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El Circo de Los Espejos. #7 - la Flauta de la Musa Cruel

Capítulo 7
La Flauta de la Musa Cruel

Tomó paso hacía lo que parecía ser una pequeña luz que débilmente titilaba. Era tan solo una pequeña chispa más parecida al brillo de una luciérnaga moribunda, pero no había nada más a lo que aferrarse en ese lugar de profunda obscuridad.
Mientras más se acercaba hacía ella parecía ser cada vez un poco más brillante, pero no demasiado. Y entonces llegó justo al centro donde se hallaba flotando esa pequeña chispa. La miró asombrada pues no parecía ser nada más que un haz de luz.
—¿Tu eres el que me llama?
Preguntó Yoshira. Dos segundos después se sintió como una loca de estar hablando con un punto de luz. Acercó su dedo índice hacía ello y le tocó, de inmediato un sonido al parecer de campanillas de viento se hizo presente en toda el área negra, rebotando en un eco maravillo de melodías sutiles y delicadas.
De pronto unos pasos sobre agua, tal como los de ella hace unos instantes captó su atención mientras las campanillas invisibles terminaban de sonar.
—¿Qué es este lugar?
Dijo otra voz masculina joven. Yoshira se inmutó al instante pues no se trataba de la anterior. Esta era incluso mucho más puberal.
—¿Quién es?
Cuestionó la joven dama un tanto precavida.
—Oh, hay alguien más aquí también. Qué alivio, pensé que era el único.
Pronuncio con júbilo el joven. O al menos su voz ya que Yoshira aún no le veía.
—Me llamo Yoshira. ¿Y tú?
—Áster.
—Acércate a la pequeña luz que se ve. Me encuentro aquí también ya que no hay ningún otro lugar hacía donde ir.
Los pasos del joven se hicieron sonar mientras se dirigía hacia el punto indicado. Yoshira pensó dentro de sí que sería esa clase de lugar.
—¿Cómo llegaste hasta este lugar, Yoshira?
Dijo Áster movido por la curiosidad.
Entonces la cabeza de la chica volvía al problema. La imagen de la sádica forma de Hamelín dio vueltas en su cabeza. Era una pesadilla hecha carne sobre la tierra, pero más aún era esa voz. Aquella que decía tenerle bajo control, aquella que era simplemente fría.
—No llegué apropósito. Y de hecho, no debería está aquí ya que un amigo necesita de mí justo ahora.
Los pasos habían cesado para cuando Yoshira terminó su oración.
—Yo terminé en este raro lugar justo después de desmayarme durante un combate.
Áster podía sentir el calor emanar del cuerpo de Yoshira, además de escuchar el sonido de su sutil respirar. –Deje a mis compañeros allí. Pero probablemente este lugar se trata de aquel donde va uno después de morir. Así que no quedará más que disculparme con ellos.
—¿Enserio crees que este lugar sea la muerte?
—¿Qué otras posibilidades existen?
—A saber. Pero me niego a creer que estoy muerta. No puedo permitirme abandonar a mis compañeros. No hasta poder lograr que su corazón este completo de aquello que les hace falta.
—¿Compañeros? ¿Quieres decir viajeros?
Yoshira hizo un sonido de afirmación. El joven estaba atónito.
—La chica de Valle Rocoso.
Se dijo a sí mismo. Pero para un lugar donde no había otra cosa que el sonido débil del agua era más que suficiente para percibir su hablar. Aunque fuera en murmullo.
—Así es como Kevin y Lord Ferdinand llamaron ese extraño paso. Donde nos atacaron unos bandidos. ¿Acaso también fuiste atacado por ellos? ¡Dios! ¡Creo que sí estamos muertos!
Áster se quedó impresionada, la voz que provenía de los labios de Yoshira producía una calma y paz inusuales. Era como si escuchase la voz de su madre cuando pequeño, tan dulce, maternal y femenina. Con un aire de pureza real, parecido al que se encuentra en las joyas de la corona de un rey.
