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El Circo de Los Espejos #12 (1/2)

Capítulo 12
El Lago de los Mil Suspiros

Con el calor de un fuego suave, Lord Jesteralt se acomodó sobre un fino sofá victoriano en tela color vino tostado. Con su cola creó un pequeño lazo que se fue hasta el puro que fumaba y lo aparto de sus escamosos labios. Exhaló un humo tan denso que Lord Ismaelle le echó una incisiva mirada. Acto seguido estornudó y cubrió con su pata su nariz. No aguantaba el perfumado humo que la serpiente se empañaba tanto en fumar. Las malas rachas de estar en la misma habitación que Jesteralt, y es precisamente por eso que siempre le evitaba en la medida de lo posible. No se reunía con él a menos que fuera un junta del Parlamento Infinito, y aún de esa manera, se la pasaba fumando sus puros en todo momento. En consecuencia Lord Ismaelle siempre salía con la nariz irritada y echando maldiciones poco dignas de un aristócrata de su calaña.
Ismaelle era un Schnauzer de pelaje gris, que parecía llevar bigote en una escala de grises más claros que el resto de su pelo. Portaba un traje compuesto de un chaleco marrón de corte, puntos en un hilo blanco que daba la impresión de haber sido labrado con un cuidado superior a lo normal dada la alta complejidad de las flores y letras distribuidas a lo largo del costado derecho de su, relativamente corto, abdomen canino. Pantalones formales y zapatos de charol en negro azabache que reflejaban la luz del fuego.
Se rascó el bigote mientras le echaba una fija mirada a Jesteralt. Al final se armó con las palabras necesarias para abordar la conversación.
—Las fichas que pusiste no están dando todo lo que deberían.
Dijo. Carraspeó. Jesteralt echó afuera una nube de denso humo perfumado. Su cara escamosa estaba tan plana y carente de sentimientos que por unos segundos Ismaelle sintió los colmillos de la serpiente clavándose en su cuello.
—Todo va como debe marchar.
—Merlín.
—Me importa un pedazo de mierda ese mago hijo de puta.
Ismaelle le lanzó una mirada inquisitiva a la serpiente. Luego se arrepintió y la suavizó cuando Jesteralt sacó a relucir su lengua bífida.
—Te estas tomando muy a la ligera las acciones que Merlín puede interrumpir.
Continuó Lord Ismaelle en un tono sumiso. Había comenzado a sudar. Desde el primer momento que Lord Jesteralt se había acercado para exponer su punto de vista acerca del “Plan” le había dado la impresión de ser prominente en elocuencia, elegancia, tretas y congruencia; en otras palabras en encantador de seres capaz de convertir a la causa a cualquiera que se le topara.
No por nada las serpientes habían sido capaces de provocar la primera guerra entre los animales. Una sangrienta demolición de vienes y vidas que se realizó en el mundo por parte de los grandes reinos que ahora cada Canciller representaba. Sabía que Jesteralt, quien ahora sólo le miraba con esos ojos rojo sangre, era descendiente del revolucionario reptil que inició la guerra entre animales hace ya más de 2000 mil años.
El primer reptil creador del conflicto, lo aprendió cuando apenas estaba en la escuela de educación aristócrata del País de los Canes. Un ente seductivo de voz como la de una musa, unos ojos tan cobalto que se solía decir eran dos trozos de zafiro incrustados en sus párpados translucidos. Una cobra albina de bellas escamas color dorado. La portadora de luz en un principio. La favorita del Creador, su belleza inmaculada y la más perfecta, el animal más orgulloso que El Creador podía presumir sobre todas las cosas. Su joya, el adorno perfecto y el perfume. Adornada de oro.
Jesteralt salió del asiento en el que estaba cómodamente y se puso al frente, rostro a rostro, con Lord Ismaelle. Le arrojó más humo en la nariz. Sonrió.
—No importa quien juegue en esto, el resultado va ser el mismo. No tengo prisa.
Ismaelle tragó saliva. Comenzó a sudar y le temblaban las patas. Recordó, por dos segundos, que Jesteralt había trazado un táctico plan para quitar a Guílleme de su posición, era aprueba de fallas y mientras le sirviera bien y fielmente tendría un pedazo del pastel. Se relajó. —Guílleme puede haber metido su puta nariz en el asunto de Yoshira, pero a este punto nosotros controlamos tres cuartas partes de la situación.
La puerta de madera, hecha a roble pesado, sonó de repente. Tres toques cortos y suaves, hechos por una patita. Jesteralt miró por el rabillo del ojo y acto seguido le clavó la mirada a Lord Ismaelle quien captó el mensaje y se fue a abrir la puerta. Se encontró cara a cara con Lord Eustace, el Canciller de los Jerbos, lo saludó pero Eustace pasó rápidamente para toparse con la serpiente.
—Lord Jesteralt. Tengo información valiosa.
El Canciller de las serpientes se volvió sobre si y lució su lengua bífida. Eustace dudó un segundo, se armó de valor y se enfrentó a la serpiente con la mirada bien puesta en los colmillos que Jesteralt se lucía al brillo de su chimenea. De repente Jesteralt se llevó el puro aromático a los labios y le echó humo en los ojos. Eustace parpadeó tres veces hasta clarificar que ya veía sin ardor.
