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Recuerdos de una Vieja Espera

Estaba la vieja dama sentada en la mecedora del corredor. Con la vista fija en alguna parte, la respiración lenta inflaba su pecho, sus ochenta años la asían letárgica, pero no demente.

El sol de la tarde se filtraba por las hojas de la mata de veranera, cristales de luz se dibujaban en el patio de tierra. Un suspiro escapo de sus pulmones cansados.

-¿Qué hace la muerte que no me lleva?- Habló más para sí misma que para la nieta que le peinaba en una larga trenza el cabello cenizo.

-Deja de decir esas cosas abuela…- La riño la niña sin comprender la contundencia de sus palabras.

-Ya quiero ver a mi Hugo- Le dijo con voz cansina la dama, como si diciéndolo en voz alta pudiera alcanzar la piedad del Altísimo. – Extraño tanto a mi pequeño.

La niña ya había escuchado la historia antes, la abuela había parido trece hijos, solo doce de ellos habían llegado a pasar el año de vida. Su Hugo había muerto a escasos quince días de haber venido al mundo.

-¿Cómo puedes extrañar a alguien que conociste durante tan poco tiempo abue…?- Pregunto la niña de escasos doce años, con la inocencia propia del que no ha vivido.

-Lo extraño pequeña…- Le respondió la abuela con una sonrisa dulce, complacida de poder darle carne y sangre a su niño a través de los recuerdos.- Era un niño hermoso, hubiera sido tan alto como tus otros tíos, quizás noviero como Rafael, o callado como Roger, tal vez serio como Daniel, nunca lo sabré. He vivido sesenta y cinco años de mi vida preguntándomelo. Con cada hijo que creció en mi regazo se consoló mi eterno sufrimiento, pero jamás desapareció.

Mirando hacia uno y otro lado la niña se aseguró de que ningún adulto la escuchara preguntar. Era un tema prohibido ya que pondría triste a la abuela, le había advertido su madre. Enrollo el cabello en un moño y lo acomodo en la coronilla de la cabeza de la dama. Luego camino alrededor de la mecedora, se sentó en el banco que había enfrente.

-¿Cómo murió abuelita?- La niña espero paciente a que su abuela respondiera.

-De llorar…- Fue la triste respuesta de la abuela- de llorar murió mi Hugo, lloró durante tres días enteros, la piel se le puso morada, la fiebre lo cocinó desde adentro. Hace algunos años pregunte al doctor de la clínica del pueblo, él dice que de seguro fue tétano, muchos niños morían de eso en quella época.

La niña aún sin entender detalles, si pudo entender el antiguo idioma del dolor que es común a todas las criaturas.

-Quizás la muerte se acuerde pronto de ti abue, quizás Hugo te está esperando.- Fueron las alegres palabras de la niña.

La abuela le sonrió con benevolencia, de todos, solo ella había podido entender lo dulce de su espera. Por fin su regazó vació estaría lleno con el pequeño que no pudo acunar, y el niño por fin tendría a la madre que esperó por sesenta y cinco años.

“¿Qué hacía la muerte que no se la llevaba? Ella aún tenía que criar un niño más.”
Anatema10 de octubre de 2011

6 Comentarios

  • Buitrago

    Muy bonito, dulce y calido. Un gusto para iniciar el dia blandito, blandito
    un abrazo

    Antonio

    11/10/11 10:10

  • Indigo

    Me agrada la calidad y esmero demostrado en tu escritura, al leerte hoy. Un paso determinante en tú ascenso, sabes mi opinión sincera manifestada anteriormente, ahora lo hago con la seguridad de que tienes bellos cristales para pulir, en diversas facetas y regalarme buenas lecturas.
    Un placer, Muaaa.

    11/10/11 03:10

  • Anatema

    Antonio, el escribir es abrir ventanas que permiten ver la vida de otros, la historia que cuento es de una señora que conocía hace unos años, tenía muchos hijos, pero hasta el día de su muerte, el año pasado, siempre vivió extrañando a su primer hijo que había muerto cuando no había casi médicos ni medicinas.

    11/10/11 05:10

  • Anatema

    INDIGO se que me falta mucho... pero gracias a tus comentarios lucho por mejorar cada día... Agradezco profundamente tu amistad.

    11/10/11 05:10

  • Albasilencio

    una historia tierna, relatada con gran sentimiento, un gusto leerla, un saludo.

    11/10/11 06:10

  • Anatema

    Gracias AlBASILENCIO, me alegra saber que hay otros que hablan el mismo lenguaje, pudiendo compartir la ternura de los pequeños detalles que florecen en la vida sin que a veces los notemos.

    11/10/11 07:10

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