—Yoshira. Esto, verás. Yo era parte de ese grupo de bandidos.
La joven pegó un grito desgarrador y se alejó unos metros, haciendo de nueva cuenta sonar el agua del suelo a cada paso. —¡Pero yo no estaba de acuerdo con ello! Prosiguió el púber. –En realidad seguía las órdenes de mi tío Shepard. Jamás estoy de acuerdo con estos asaltos, sin embargo es la única manera de vivir en este tan horrendo paraje. Por lo árido del clima no es posible cultivar nuestros alimentos. Los pocos animales que viven aquí son en su mayoría venenosos. Y el agua es lo que más escasea, un pequeño vaso equivale su peso en oro. Es difícil mantenerse en este ambiente.
La calma regreso al pecho de la joven dama al escuchar la serena voz con la que se desenvolvía Áster. Era en toda evidencia, un joven de buen corazón. Incluso tímido. –Es por eso, que Tío Shepard y los demás salen como bandidos. Aunque la gente les tacha de barbaros. No diré que no es verdad, dado que la mayoría de sus hombres son criminales. Pero tío Shepard solo se preocupa de que no me falte nada, es una buena persona.
—Ya veo. Tu tío, Shepard, ¿se preocupa por ti?
Dijo Yoshira acercándose de nueva cuenta. —¡Pero eso no le daba derecho a querer lastimar a mis amigos! Exclamó con la firmeza de una madre. –Áster comprendo tus motivos, pero no es la manera adecuada. ¡Eso no soluciona el problema! Deben valerse por otros medios. ¡Mira lo que ha pasado! ¡Estamos muertos por culpa de uno de los planes de tu tío! ¿No acaso eso egoísta?
Áster bajo la cabeza muy Avergonzado. Lo sabía, ella tenía toda la razón. Había dicho las palabras adecuadas para hacerle sentir una basura, y al mismo tiempo sentía como su corazón comenzaba a llenarse una luz como nunca antes. Ese respirar que brotaba de los suaves labios, coral, de Yoshira le completaba de lienzos de seda fina, intrincándose por su mente y abrazando su alma, consolándole. Olvidó el dolor de su dura vida y se perdió en la sensación de como se llenaba el vacío de su alma.
—No estamos muertos Yoshira.
Respondió el joven tras unos segundos de meditación interna. –Puedo sentir como tu presencia alimenta mi corazón, como le alivia. Este sentir no lo tienen los muertos, su corazón no late. Un muerto es una masa andante, fría y seca. Yo no me siento de esa forma. Y tu, estas muy lejos de ser fría. Eres como un pequeño sol.
Yoshira abrió los ojos de par en par mientras su pecho se cerraba por las dulces palabras del jovencito. Sonrío para él aun cuando no podía verle.

A marcha de dolor, Kevin se dirigía hacía el lugar donde se había formado una esfera de color rojo putrefacto, con Hamelín al centro. Los barbaros muertos, salvo por Shepard y Áster. Lord Ferdinand yacía temblando de dolor. Yoshira igualmente. Y tras de él, a lo lejos por algunos arboles secos se movía un sombra ágilmente.

Sobre una mesa de roble tallada con finos detalles se hallaba un espejo que cubría la mayoría del espacio sobre ella. Allí se veía la imagen del conflicto en valle rocoso.
Alrededor se encontraban 10 sillas con terciopelo rojo, encajes en oro, plata y algunas gemas preciosas. Sobre cada una de ellas, se sentaba un animal distinto. Justo en el centro de la mesa se encontraba Lord Guílleme. Una vieja ardilla con vestiduras elegantes, aún más que las del propio conde de Célibe Hill. Un par de gafas circulares pequeñas y gastadas era retenidas por su rosa nariz.
A su lado derecho estaba un jerbo. Lord Eustace Maximilium Hethernorth, Canciller del País de los Jerbos. De pelaje color marrón y blanco. Con vestiduras igualmente pomposas.