—Habla. ¿Ya se han topado con el Anciano?
Más humo. —Me interesa la información de ese jodido viejo. — Ismaelle tosió, el humo le estaba ya tocando los cojones. Se pensó la idea de sacar ese puto puro de la sala, en cambio se alejó unos metros hacía una parte más abierta donde le fuera más plausible respirar sin herir de gravedad su bien desarrollado olfato, que cuando estaba junto con Jesteralt era una maldición de los cojones.
—Otro más ha entrado al juego.
—Otro.
Apostilló Jesteralt con voz sarcástica.
—Su heraldo se ha reunido con el Guílleme hace poco, lo vi entrar apenas salí. No hay lugar a duda, dado su traje. Era uno de esos aprendices del Mago de Oz.
Por primera vez en bastante tiempo, Ismaelle y Eustace pudieron observar una marcada sonrisa en la cara de Lord Jesteralt. Se volvió hacía el fuego con la mirada bien abierta, estaba en un proceso de pensamiento intenso sobre el asunto del Mago de Oz. Al final concluyó con facilidad que era nada más que perfecto para su plan. Tenía la solución al entrometido de Merlín.
Echó una plana carcajada. Fumó más de su puro, ahora ya era de unos 5 cm.
—Más poderes en juego y uno perfecto para contrarrestar al cojonudo de Merlín.
Le clavó la mirada a Lord Eustace. Sacó su lengua bífida y luego el humo brotó de sus fosas nasales. —Quiero presentes a los demás Cancilleres que están de nuestro lado. Es hora de poner en marcha el plan maestro.
Eustace agachó la mirada un segundo. Ismaelle salió de la habitación a cumplir la orden de su líder con un paso tan veloz que Jesteralt le perdió de vista en 2 segundos. —Vamos a mover la pieza maestra Eustace. Deja de preocuparte por el jodido de Guílleme, pronto todo será como lo deseaste. Tu familia, tus amigos, tus deseos volverán. Sólo tienes que seguirme fielmente.
El jerbo levantó levemente la mirada hacía la serpiente que le inspiraba, mas que miedo, un sentido de alivio a sus problemas y dolor. Asintió mientras por dentro se convencía de que era el camino justo y correcto para recuperar lo que amaba. Estaba triste.

Dorothy Gale intentó acercarse a Yoshira pero fue parada en el acto por Hamelín. El flautista le clavó la mirada justo en los ojos a lo que la castaña pecosa se vio en automático a poner una sonrisa confiada.
Kevin apretó a Yoshira contra si mismo, colocó su barbilla en la cabeza de esta y dejó escapar una lágrima tan pequeña que fue casi invisible. Agudizó el oído por unos instantes y escuchó el leve susurrar los labios de Yoshira Carydo. Kevin. El duro Maestre sintió como sus sentimientos estallaban en burbujas de colores dentro de su pecho, miró duramente a Dorothy Gale quien le respondió encogiéndose de hombros. El Hombre de Hojalata y el León Cobarde se reunieron con ella colocándose en una posición de guardaespaldas, mientras que por su parte el Espantapájaros permaneció a la derecha de la chica con una sonrisa bien pacifica.
—No tengo mucho más que hacer por aquí.
Dijo la pecosa con un tono amable. Su mirada se suavizo un poco. De repente Totó regreso envuelto en ladridos alegres. Dorothy lo cogió con suavidad y se lo llevó a la altura del pecho. Le lamió la cara y ella se rio. —Les encargó enormemente a Yoshira. — Se dio media vuelta y sus amigos le siguieron de cerca. Apenas había dado unos pasos al bosque cuando Kevin llamó su atención.
—¡Espera!
Dorothy se volvió sobre su hombro derecho. Arqueó las cejas levemente esperando intrigada el comentario del Maestre. —Tú has dicho que eres hermana de Yoshira. ¿Es eso verdad?. — Kevin tragó saliva antes de posar sus ojos sobre Yoshira. Acto seguido no perdió de vista la reacción de Dorothy Gale, pero su cara estaba, en un sentido más fidedigno, plana.
—Es todo cierto. Yoshira Carydo y yo, somos hermanas.
Respondió la pecosa con un aire seco. Se volvió a su lugar y le dio la espalda, engreídamente, a Kevin mientras se alejaba del lugar. Sus compañeros no tardaron más de medio segundo en continuar con su trayecto en el bosque oscuro que, con su gran espesor y avasallante silencio, cubrieron pronto la figura de Dorothy Gale y compañía.
Hamelín se quedó pensando un momento mientras Kevin se volvió dando marcha atrás.
—¿Qué fuerzas son las qué están jugando aquí?.
