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La Dama y El Lobo

El funeral solo se podía describir como emotivo. La tía Pily había sido muy querida en el pueblo. Para ellos era lamentable la pérdida de un baluarte de la comunidad, para Elizabeth el mundo entero se le había caído en pedazos.
Era increíble como una persona tan llena de vida, en sus cincuenta vibrantes años pudiera acabar en una caja de madera. Según el parte policial fue un ataque cardiaco, Elizabeth tenía otras ideas.
Su tía quería ser enterrada en la tierra, sonriendo le decía que la caja era algo opcional. El sonido hueco del féretro al llegar al fondo hizo eco en su corazón. Cuando murieron sus padres en un accidente de coche ella era solo una bebé, sus primeros recuerdos siempre rondaban alrededor de esa bondadosa mujer.
Amigos y vecinos le dieron un abrazo y la consiguiente palmadita en la espalda. Las palabras le llegaban como olas lejanas, como un eco que no la tocaba. Como en un sueño transcurrieron las horas. Llegada la tarde todos se habían marchado. Era como si no hubiera ocurrido nada, cada quién se retiro a sus vidas y ella debía hacer lo mismo.
Tal vez si hubiera quedado algún familiar la carga hubiera sido compartida, pero ella y la tía Pilly solo se tenían una a la otra. Ronald, el jefe de policía la llevo silencioso hasta la vieja casona. Un hombre, alto, robusto como un tronco en sus sesenta años, pronto a pensionarse, de sonrisa fácil y trato amable. Durante algún tiempo Elizabeth estuvo segura de que el buen hombre estaba enamorado de su tía, quizás ella había muerto sin que él se decidiera a decírselo. Era increíble como ahora todo adquiría otra dimensión.
Con un gesto de manos se despidieron, cada uno arrastrando su propia tristeza. Elizabeth no había llorado, todas la lágrimas atrapadas en su pecho casi no la dejaban respirar. Puso la llave en la cerradura y la giro. El click que hizo el seguro al liberarse la saco un poco de su ensimismamiento, en ese momento fue consciente de que se había quedado totalmente sola. Sin abrir la puerta se dejó caer sobre el piso de madera de la entrada, la espalda recostada a la pared y su corazón tan frio que ni siquiera pudo romperse.
Fuera en el patio una brisa fresca movía las hojas, el sol estaba tan bajo que sus rayos se habían convertido en una tibia caricia. A Pily siempre le había gustado tanto la casa, el vecino más cercano estaba aún kilometro, era como vivir en un mundo privado. El césped bien recortado, las plantas verdes y los árboles enormes completaban el marco de la vieja casona de madera. Una construcción de dos pisos, cinco habitaciones en la planta alta, en la planta baja un enorme corredor la circundaba casi por completo.
-Trabajé toda mi vida solo para estar en un lugar así.- Le había dicho su tía un día en que estaban viendo pasar el tiempo sentadas en el corredor.
Si uno leía sabiendo que buscar, en los libros de la tía Pily se podían encontrar bosquejos de la casona. Descripciones del viejo piano, del florero antiguo del comedor, la distribución de las plantas en el jardín. Ella amaba cada cosa de ese lugar, ella ahora no sabía que ocurriría con todo aquello. El abogado le había dicho que el martes vendría a explicarle los detalles de la última voluntad de la buena mujer.
Sin saber cuánto tiempo había transcurrido, se encontró así misma sentada en el corredor, rodeada por la oscuridad. El silencio era solo interrumpido por algún grillo trasnochador, era la bendición de vivir en un lugar como ese, ella podía quedarse allí sentada por días enteros y nadie la molestaría. Tenía tantas ganas de llorar pero las lágrimas simplemente se rehusaban a salir.
Un ruido, como de ramitas rompiéndose llamó su atención. Los sensores de luz se encendieron automáticamente al sentir movimiento en el patio. La sorpresa desentumeció sus sentidos, el corazón comenzó a latir más rápido empujando la sangre por sus venas golpeándole la sien.
En ese lugar no había cosas que en las grandes ciudades era algo corriente, aquí la tasa de delincuencia estaba casi en cero. La policía se dedicaba a apartar pleitos en los bares, una que otra pelea doméstica, un raterillo robando gallinas o algunos sacos de la cosecha de otro vecino. Trato de recordarse eso asi misma para evitar entrar en pánico.
-¿Hay alguien allí?.- Se sintió algo boba preguntándole a nada.
Un ligero movimiento entre las ramas del arbusto la puso en alerta, para empeorar la situación el perro comenzó a lloriquear metido en la casita que tenía aún lado del patio. El teléfono móvil estaba dentro del bolso que había dejado tirado junto a la puerta de entrada. Sintiendo como el miedo le hormigueaba en las manos logro moverse hasta poder alcanzar el bolso.