Tras el, comenzando a dar la vuelta de la mesa, estaba Lord Maurice Grindell Highill; un refinado felino de pelaje obscuro, con ojos amarillos y un monóculo en el derecho. Ropa impecable portaba, al mismo tiempo que sobre su cuello un moño con varios encajes hechos a mano. Dignos del Canciller del país de los Gatos.
Seguía la silla vacía de Lord Ferdinand Philips Jastal. Canciller del país de los conejos. Y justo al lado opuesto de la mesa se encontraba Lord Gustave Quiré Lesrath, un búho impecable. Con vestiduras rebosantes de un solemne tono azul obscuro. Canciller del país de las aves. Hacía mucho tiempo que todas las aves habían fundado un solo país tras múltiples disputas por el poder. Ahora su país era el más estable, y próspero de todos, con una sólida economía basada en la igualdad, y el cultivo del intelecto sobre todas las cosas.
Continuo se encontraban Lord Edmund J. Dustfield, Canciller del país de los osos. Inmediatamente Lord Ismaelle Desteroth P. Royal, Canciller del país de los canes. Quienes pasaron por algo similar a el trato de paz de las aves.
La rueda continuaba hacía Lord Jesteralt Oher—Burial, Canciller del país de las serpientes. Un reptil alargado de escamas negras, que portaba un sombrero de copa pequeño y algunos collares pegados a su cuerpo, hechos de oro y gemas preciosas. Con su cola sostenía un puro elegante a tiempo que le fumaba regularmente. Por último se encontraba Lord Asmodeus Gray Galhapagus, una sabía tortuga quien representaba al país de los peces. Y al final, justo alado de Lord Guílleme, Lord Daniel Altimos G. Valleh. Canciller del país de las ratas.
Un conjunto de élite que se ha renovado desde siempre tras la creación. Según la leyenda, Dios les eligió para que guiasen al mundo en las sombras, enmendando los errores que el ser humano creaba. Pero el hombre resultó más que peligroso, se había vuelto un asesino implacable, un verdugo del sufrimiento. El Parlamento infinito entonces le cegó de ver aquel regaló que Dios mismo les había dejado. Ver la magia, ver la pureza, conocer el amor. Y les dejaron pudrirse en su inmundicia.
Pero Lord Guílleme se había compadecido de ello.
—¿Qué hará, Lord Guílleme?
Intervino en el súbito silencio la voz de Lord Edmund. –Si los dejamos así, sin refuerzo, es probable que mueran a manos del Flautista de Hamelín. A mí me da poca importancia, ya que se trata de seres humanos, sin embargo, la política que usted defiende es a favor de ellos. ¿No debería proveerles auxilio, señor?
Pero la elegante ardilla no respondió y solo brindo una sonrisa leve sobre sus labios.
—Verá estimado Lord Edmund. Ellos no necesitan de mi ayuda. Ya viene en camino por cuenta propia.
Dijo al cabo de unos segundos de observar bien la imagen. Lord Asmodeus dio un chequeo a algunos papeles que tenia entre sus gruesas patas. Afinó su garganta con leve toser y centró su atención directamente sobre la imagen.
—Sí juzgó por lo que veo en este preciso momento realmente no sería una sorpresa que Lord Ferdinand ya nos hubiese abandonado.
La atención fue de la tortuga por parte de todos los otros animales. Lord Guílleme como todo elegante caballero le invitó a exponer más a fondo su punto con un ademán de su pata. –Todos estábamos en completa conciencia que ese chico, el Flautista de Hamelín no sería la excepción en cuando a la corrosión de la flauta. Para estos momentos ya podemos haber perdido, a sus manos, a uno de nuestros miembros.
—Respaldo.
Intervino Lord Gustave. –Si hay una cosa que es completamente contraria a nuestra elaborada política, es concebir la muerte de cualquier ser viviente. Y se hace mención más marcada, cuando se trata de uno de nuestros miembros.
La sala se llenó de tensión. La silueta que se movía a mucha velocidad por llegar al lugar acaparaba la atención del Parlamento en su totalidad. El humo de un fino puro artesanal, labrado en Francia a juzgar por las escancias aromáticas tan balanceadas, llegó hasta la nariz de Lord Guílleme. Fue completamente intencional, dado que no había corriente de aire dentro de esa sala.