Dijo el castaño. Kevin no detuvo su andar pero se lo pensó muy bien. Repasó mentalmente cada minuto que le había tocado pasar a lado de Yoshira desde que la descubrió husmeando por allí en uno de sus tantos circos falsos. En un principio era poco más que otra victima más a usar, un trozo de placer carnal más. Se las tildó realmente de molestia cuando Hamelín, a quien había acogido hace un par de años, se marchaba en compañía de esa molesta mujer. Lo primero que se pasó por su cabeza era matarlos a los dos en ese preciso momento, y no fue hasta la intervención inesperada del Arlequín que se lo pensó más. Ahora estaba seguro que había hecho lo correcto en aquella ocasión, hacer caso a ese pequeño cosquilleo que titilaba en el fondo de su pecho al estar cerca de Yoshira, quien ahora respiraba con una debilidad horrible, pero Kevin amaba escuchar ese sonido tan delicado, amaba cien veces más el perfume que emanaba su cabello y la luz que nacía en sus gemas preciosas llamados ojos. Ahora se encontraban cerrados pero se volverían a abrir estaba seguro de ello. Hamelín le hizo compañía de nueva cuenta, esta ves en silencio y con cuidado de dar pasos suaves que no fuesen a provocar un malestar a Yoshira.
De pronto Hamelín se quedó parado de tajo. Volvió su vista suavemente sobre el terreno y localizo al aristocrático conejo sobre la grama. Tenía los ojos inyectados de una severidad que al chico se le antojo un feo castigo. Bajó el cuerpo y Lord Ferdinand se trepó hasta sus hombros.
El conejo se las encontró de todas peligrosas. Miró unos instantes a Yoshira en los brazos protectores de Kevin. Luego pensó más a fondo sobre las consecuencias.
—No queda de otra. Tengo que contactarme con el Parlamento Infinito.
Le dijo a Hamelín. El flautista asintió con un leve sonido de la boca.
—Esa tal Dorothy Gale.
Prosiguió Hamelín. — ¿Cómo puede ser la hermana de Yoshira? — Se rascó la nuca un momento. Su cabello estaba empapado de sudor frío, se había preocupado mucho por la ausencia de Yoshira. Ahora estaba frente a él, veía sus delicadas piernas moverse. Pensó en lo que había hecho. “El gran pecado”, la acción de la que más se arrepentía. Hacía trizas su alma y le carcomía el interior como una bestia salvaje, desollando cada parte de su vientre. Respiró un poco más. Se puso a lado de Kevin pero no habló. Se fueron andando todo el camino en silencio hasta casa de Lady Elizabeth.

Lord Ferdinand se despertó de un sobre salto cuando se dio cuenta de que se había quedado dormido. No sabía muy bien que hacer así que a primera hora se había encargado de enviar un halcón hacía el Parlamento Infinito. Llevaba en su espalda un tuvo donde con cuidado había depositado tres pergaminos con un detallado informe sobre los acontecimientos del país de los conejos. Resaltando la intervención de Dorothy Gale y compañía. Pero igualmente dando referencias al otro grupo de viajeros que se toparon en Valle Rocoso, y a Merlín.
El halcón salió de casa de Lady Elizabeth a eso de las 6 de la mañana. Pidió café y Lord Ferdinand amablemente se lo regaló. Luego emprendió su vuelo. El conejo entonces se echó sobre el sofá mientras se sobaba los ojos. Estaba cansado de tanta mierda en tan poco tiempo, y por primera vez se lamentó de no haber tomado la, bien fundamentada, oferta de Lord Daniel. Miró cuidadosamente arriba, en la alacena de madera que Lady Elizabeth tenía bien cuidada, allí había una caja de puros, tabaco de primera que era cosechado en el País de los Jerbos, cuya nación estaba en una alianza más estrecha que las demás; al ser, en realidad, ambos parientes. Esos se los había regalado Lord Eustace hace un tiempo y les había guardado en orden de que, dentro de la sala de reuniones estaba estrictamente prohibido fumar. Cosa que no respetaba ese Jesteralt de los Cojones, como si pudiera ir por allí con su maldita cola y su ridículo sombrero pasándose cada ley que se le antoje. Solamente pensar en ese cabrón daba a Lord Ferdinand el ansia de fumar, y sin darse cuenta como, ya estaba de vuelta el sofá con el puro en los labios. Se sintió calmar y exhaló el humo y, con el, la mayoría de sus problemas.
Yoshira Carydo fue la primera en bajar y notar el reciente cambio de hábitos del formal conejo. Saludó amablemente y con un tono tan femenino que al conejo se le salió un ataque de tos. Era poco adecuado que una dama viera a un caballero de su calibre en una situación de pereza y placer. Se disculpó y apagó el puro enseguida. Yoshira le sirvió té que había bajado a preparar. Ambos se sentaron frente a frente en una mesa del jardín. Ambos en dos troncos que se habían vuelto sillas. La neblina del alba todavía dominaba el paisaje y la bruma era fresca.
Yoshira Carydo rompió el hielo de pronto con una sonrisa amable.
—Ustedes siempre están salvándome de los líos en que me meto.
Bebió un sorbo del té de hierbas de conejo que había preparado. Magnifico. —Que delicia. — Apostilló Yoshira.
—Receta especial de Lady Elizabeth.
—Ya le encantaría a mi madre…
Se detuvo en seco. Mamá. ¿Cómo estaría?, ¿la llevarían bien?, ¿Y Kevin?, tocó la taza de porcelana pintada con los labios, estaba tibia. Dio otro sorbo y se pasó 5 segundos mirando la sustancia dentro de la pequeña tasita.
—Lady Yoshira. La intención del Parlamento nunca fue que esto pasara.
—Sin embargo.
Respondió Yoshira, distante. —Pasó, Lord Ferdinand. No puede arreglarse.