Respirando profundo decidió actuar con lógica, no llamaría a Ronald sólo porque un perro cobarde llorara por el piquete de una pulga en la espalda. Además el movimiento en la maleza podría ser algún animalillo enfiestado. No le daría la razón a todos los que le aconsejaron que no debiera quedarse sola en la casona, esta había sido su único hogar desde que tenía memoria y no lo abandonaría ahora.
Apretando el celular contra su pecho, en la otra mano una rama deshojada que de seguro el perro había llevado hasta el patio para jugar, fueron su protección y arma. Tragándose el miedo comenzó a caminar hasta el límite del patio, territorio de la vida agreste.
Lo que vio detrás de la cerca de madera la dejo de una pieza. Un gran perro estaba tirado inconsciente, o al menos eso parecía, por que cuando ella se acercó no dio muestras de interés. Si no estuviera segura de que en ese lugar el depredador más grande eran los coyes, habría jurado que ese animal era un lobo. Uno bastante grande por cierto.
Sonriendo entendió el por qué de la estratégica retirada del perro de la casa, aún inconsciente ese animal daba miedo. La cabeza era grande, los músculos de las patas eran firmes y fuertes, la espalda ancha dejaba claro que no era ninguna mascota faldera, solo el pelaje gris largo daban ganas de acariciarlo. Con un animal así como guardián estaba segura de que no volvería a asustarse por nada.
En una carrera regreso a la casa para buscar una linterna, era necesario revisar por que el animal estaba inconsciente. Al llegar de nuevo al límite del patio escucho un gemido débil, al parecer el lobo había tratado de incorporarse lastimándose aún más, la enorme mancha de sangre se lo dejó claro.
-¡Vamos chucho!- Trato de tranquilizarlo. – Un chico grade como tú no le puede tener miedo a un metro sesenta de nervios como yo.
El animal pareció entenderla porque levanto un poco la cabeza. Elizabeth habría apostado que ese animal le pedía ayuda con esos hermosos ojos dorados.
-Estas de suerte grandote… Hay una bacante para “perro grande guardián”- Le habló mientras se agachaba, siempre teniendo cuidado de dejar espacio para retirarse si el animal desidia no aceptar ayuda.
Despacio puso las rodillas sobre el zacate ya un poco húmedo por el roció de la noche, sinceramente no le importaba echar a perder ese pantalón negro, de todos modos no pensaba volver a ponérselo.
Como si él mismo supiera que ella podría asustarse, se quedó muy quieto con el hocico enterrado en la hierba. Con mucho cuidado le palpó la cabeza, recorrió con sus manos el cuello, el pelo era tan suave que por un momento casi olvida para qué lo estaba tocando. No parecía tener nada roto, la herida que emanaba sangre debía estar en la parte de abajo porque no alcanzaba a verla.
-Tendrás que ser un perro valiente.- Le habló mientras trataba de darle la vuelta sin lograrlo. Era demasiado grande y pesado para que ella lo pudiera mover sola.-Necesito un poco de ayuda por aquí.
Con un gemido el lobo levanto la cabeza, al parecer estaba en lo último de sus fuerzas. Elizabeth sabía que cualquiera con un punto más de sentido común que ella habría salido corriendo de allí buscando su escopeta, pero ella honestamente no era conocida por ser muy prudente que digamos.
Tratando de ser lo más cuidadosa posible le dio la vuelta al animal que apenas si lograba moverse por si mismo. Como se imaginó, una herida larga y profunda le recorría casi todo el pecho. Era como si lo hubieran abierto con un enorme cuchillo de los que usan los jardineros para podar arbustos.
-¡Por Dios!- Fue lo único que pudo decir. Era una suerte para el chucho que ella se hubiera graduado de veterinaria apenas el verano pasado. - Me vas a deber una grande lobo.
-Tomo el móvil y llamó a su jefe.-
El veterinario del pueblo, un viejo y bonachón hombre, la había contratado como ayudante desde antes de que se graduará. Ella amaba el lugar y no pensaba marcharse de allí, ya tenía planeada toda su vida, cuando el veterinario se jubilara, ella ocuparía su lugar. Las personas eran agradables, pero no le daban sus animales a cualquiera, eso era algo que ella tenía a favor, la conocían de toda la vida.
-¡Halo!... ¿Estás bien?- Hablo la voz preocupada del veterinario.
-Si lo estoy Jack.- Hablo agradeciendo poder decirlo.
-Sabes que no tienes por qué quedarte sola en la casona. Mia y yo estaríamos encantados de que te quedaras aquí con nosotros, desde que los chicos se casaron nos sobra mucho espacio.
