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La Dama y El Lobo (2)

Si no supiera que pertenecía al reino animal, ella podría jurar que se le cayó la mandíbula y que la miraba como si dijera: “Esa mujer está loca” Esa fue la reacción cuando escucho su nuevo flamante nombre

- No te atrevas a vomitar sobre la alfombra.- Lo amenazo tirando suavemente de una oreja al ver que el animal ponía la cabeza entre sus patas.

Como única respuesta escucho un suave gemido. Elizabeth comenzó a preocuparse. Suavemente lo hizo recostarse sobre un costado para examinarle el pecho. El animal cooperó diligentemente, sus ojos dorados la miraban cansados.

El estado de la herida la tomo por sorpresa, estaba casi totalmente serrada. Ningún animal podía sanar tan rápido.

-¿Qué eres muchachote?- No pudo evitar preguntar mientras le acariciaba suavemente el pelo tras las orejas.

Un suave ronroneo escapo de la garganta del animal. En poco tiempo estuvo totalmente dormido. Era agradable tener compañía, aunque esta tuviera cuatro patas.

Sabía que debía regar las plantas del jardín, arreglar la cocina, tal vez hasta sacudir un poco, pero no se sentía con ánimos. En la veterinaria le habían dado toda la semana libre, así que tenía tiempo de sobra para sentir lástima de si misma. Recostó la cabeza en la espalda del lobo, al poco tiempo se quedó totalmente dormida.

Cuando despertó debían ser ya como las nueve de la mañana, por que el sol le pegaba de lleno en la cara. Esperó sentir el pelaje suave del lobo…

-¿Quién eres?- No pudo más que preguntar levantándose de un salto, todo rastro de sueño se despejo por completo.

El hombre desnudo recostado en la alfombra seguía profundamente dormido boca abajo. En la misma posición que se había acomodado el lobo antes. Aunque el tipo era enorme, al menos un metro noventa, con musculo bien definidos bajo una piel dorada. No había manera de que moviera al enorme lobo sin hacer mucho desorden, es más, ella estaba acostada sobre el animal.

El reloj de la sala marcaba las nueve y media, ella se había quedado dormida alrededor de las ocho y media, un sedante tan fuerte para hacerla quedar inconsciente debería tener un efecto más largo. En realidad no se sentía dopada. Algo andaba mal, realmente mal y la posibilidad no le gustaba nada.

No podía verle el rostro, ya que unos mechones de cabello café claro le caían sobre la frente y las mejillas, pero la respiración regular le decía que seguía profundamente dormido.

Su total falta de sentido común tomo las riendas de la situación, sabía que debería llamar a la policía y reportar a un desconocido desnudo en la sala de su casa, pero no lo hizo. En cambio se puso de rodillas junto a él, como antes lo había hecho con el lobo. Con cuidado de no despertarlo aparto el cabello que le cubría el rostro.

Un gran “Oh”, fue lo único que pudo decir, si el cuerpo del tipo era un pecado la cara solo terminaba de confirmarlo. El rostro relajado recostado contra la alfombra era hermoso, sin llegar a femenino. Unas pestañas largas y rizadas le daban un aire infantil a los rasgos duros de hombre. La boca un tanto fruncida por la posición en que dormida daba ganas de morderla. El pensamiento la asustó más que la misma presencia del desconocido. Con suerte el que tendría que poner la denuncia sería él.

Sin poder evitar recorrió con la vista aquella espalda ancha, la cintura estrecha y un trasero de gloria. Se mordió los labios al sentir el ardor en las mejillas, era una desvergonzada.

Tomo la manta con la que había dormido en el sillón y se la puso encima, el tipo era tan grande que no lo pudo cubrir por completo.
Se sentó en el sofá, recogió las rodillas contra el pecho, sentía que el corazón se le iba a salir. Se mordió tan fuerte los labios que sintió el sabor a sangre en la boca. ¿Dónde está mi lobo?

Un suave quejido escapo del hombre, pero seguía tan quieto, que de no ser por el suave movimiento de la respiración, hubiera parecido muerto. Estaba tan confundida que sentía que el cerebro le funcionaba lentamente, la impresión amenazaba con hacerla vomitar.

Otro suave quejido la hizo volver a la realidad, el color escarlata de las mejillas del hombre le recordó que debía haber una buena razón para que estuviera allí sin moverse. La idea de que el lobo y el hombre…

No era una cobarde, ya estaba en la situación y no le quedaba más que hacerle frente. Se puso de pie, sin poder evitar un temblor en el cuerpo se agacho junto al hombre. Con cuidado de no hacerlo despertar le toco la frente, estaba ardiendo. Respirando profundo decidió que era hora de darle la vuelta.

El pánico le revolvió el estomago, hasta el punto de tener que ir al baño a vomitar. Se lavo la cara, respiro profundo.

-¿Qué demonios está pasando?- Le pregunto a la mujer que la miraba desde el espejo con unos grandes ojos negros dilatados por la sorpresa. – ¡Me estoy volviendo loca!

El hombre tenía una herida en el pecho idéntica a la que tenía el lobo, ella podía reconocer su manera de suturar en cualquier parte. Ambos era la misma cosa. Eso era imposible. Tomo una bocanada de aire, tratando de darse valor. Debía ser alguna especie de broma complicada, muy complicada.

Un poco más tranquila, se dirigió a la sala. Un lobo enorme estaba durmiendo a pierna suelta en el piso, al menos tenía más experiencia cuidando animales que a hombres.

Durante el resto del día se dividió entre atender al herido, hacer la comida y ordenar la casa. Era increíble como la vida de una persona podía ponerse patas arriba. Y pensar que solo el lunes su tía vivía, es más, pensaba que los hombres que se convierten en lobo era cosa de ficción.

El teléfono sonó varias veces durante la tarde, varios vecinos querían saber cómo se encontraba y le ofrecieron un lugar para que no se quedara sola en la casona. Era cierto que su invitado podía ser una desgracia más a la larga lista, pero al menos le daba otra cosa en que pensar.

Estaba en la cocina preparando la cena cuando escucho la lámpara de la mesita de la sala quebrarse. Cuando llegó a ver lo que sucedía encontró que el lobo había tratado de ponerse de pie, pero que había vuelto a caer llevándose consigo la mesita y la lámpara sobre esta. Tenía los ojos cerrados y gruñía.

-Solo falta que te hallas abierto la herida.- Se enfadó Elizabeth poniendo las manos en las caderas. – No te preocupes, no voy a llamar a la perrera.

El animal dejó de gruñir y le dedico una mirada gélida, al parecer no estaba muy acostumbrado a que lo riñeran.

-Y vete quitando esa miradita de macho alfa…- Lo sentenció.- o vas a acabar durmiendo atado en el patio.

Eso sí que lo tomo por sorpresa, levanto la cabeza de golpe y levanto las orejas, eso era toda una declaración de guerra.

Elizabeth estuvo segura de que si un lobo sonriera, eso era lo que estaba haciendo en ese momento.

-¡Raro!- Siseo Elizabeth

-¡Loca!- Resonó en la mente de Elizabeth una voz de hombre.

Quiso abrir la boca, pero tuvo que serrarla de inmediato, esa cosa le había hablado sin emitir sonido. Solo pudo rogar que no leyera la mente también. La idea la hizo sonrojarse hasta la raíz del pelo. Las cosas solo empeoraban, de seguir por ese camino…
Anatema01 de octubre de 2011

2 Comentarios

  • Anatema

    ¿Qué te pareció?

    02/10/11 03:10

  • Indigo

    Bien, solo algunos detallitos...

    02/10/11 04:10

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