—Lo conseguirá. Se fuerte, niña.
Dijo el conejo en un tono paternal. Ella se levantó y lo abrazó tan fuerte que el conejo exhaló y le costó trabajo volver a respirar. Pero sentía el cariño. Le estaba cogiendo aprecio a esa niña tan amable. Esta vez ganaba el corazón y no los kilos de libros que se había memorizado.
A eso del medio día Kevin bajó. Llevaba el torso desnudo y se rascaba la cabeza como si hubiese tenido un mal sueño. Comió lo que Yoshira le preparó. Pan casero de nuez y café. Luego se sentó en la misma mesa que Yoshira y Lord Ferdinand, se jaló otro leño.
Platicaron hasta entradas las primeras horas de la tarde, cuando ya hacía un buen sol, pero este se cubría de vez en cuando por las nubes densas del cielo. Al horizonte, Lady Elizabeth regresaba con una canasta pequeña llena de verduras. A su lado iba Hamelín con dos canastas más, de mayor capacidad, hasta el tope con patatas, nueces, arándanos, uvas, lechugas y demás ingredientes.
—Hoy haremos un banquete.
—¿Qué celebramos?.
Se apuró a preguntar Yoshira. Lady Elizabeth sonrió.
—Que mi hijo tiene amigos.
Respondió mamá coneja.

Merlín se apresuró y miró como el Arlequín venía rigurosamente a Áster. Le clavó los ojos con furia y le exigió, en silencio, dejara al chico en paz.
—¿Qué hay de su tío?.
Preguntó el Arlequín.
—Está viviendo en casa de Jefreey, un conejo del consejo del país.
Respondió secamente Merlín. —Se supone que él y Áster deberían partir mañana en la mañana hacía su hogar en Valle Rocoso.
El Arlequín no contesto nada. Estaba molesto por la repentina presencia del muchacho, que aunque no recordaría nada sobre lo hablado, era una bomba de tiempo.
—Déjate de bromas Merlín. Tú sabes que ese crío es tu familia. ¿No?
—¿Qué le sucedió a tu elegancia y prosa?
—Está junto con tu amada mujer.
Merlín se paró de tajo y enfrentó con la mirada al Arlequín.
—No me provoques. Este no es tu mundo. Tú eres un heraldo.
—Juega tus jodidas cartas Merlín.
Respondió el Arlequín con una mirada inquisitiva. —Y procura no embarrar a los demás con tu desastre. Arregla tus errores antes de que estos acaben con todo lo que al Creador le ha costado construir.

Lady Elizabeth era bien conocida por su sazón a la hora de cocinar. Picaba con mucha destreza, a menudo magistral, las verduras que se le colocaban sobre la tabla. Yoshira por su parte estaba afuera con un delantal color rosa, de su tamaño para variar, que Lady Elizabeth se había preocupado en conseguirle, además de la nueva ropa que portaba. Unos pantalones hasta las rodillas, botas suaves de cuero y una camiseta color negra de lino. Su cabello castaño tostado estaba amarrado hacía el lado derecho y acababa aprisionado en un moño color rojo bien entretejido en sus mechones.
—Con lo difícil que debe ser conseguir esta ropa.
Dijo la castaña mientras movía suavemente la cuchara de madera dentro de la olla al fuego.
—No es nada hija.
Respondió Lady Elizabeth. Luego tomó con sus patitas los vegetales picados y los echó sobre el caldero donde se veía ya una suave mezcla de la que brotaba un tibio y agradable olor. Se sentó un momento sobre un pequeño banquito y miró a Yoshira fijamente. Tenía un semblante pacifico, que hacía que el aire frío, y esa noche sin estrellas, fuera más tranquilizante.
Pasaron varios minutos sentadas hasta que Lady Elizabeth rompió el hielo.
—¿Cómo es qué le has hecho para que mi hijo se trague toda esa palabrería aristocrática?
Yoshira se contuvo la risa, pero se sorprendió al ver a Lady Elizabeth reír antes que ella. Una sola y bien colocada carcajada. —No te sientas comprometida. Mi hijo es un gruñón, eso ya lo sé sin que me lo digas.
—Tiene un corazón que no cabe en ese cuerpecito de conejo.
Lady Elizabeth asintió con una sonrisa. Ambas se la pasaron platicando durante un largo periodo hasta que el guisado de verduras estaba hirviendo. Yoshira llamó a la puerta del cuarto de los chicos con dos toques de nudillos y les dijo que la cena ya estaba lista. Cuando llegaron Hamelín, Kevin y Lord Ferdinand, Lady Elizabeth ya había acabado de poner el último plato con el aromático guisado. El sonido de las cucharas fue todo lo que inundó los oídos de Yoshira Carydo mientras observaba amorosamente como Hamelín, Kevin y Lord Ferdinand comían a reventar. Se llevó una cucharada a la boca y advirtió que el sabor, así mismo la calidad de la sazón era de primer nivel.
Pasaron una noche llena de risas. Por primera vez en mucho tiempo todos en esa mesa se sintieron bien, con un amor que llenaba sus corazones. Fue una velada preciosa que, no parecía culminar en esa misma noche. Kevin comenzó a relatar algunas historias de su pueblo natal. Algo acerca de un supuesto hombre lobo, o algo así de chalado, que al parecer rondaba en las noches por allí asesinando al ganado de los granjeros. Las caras que el Maestre hacía para complementar su relato hicieron que Yoshira Carydo soltará varias carcajadas, y que en una que otra ocasión hizo a Lord Ferdinand recordarle las reglas de una mesa.