—Deberías conservar tu dignidad, y lo poco del honor que te queda. Admite de una buena vez que te equivocaste con los humanos.
Habló con un tono de completa burla Lord Jesteralt. La ardilla clavó sus saltones ojos sobre la serpiente quien se disponía a echar fuera otra ráfaga de ese humo denso.
—Le recuerdo, Lord Jesteralt. Que esta prohibido el fumar dentro de la sala de reuniones. No es un gesto muy galante de su parte.
—Puedes ignorarme cuanto te plazca, Guílleme. Al final tu confianza en esos monos sedientos de sangre será tu tumba. ¿Qué pensaría el creador de ver que defiendes a esos destructores? ¡Vergonzoso!
La serpiente soltó el humo de nueva cuenta. Lanzó una risa elegantemente corta, pero con profundidad. Para Lord Ismaelle; el Canciller del país de las Serpientes era poco más que reprochable. Dado que su país siempre había sido una nación de malicia y muerte. Las primeras guerras entre animales habían sido iniciadas por las serpientes. Esos molestos reptiles con voces susurrantes e hipnóticas.
Guardó sus comentarios que serían poco civilizados y dejó que fluyera el enojó. Sabía que Jesteralt deseaba el puesto principal dentro del Parlamento. Proponía una revolución de venganza y sangre sobre los seres humanos. Guílleme por su parte siempre se había opuesto tajantemente a tal hecho. Siempre a la defensa de la redención de los seres humanos, como parte de la creación del perfecto ser supremo.
Para Lord Maurice era una conspiración girada entorno al poder que ejercía Lord Guílleme. Dado que era el único que tenía la autoridad para disponer sobre la humanidad. Poder que se designó desde el inicio de los tiempos al animal del corazón más puro, las ardillas.

Wendy tomó la correa del animal y lo condujo hacía delante de modo que anduviera de manera lenta. El hombre alto le siguió de cerca con pasos cortos, trabajo difícil para sus largas piernas. Tan pronto el aire rosó lo poco de su mentón que dejaba su capucha se detuvo abruptamente.
—Wendy…
Pronunció totalmente impactado. –Esto es…— Miró hacía el horizonte para quedar en claro que alguien acabaría de llegar en unos segundos.
—¡P—pero es imposible! ¿Aquí? ¿Cómo?
Se auto cuestionó la joven con igual sorpresa.

La silueta por fin estaba a unos metros de llegar donde Hamelín. Para la vista de Kevin, aunque lastimada, podía apreciar con certeza que era un hombre adulto. De quizá cuarenta años. También le era notable una larga túnica marrón que cubría hasta manos. Y justó cuando se disponía a clavar sus ojos sobre el rostro del extraño se desvaneció. De un saltó se había colocado arriba de la esfera sónica que lastimaba a todos.
Un hombre de larga barba blanca, unos ojos de un de color ligeramente esmeralda. De edad un tanto avanzada, quizá rondando los cincuenta y tantos
—¡Es mi deber, enmendar lo que yo provoqué!
Sacó de su manga derecha una varita de unos 34 centímetros. De un material plateado y obscuro. Era evidente que era madera. —¡Maldition di Musa Cruel, Revoke!
Una serie de haces de luz envolvieron, casi en decimas de segundo, toda la esfera de conflicto.
Hamelín tomó su cabeza, presa de un dolor increíble. La flauta que tenía sobre sus manos comenzaba a calentarse al punto del rojo vivo. Pero no le soltaba. Un gemido demoniaco salió de sus labios. Desgarrador y agudo.
—¡Tú! ¡Vete de aquí!
Comenzó a gritar la voz que provenía del Flautista en tono agresivo, pareciera que la sola presencia del viejo le lastimara. El cuerpo de Hamelín comenzaba a sobre exaltarse de forma violente, como si algo estuviera dentro de él. De sus labios comenzaba a brotar sangre, sus ojos también comenzaban a hacer brotar ese líquido color carmín.