-Lo sé… pero no es por eso que te llamo… Necesito ayuda profesional. Podrías decirle a Leo que venga a mi casa, necesito mover un animal herido muy pesado a dentro y no puedo hacerlo sola…. Solo espero que no sea muy tarde.
En ese momento las fibras médicas del buen doctor se movieron, ambos trabajaban con animales por cariño a la especie.
-No te preocupes… Son apenas las diez… Le diré que valla de inmediato.
Leo era un chico que les ayudaba en la veterinaria, trabajaba medio tiempo con ellos para poder ahorrar para la universidad. Era un joven bajo, de cabello rojo, de espaldas amplias; a Elizabeth siempre le recordaba un tronco.
A grades costos lograron acomodar al enorme animal en el centro de la sala sobre la alfombra. Con cada movimiento la herida amenazaba con abrirse de nuevo. Ya sea por el dolor o la debilidad de la pérdida de sangre, el lobo quedó inconsciente.
-Esta segura que quiere quedarse con este animal… Podría ser peligroso.- Le advirtió por última vez Leo antes de subir a la camioneta.- Déjeme llevarlo a la veterinaria.
-Sé queda aquí… Será buena compañía.
Elizabeth estaba segura de que cuando se repusiera sería un excelente perro guardián. Ideal para acompañar a una mujer sola.
Durante la noche durmió en el sofá de la sala, al menos estar pendiente del bienestar del lobo la mantuvo concentrada en otra cosa que no fuera la soledad de la casa. Ella solo tenía veinticinco años, pero ahora se sentía como si el peso de medio siglo le hubiera caído encima.
-“Todo pasa niña… todo pasa… Todo menos aquello que uno ha amado, eso se queda en el corazón”- Aún podía escuchar su voz como si estuviera en la cocina preparando el desayuno.
De pronto la gran presa de lágrimas que le cerraba la garganta cedió con la luz de la mañana. Sin saber muy bien como se encontró recostando la cabeza sobre la espalda del enorme animal y lloró… Lloró por sí misma, por la tía Pily, por los padres que no recordaba, por la soledad que desde niña se había convertido en su mejor amiga.
El gran lobo despertó, pudo sentir como los músculos de la espalda se contraían tratando de encontrar una posición más cómoda.
-Lo siento mucho… Creo que eres el paño de lágrimas más grande que he tenido.- Se disculpó mientras se sentaba sobre el piso recostando la espalda al sillón de la sala.
- ¿Cómo te sientes?- Con el dorso de la mano se secó las lágrimas de las mejillas.- Te ves casi tan mal como yo… Iré a buscar algo para el desayuno.
Llegaba a la cocina cuando se sintió observada. Dando la vuelta se encontró con la mirada dorada del lobo, por un momento le pareció ver un brillo de apreciación en el animal. Para ser sincera en condiciones normales jamás hubiera andado por la casa con un camisón tan corto, ella era del tipo conservador.
Con una sonrisa alejó esos pensamientos tan extraños, el animal era listo, pero no para tanto. De todos modos pensó en subir a cambiarse la ropa por unos pantalones y una camiseta.
Contrario a lo que se imagino el lobo tenía buen apetito, no tenía comida para perro así que tuvo que darle tocino y un par de huevos. La tía Pily y ella siempre desayunaban juntas, la idea de sentarse sola en la mesa del comedor no era algo que la tentara. La solución fue sencilla, llevo los platos y se sentó sobre la alfombra de la sala junto al lobo.
No tardó mucho al darse cuenta de su error. Cuando se llevaba una tostada a la boca vio la mirada suplicante del animal. Tuvo que darle su tostada, al final se tomó también su café, se comió la mitad de sus huevos y todo el tocino. En ese preciso momento encontró el nombre perfecto para su nuevo amigo: Tragón.
Anatema29 de septiembre de 2011

5 Comentarios

  • Anatema

    Sientase en confianza de criticar... todo sea para mejorar...ja...ja

    30/09/11 02:09

  • Norah

    sonriendo le decía que la caja era algo opcional. ...insisto eres muy buena en verdad.Saludos.

    30/09/11 05:09

  • Indigo

    Se puede dividir en 2 entregas, de modo que la lectura sea algo más cómoda, tengo la certeza que igualmente mantiene la atención y suspenso que en mi caso fue total, luce interesante que pueda ocurrir con esa enorme mascota, y esos ojos dorados observándole las piernas...mmm es inquietante. Te sugiero escribir las entregas entre 450 a 500 palabras, si usas OFFICE WORD, en la barra superior, clic en HERRAMIENTAS, en el desplegado clic en Contar palabras... y listo.

    Saludos amiga. Adelante con la continuación.

    30/09/11 06:09

  • Indigo

    Cierto Norah.

    30/09/11 06:09

  • Anatema

    Gracias a todos... Escucharé sus consejos y los icluiré en mi trabajo

    30/09/11 01:09

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