A eso de lo que parecía ser ya la media noche, Kevin encendió la fogata. Lady Elizabeth volvió en unos instantes con una pila de mantas que cubrían su altura por mucho. Hamelín se apresuró a ayudarle. Eran nuevas, y lo sabía por que fue precisamente él quien las llevó. En la mañana se hicieron dos viajes, el primero de las mantas el segundo de las verduras.
—¿Y Áster?
Cuestionó Yoshira de pronto.
—Se ha quedado con Jefreey. Un miembro del consejo de nuestra nación. Junto con su tío Shepard. Le pasaran bien. Se irán mañana al alba. Dijeron que pasarían a despedirse antes de marchar.
—Vale.
Respondió la castaña algo distraída. —Me gustaría más. — Prosiguió ya más centrada en la conversación. —Que Áster y su tío Shepard nos acompañasen en el viaje hacía el Circo de los Espejos.
—Mientras más mejor.
Prosiguió Kevin. —el tío Shepard parece un hombre duro. Seguro que nos vendrá bien un poco más de fuerza en el equipo.
—¿Somos un equipo?
Preguntó Hamelín con una leve sonrisita.
—¡Absolutamente no!
Gritó Lord Ferdinand. Había comenzado a citar un código de la moral, y esa basura burocrática, cuando Yoshira le tomó por el vientre y lo abrazó fuertemente. Todos comenzaron a reír bajo aquel cielo tranquilo que reinaba. La noche fue tranquila, con un viento frío que se domaba ante la fogata y mantas.
Por primera vez en muchísimo tiempo, todos y cada uno de los presentes, estaban felices.

Durante un tiempo, se las había visto en tranquilidad. Y como cada mañana de su cabaña, que se había hecho de madera vieja, ese hombre se levantaba y ponía a hervir unas hiervas para su habitual té de la mañana en una vieja cacerola de peltre que se las daba de verdadera reliquia, pero que por un extraño tono sentimental, el hombre que ya estaba entrando en años, guardaba con mucho recelo.
Tomó la taza del diseño floral, en porcelana rosa. Esa misma había pasado por generaciones de su madre, abuela, bisabuela y un infinito número de mujeres que se las había colocado en las mesas con las más grandes plumas de pavorreal, o en cristiano, para presumir la calidad de su material, y a veces para resaltar que el té era de primera. Vació el contenido de la cacerola en la tetera que hacía juego con la taza. Aspiró el aroma precioso líquido y se vio atrapado por la bruma que se filtraba por la ventana. Una niebla suave.
Se puso las pantuflas y luego se fue derecho hacía su dormitorio donde, a pesar del tremendo desorden, se hizo con una bata de noche bien cómoda y gruesa. Cuando volvió a la cocina admiró un par de segundos la bella taza humeante de té que había dejado sobre la mesa.
Apretó un poco los ojos, algo no cuadraba del todo dentro de esto. De pronto lo supo. Era el aroma del té que de repente se había vuelto vulgar, sucio, algo o alguien había perturbado su armonía. Entonces ya no se sentía con humor suficiente como para tomar su regular bebida de todas las mañanas. Esta vez rompería la rutina, haría una excepción. Además de que le vendría bien dar un leve refresco a la monotonía de su vida, por lo cuál salió a la azotea de su casa. Alzó el cristal de la ventana de techo y la bruma invadió su rostro secando sus labios con suavidad. Cerró los ojos y se dejó dibujar las ideas flotantes de la madre naturaleza en la cara.
En realidad se sentía tranquilo, pero si había algo que le rondaba en la cabeza era el cambio repentino en su apetito por el té. Quizá no es que su bebida hubiese cambiado tan drásticamente si no más bien que ese día cambio de opinión sobre beberlo. “Que desperdicio”, pensó el viejo por unos segundos, ya lo sacaría después. Tan solo unos segundos después se encontró a si mismo pensando sobre la extensa rutina que tendría que hacer al trayecto del día. Se bajó del techo y se fue directo a la sala de estar de su cabaña. Tomó la escoba de fibras naturales y se puso a barrer de una. Terminó a eso del medió día con la limpieza total de su hogar, y una vez que todo estuviera pulido y hasta el último plato de su antigua vajilla en su lugar, dio paso a la luz solar a través de los vitrales antes cubiertos con telas en diseños de flores.