—¡Deja al chico en paz! ¡Revoke!
Un grito más agudo y desgarrador que el anterior se esparció por la mayor parte del valle. Inclusive llegando donde el hombre alto y Wendy. Quien al ver la onda que levantaba polvo se colocó para cubrir con su cuerpo al pequeño jinete del caballo.
—¿Es que acaso esta luchando contra el Flautista de Hamelín? ¿Por qué?
Pronunció Wendy totalmente atónita ante la situación. Pero el hombre de la capucha no se molesto en responder, estaba paralizado y totalmente centrado sobre el anciano que luchaba contra Hamelín. —¿Qué haremos? Esto tiene toda la pinta de ponerse feo. Ya no es seguro quedarse aquí.
—Ese bastardo…
Murmuró el hombre apretando los dientes. Wendy se fijo sobre el, pocas veces lo había visto tan tenso como en ese momento. Era verdad que solía ser una persona engreída y sumamente orgullosa. Disfruta de la soledad y la matanza, el calor de la batalla y ver su espada empañarse de la sangre de sus adversarios. Pero el jamás se tensa amenos que se trate de una persona en especifico. Wendy concibió su respuesta al tiempo que sus ojos se abrieron de par en par.

Kevin se las tildaba de loco al ver al viejo tratando de combatir al demoniaco Hamelín. Le era imposible moverse, y aun así en un esfuerzo sobrehumano se puso en pie.
Hamelín comenzó a moverse con la destreza de una araña. Dando saltos que arrastraban su cuerpo, como si sus piernas fuera lo que dirigiera el cuerpo. Para ese momento la capa de tortura había desaparecido. El viejo perdió la vista de donde se hallaba Hamelín mientras caía al suelo.
—Maldita sea, se ha movido demasiado rápido. No puedo dejarle que pase más tiempo o se volvería imposible sacarla del cuerpo del muchacho. Debí darme cuenta antes, pero pensé que sería capaz de controlarla, que error más grande.
Se lamentaba el viejo mientras Hamelín se había escabullido tras su espalda. El anciano se dio cuenta del pesado respirar del chico, pero fue incapaz de voltear a tiempo. Una patada le mandó unos metros lejos del lugar.
—¡Hamelín!
Gritó Kevin empapado en molestia. —¡Deja ya estas estupideces y vuelve en ti mismo bastardo!
Pero no era Hamelín quien reinaba en ese momento. Su cabeza hasta ahora cabizbaja subió solo para marcar una sonrisa torcida en forma de burla al Maestre.
—Él es mío ahora, pronto se unirá a todos los otros. Todos aquellos bellos hombres que me pertenecen. Que yacen en mi fina colección privada de muñecos de porcelana. Otro más que agregar para admirar a mitad de la noche cuando desgarre cada entraña de su perfecto vientre, y he de tomar su virilidad para vanagloriarme a mi misma como símbolo de absoluto poder.
El Maestre estaba estupefacto ante tal atrocidad. Era una criatura como nunca había visto antes, algo que era el mal encarnado frente a sus propios ojos, repulsivo y obscuro. A su cabeza rodó la imagen de cuando conoció a Hamelín. Un joven distraído y hambriento, aun estaba bañado en sangre de sus ropas, la mirada era gris casi sin vida. Para esos días Kevin era una persona interesada en engalanar su falso circo con tal de tener más y más mujeres que satisficieran su profunda sed sexual. Le llevó para que atrajera jóvenes que comer, cual lobo feroz. Y aunque el tiempo paso, jamás se interesó por el chico. Era una herramienta nada más.
Para Kevin, las otras personas no valían nada, su centro era el mismo, y satisfacer sus necesidades. Una persona que había perdido su camino al Circo de los Espejos, que jamás le encontró. Que jamás lo haría de nuevo.
