has de mi vida algo entretenido, señora.- La reto casi esperanzado.
No había terminado de hablar cuando un grupo de tres Trolls apareció a través del enorme espejo que había empotrado en la pared opuesta de donde estaba el trono de huesos. Uno de ellos llevaba un saco lleno de algo.

Como si la criatura adivinara la curiosidad de su ama vacio el contenido del saco frente al trono. De este rodo una doncella pequeña de cabello rojo y vestidos humildes. Por un momento el corazón de Tristán dejo de latir, aunque su rostro no demostró la menor emoción.

-¿Una hembra?- Hablo Morgana con un gruñido poco femenino.- Pedí un hombre y eso me traen. Con su sangre no llenaría ni un vaso.

-Pero mi señora…- Trato de disculparse el que parecía el líder de las criaturas, su rostro deforme demostraba verdadero pavor. Usted dijo…
No termino la frase cuando la Fey lo hizo estallar quedando de él solo una masa informe en el piso de piedra del salón.

-¿Alguna otra escusa que tenga que escuchar?- Amenazó con esa voz suave que la hacía aún más peligrosa, como el sisear de una serpiente.- Aléjense de mi vista y llévense a esa cosa de aquí.- Al ver la duda en el rostro de las criaturas aclaró.- Hagan lo que quieran con ella…

La doncella algo confundida trato de incorporarse, pero las piernas parecían no responderle. Levanto su rostro pálido por el miedo, sus ojos verdes dilatados dejaban claro que estaba más allá de lo que podía soportar. Tal vez era lo que evitaba que se desmayara o gritara.

Los Trolls chillaban y daban gritos felices, uno tomo a la doncella del brazo y la arrastró fuera del salón.

-Y tu maldito Elfo.- Habló furiosa.- Lárgate de aquí antes que olvide lo hermoso que eres y haga algo de lo que pueda arrepentirme después… Mucho después.


(Continuará)


Anatema17 de septiembre de 2011

2 Comentarios

  • Anatema

    Agradezco comentarios para mejorar

    17/09/11 06:09

  • Anatema

    Gracias por tu comentario... Pero trata de ser más específica... Me ayudan mucho las opiniones

    24/09/11 05:09

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