Se sentó en el sillón principal armado con un grueso libro de pasta marrón cuya portada se leía “Introducción al conocimiento enciclopédico de la magia Celta”. Su biblioteca personal estaba a punto de estallar de ejemplares, y este era uno de sus favoritos. El viejo de la cabaña siempre se las daba que cada vez que tomaba el texto podía pillar alguna cosa que se le había pasado en la vez anterior, pero lo cierto era que se sabía que incluía de cabo a rabo, y solamente era un vago pretexto para poder ojear de nuevo esos apuntes de magias y hechizos que había puesto en el cuando era más joven. Pasó las páginas como apurado hasta llegar a una en donde se encontraba un gran retrato de un ser que parecía humano, como haciendo una pose de reverencia hacía el lector. Vestía en una combinación de telas de rombos y unos zapatos raros para su época. Lo había visto desde el principio, cuando había llegado al Mundo Detenido. La calidad del dibujante de su texto no era realmente excelsa, más bien estaba constituido de varios trazos toscos que daban forma al raro personaje con una exactitud poca agraciada, pero que al viejo en particular le parecía atrayente de alguna manera. Y fuera del estilo que pudiera querer plasmar el artista, la idea de que alguien raro se había presentado allí era evidente al leer el subtitulo que acompañaba al dibujo. Allí se leía, en una letra de punto muy elegante, “Arle’kyas”. E incluso más debajo de ello el viejo había hecho un apunto para recordar fijamente un importante asunto. “Huir de él.”
Se levantó dejando el texto sobre el buró pequeño que tenía cercano a la ventana. De pronto esa imagen de ese ser le había echo recordar asuntos que posiblemente podría clasificarlos como los más traumatizantes de su vida. El Arlequín… lo recordaba perfecto. Lo vio por primera vez cuando apenas era un pequeño. En ese entonces su forma no era precisamente humana, por que a decir verdad, su nacimiento jamás fue realmente como la apariencia que ahora portaba. Mucho por el contrario esa figura de un hombre delgado de suaves facciones cansadas y ojos cristal no era más que una máscara de su real yo. Pero ya había renegado de lo que era y no regresaría a esa forma tan jodida que le parecía poco más que repugnante.
Fue durante aquella gran conquista cuando vio al Arlequín. El viejo cerró los ojos y su mente se inundó de horribles imágenes de fuego y destrucción. Devastación sin cesar y a diestra violencia. Llantos, gritos y horror. Visualizó la imagen de una mujer que sostenía un niño fuertemente contra ella mientras una nombra llegaba hasta allí. De repente un rayo horrendo iluminó la figura de la sombra dejando ver al Arlequín. Luego sangre. Entonces el viejo abrió los ojos lentamente altamente inundado en la tristeza.
Decidió que debía salir un momento, tomó el cesto marrón que usaba para recolectar plantas y pasó por el umbral de su puerta a toda marcha. El viejo vivía en medio de un lago que era bien rumorado en el Mundo Detenido. El chiste radicaba en que alrededor de su cabaña había un potente campo mágico que hacía que desapareciera del radar de cualquier otro ser. Para los demás ese lugar era invisible, e incluso si un cuerpo pasara por el lugar donde la estructura se encontraba esta se volvería intangible para pasar desapercibido por completo. Era un sistema anti fallas que le había tomado su tiempo diseñar, necesitaba quedar fuera del lugar. Porque aquel viejo de ojos cristal era el único ser conocido con vida, que había conseguido entrar al Circo de los Espejos.
Se bajó las escaleras y caminó por el muelle mientras aspiraba el aroma de los arboles de pino que se hacían hacía la orilla. El viento acarició su corto cabello. Aun lo tenía todo por suerte. De pronto sintió algo raro en la madera de su muelle, temblaba como si fuera una especie de terremoto. Abrió los ojos, muy atento, y de repente el agua comenzó a burbujear con violencia. Se hacía vapor, como si una caldera estuviera encendida por debajo de ella. Hubo una explosión que le salpico la cara de la dulce agua tibia del lago, y sobre él, a unos 10 metros de altura, se alzó un gran dragón marino de color celeste. Con toscas fauces y largos bigotes delicados. Tenía tres cuernos y los dientes le sobresalían de la boca como navajas. El viejo se quedó detenido mirando esos ojos del dragón, un par de globos parecidos al cristal, de un profundo color rojo que despedían un brillo suave que se enmarcaba con la neblina del lugar. Entonces el viejo sonrió aliviado.
—Me has pegado uno de los buenos.
Dijo el viejo con una sonrisa de alivió. El dragón pareció entender lo que el viejo le decía y bajo la cabeza para estar más cerca del viejo. Exhaló con fuerza. El viejo sintió el tibio calor que emanaba del dragón. Esos hermosos seres mágicos que nunca entraban en contacto con los seres humanos por considerarles una raza impura y violenta, pero que más sin embargo se habían doblegado a vivir como ermitaños en paz. —¿Qué sucede?. — Cuestionó con dulzura en sus palabras —Seguro que te mueres de hambre, pero verás, aun no he podido conseguir la hierba de Lava Perpetua que tanto te gusta. Y además de eso tener que ir hasta la montaña por roca de magma me esta matando la espalda. Ya no soy tan joven como antes, ¿sabes?.
El dragón le miró fijamente, movió los bigotes muy suavemente. Asintió con firmeza haciendo que el viejo se sintiera feliz.
—Estás hecho polvo.
Dijo el dragón con una voz, que durante unos segundos estremeció el bosque y alborotó a las dulces aves. Entonces el viejo asintió como con una risa apunto de estallar.
—Eso creo.
A pesar de que el tiempo era lento, y de la mente hecha una maraña de pensamientos, el viejo se sentó en el muelle justo a lado del dragón. Hubo silencio durante unos segundos hasta que el imponente animal, de cuerpo delicado y aroma a piedras hirviendo, le echó una mirada curiosa al viejo. —Tengo un mal presentimiento. — Respondió el viejo antes de que siquiera se le hiciera una pregunta acerca de su condición. Entonces el dragón le exhaló un poco su aliento en la cara del viejo y por unos segundos este último olvidó sus problemas. El aroma de un dragón, la poderosa fuerza que emanaba de esos sagrados animales le hacía volver a sentirse en la flor de su juventud.
Se puso en pie al cabo de unos minutos y unos cuantos segundos más estaba ya en la parte continental. El dragón le miró desde lejos, como guardando su espalda.
Con pasos lentos se las arregló para recoger algunas manzanas de un árbol cercano, eran grandes, rojas y muy jugosas, se dejó llevar por la tentación y mordió una de ellas. Perfecta. Se aseguró de llevar suficientes, unas 5, y luego se fue derecho hacía el arbusto de los arándanos azules que se veía al fondo. Recolectó por lo menos un saco de mano que amarró antes de ponerlo en la canasta. Se paró en seco y escuchó como el tranquilo sonido del arrollo del fondo se volvía perturbador. Eran pasos, varios de ellos. Cerró los ojos y se concentró bien. Uno… dos… animal. Caminó un poco hacía adelante, pasando el árbol de las manzanas, fue cuidadoso de colocarse en un lugar fuera del rango de visión de alguien que viniera de la parte del arrollo. Enfoco la mirada y dejó atento el cesto sobre el suelo. Sobre la copa de los arboles se escuchaba el cantar de los pájaros pero todo eso desapareció de tajo en cuanto el primer pie se posó sobre la tierra del viejo. Una rama se partió mientras se veía el imponente pie en armadura de aquel hombre alto que portaba una gabardina, parecía sucia y tenía algunas marcas de fango además de estar rasgada. El viejo rápidamente intuyó que se había involucrado en una fiera lucha a juzgar por las marcas de su rostro, así que retrocedió unos pasos antes de toparse con otro tronco que no había previsto, se quedó paralizado en silencio mientras una gota de sudor muy frío le recorría la cara, pero para su sorpresa, el hombre no pareció darse cuenta de su desliz.
Su pecho estaba respirando pasivamente, muy tranquilo, pero su corazón era un asunto diferente. Otra gota de sudor se deslizó por su cara cuando ese hombre alto parecía mirar hacía los alrededores en búsqueda de algo. Algo que el viejo sabía perfectamente lo que era. De repente la mirada del hombre alto se detuvo fijamente sobre aquel arbusto donde se escondía el anciano del lago. Se acercó un poco, lentamente hacía aquel escondijo donde el viejo parecía haber depositado su confianza de no ser visto. Vio al hombre alto sonreír maliciosamente mientras desenvainaba su espada con gran lentitud.
—Es tu decisión salir por las buenas.
Dijo el hombre alto y de repente dio un espadazo firme que partió el árbol por la mitad. El estruendo irrumpió la tranquilidad del bosque. Y por fin se vio cara a cara con el anciano que se ocultaba allí. —O por las malas.
La respiración del viejo se hizo pesada de repente y casi al mismo tiempo el hombre alto frunció el seño muy molesto. Levantó su espada y atravesó el pecho del viejo, pero no hubo ni una sola gota de sangre, pues por el contrario la figura del hombre parecía estar hecha de barro fresco. Se volvió hacía atrás rápidamente buscando por todas partes y logró percibir a la distancia como se alejaba alguien. Emprendió la carrera rápidamente, no sería un gran problema alcanzar a un viejo con la juventud que el alto tenía. Y eso también lo sabía aquel anciano que escapaba desesperado por llegar a la seguridad de su hogar.
Cuando por fin llegó al muelle, el Viejo respiró aliviado por fin. No detuvo su pasó presuroso por llegar hasta donde estaría seguro, pero antes de darse cuenta una gran explosión voló por completo el muelle donde sus pies se fijaban.
—Por fin estamos aquí. Nos tomo bastante tiempo.
Dijo de repente la voz de Wendy. Estaba en la orilla junto con el pequeño jinete que aun llevaba la gabardina escondiendo su cara. El viejo se agarró de una tabla para poder flotar. Observó como es que aquel hombre alto estaba con posición de ataque, había sido quien voló el muelle. Apretó los dientes.
—Llevamos un tiempo buscándote. No te me vas a escapar.
Dijo el alto.
Wendy le echó un vistazo al viejo para acto seguido activar la Visión Futura. El viejo abrió los ojos de par en entonces.
—Visión Futura. Esa mujer es entonces parte de “ellos”.
El hombre alto alzó su espada de nuevo.
—Tenemos algunas preguntas que hacerle.
El viejo frunció el seño molesto. Recordó lo que significaban los ojos que Wendy portaba. Su cabeza se inundó de imágenes rápidas. Aquel día, en aquel momento que su tierra de origen fue masacrada. Rayos, sangre, guerra, el Arlequín… y esos ojos, los ojos que también tenía el Arlequín.
Un vapor violeta comenzó a emanar del cuerpo del viejo.
—Es magia.
Apuntó Wendy. Luego se quedó helada. —Una horrenda cantidad de magia.
Esa mañana fue diferente después de todo, todo había cambiado de un momento para otro como el viento en una tarde de verano. Por primera vez el Lago de los Mil Suspiros se veía agitado, totalmente enfurecido. Sus aguas habían dejado de ser calmadas y suaves para transformarme en una aberración violenta que explotaba y hervía como una caldera del propio infierno. Y el cielo ahora estaba transformado en un manto de sangre que lanzaba potentes rayos envueltos en truenos como un cañón de guerra.
Con el aliento corto Wendy dio un paso hacía atrás, llevaba al pequeño jinete en brazos protegiéndole, y aun con sus advertencias, el hombre alto no parecía dispuesto a darse la vuelta.
—Esos ojos son la bandera de la maldad así como también del odio.
Reclamó el anciano con una voz penetrante. Su cabeza estaba gacha y ahora sus pies parecían apoyarse sobre el agua del lado. Los ojos de Wendy se estremecieron al percibir la cara que el anciano tenía en ese momento, tan llena de oscuridad. Su arrugada expresión temerosa ahora estaba concretada en una que simbolizaba un deseo de venganza. —Y del demonio.
Entonces ráfagas de viento comenzaron a brotar brutales. Tan fuertes que Wendy cayó de rodillas y el hombre alto apenas pudo sostenerse en pie.
—¡Usa tus ojos y deja de holgazanear!
Gritó el hombre casi al borde la cólera, y aunque Wendy hizo lo posible lo único con lo que se encontró al tratar de ver el futuro, fue con una horrenda visión inimaginable. Se vio a si misma hecha pedazos en el suelo lleno de sangre, y encima de ella dos perros negros comiendo de su carne. Luego su cabeza pareció volverse hacía ella, tal como podía comprender era una versión pútrida de si misma.
Cerró los ojos y desactivo la Visión Futura de una buena vez.
—Es imposible poder hacer algo. Este lago tiene algo que…
—Este lago no hace nada.
A completó el viejo. —Esos ojos del demonio, siempre han estado malditos. Desde el inicio.
El hombre alto se echó una risa seca. Empuñó su espada nuevamente y se las planteó fijas. Ese viejo le estaba tocando los cojones, ya era hora de que fuera hablando. Se abalanzó contra el firmemente, dio una tajada con su filosa espada que, para su gran sorpresa el viejo fue capaz de esquivar de una vez. Sintió que el aire se le iba del cuerpo cuando aquel anciano asestó potentemente una patada en su abdomen. Cayó no más lejos que Wendy. Estaba totalmente adolorido, como si hubiese sido apaleado por una banda de mercenarios de Valle Rocoso.
El alto torció la boca y aun lastimado se las arregló para ponerse en pie de nueva cuenta.
—Dime como llegar al Circo de los Espejos.
Exigió contundente al viejo, pero este no se inmutó, e incluso su mirada estaba más plana y vacía que antes, como si de un abrupto segundo para otro hubiese dejado de ser una persona. No, no era ya una persona normal, nunca lo había sido, ni humano, no como los demás; lo podía sentir latir dentro de ese viejo. Era algo más aterrador, algo había tomado su lugar. Algo que es capaz de corroer el alma y el corazón, y el hombre alto lo conocía a la perfección. Rencor. Le clavó la mirada de una vez y por primera vez en su vida el hombre alto sintió como algo muy malo estaba a punto de desembocar de manera violenta.
Extrañamente, y contra todo signo racional, aquel hombre marcó una sonrisa en sus pálidos labios, luego se volvió unos pasos para advertir a Wendy que no se entrometiera. Se acomodó el cabello y en unos segundos, de un salto ágil de grillo ya se encontraba en posición de picada, la espada por delante, una tajada poderosa, más sin embargo el viejo abrió los ojos de par en par y detuvo la hoja con un formidable palmazo. El hombre alto perdió el aliento y, atontado, se regreso unos metros hacía la seguridad de la tierra.
Wendy por su parte abrazó al pequeño jinete de esa misma manera que una madre protege a sus pequeños contra el mundo. El jinete pareció una muñeca de trapo al moverse suavemente contra la seguridad del cuerpo de aquella mujer.
—¡No podemos poner en peligro la vida de…!
De repente una carcajada salió de la fuerte garganta del hombre alto.
—Este viejo tiene cosas que decir.
Se arrancó en carrera fuerte de nuevo, con la vitalidad de un tigre casando a su presa, la espada de frente doblada en ángulo de 45. Método furtivo de doble ataque, funcionaba contra la mayoría de los oponentes, y esta era la prueba definitiva contra el viejo. Entonces, como una bruma de caliente lava, sintió un aire horrible golpearle la cara. Cerró los ojos para parpadear pero cuando los volvió a abrir su objetivo, aquel viejo, se había largado del lugar como una maldita pulga de las buenas. Se las tachó de idiota y rápidamente volvió la cabeza hacía atrás pero ya era bien tarde. Se comió una patada de las buenas en toda la mandíbula. Sintió el alma salir ante tan horrorosa fuerza del viejo, apenas logró reaccionar, en un movimiento automático, para sujetarse de una liana de los manglares que crecían.
Se detuvo, aun atónito y herido de los mil demonios, a ver al viejo. Estaba sobre el agua como si nada.
—Cabrón…
Anistondash02 de febrero de 2013
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