Había llegado cerca del año 1857, cuando por accidente se topó con un sendero especial, y sobre las dos puertas. Una tenía un dibujo de un alegre payaso, pintado a mano en un arte muy peculiar. El otro, una luciérnaga pequeña que colgaba, una gargantilla para ser exactos. Kevin tomó el valor de agarrar la perilla que tenía el dibujo del payaso. Habiéndole tocado un sujeto salió de dentro de la puerta. Un joven de cabello despuntado, que le cubría la mitad de la cara y sobre su nariz un antifaz. Una capa colorida, el Arlequín.
—¿Tu eres, un Rein?
Fueron las palabras que salieron de los pálidos labios del chico con capa. –Cuídala, a quien te enviaré.

Hamelín empuño su mano que estaba crecida de uñas pútridas y afiladas. Se abalanzó contra el Maestre, pero calló abatido por un rayo color azul. Kevin volteó al instante para aclarar quien le había emitido. El viejo estaba allí parado con firmeza sosteniendo su varita de la que humo brotaba.
—¡Maldition di Musa Cruel, Revoke!
El cuerpo comenzó a gritar de nueva cuenta, se arrastraba sobre sí con violencia. La visión más parecida a alguien que muere sobre una plancha al rojo vivo. La flauta se había tornado color rojo incandescente, quemando la mano del chico, quien se reusaba a soltarle.
—¡Lárgate, es mío, solo mío! ¡Es mi muñeco, otro más para mi colección!
—¡¡Revoke!!
El grito que brotó fue igual de intenso, pero comenzó a partirse en medida que se prolongaba. Se agravaba la voz mientras perdía intensidad. Hamelín soltó la flauta poco a poco y su cuerpo comenzaba a volverse normal con lentitud. Su respiración era lenta y casi invisible. De sus ojos y boca brotaba sangre fresca, otro poco ya se había secado dejándole tatuajes color carmín opaco.
Kevin se alivió un poco, pero su dolor solo se incrementaba. Se maldijo mil veces al ver a Yoshira en el suelo. Pero no podía correr aunque lo deseaba. El viejo se volvió hacía el Maestre. Le apuntó con la varita y en un instante su brazo se sintió aliviado.
—No será permanente, es un hechizo que inhibe el dolor por unos minutos, la herida sigue allí. Será mejor que te apresures a tomar a la chica. Esto se pondrá peor.
No perdió segundo alguno y se dirigió hacía la joven dama que yacía sin conciencia.
Áster por fin comenzaba a sentir el cobijo que Yoshira emanaba. Aquel que había hecho cambiar a Hamelín y Kevin. Yoshira se planteo en cintura el resolver la manera de salir. Tras buscar con su mirada algún rastro de otra luz volvió a pinchar el pequeño as de luz. Esta vez el sonido fue de arpas delicadas.
—¿Qué función se supone que cumple este destello?
Preguntó Áster. —¿Es que acaso solo estamos varados en la nada?
—Si esto no es la muerte, debe haber una explicación más. Hace unos momentos oí una voz de un muchacho que suplicaba por mí venida. Se alegraba que estuviera aquí. En un sueño también le escuché rogar por mí. Es como si me esperara por alguna razón.
—¿Una voz? ¿Un muchacho?
El silencio profundo inundó la sala de tajo y la pequeña luz comenzó a vibrar de modo intensó. La luz se incrementó drásticamente dejando ver la cara de ambos jóvenes. –Es hermosa…
Murmuró Áster con las mejillas sonrojadas.
—Yoshira, ven. ¡Por favor! ¡Ellos te apartan de mí! ¡Corre hacía mí! ¡Yoshira pronto te irás!
La voz se escuchó en la habitación entera. Una voz melódica, la misma de la vez pasada. El joven castaño estaba alerta, era extraño como podía ser tan encantadora una voz. Sonaba casi hipnótica al grado de tacharle de perversa. Pero a los oídos dela joven era alguien que suplicaba su presencia. Y se había prometido el reparar el vacío de los demás.
—No me iré. Dime tu nombre, estoy aquí para ti.
Respondió ella en tono maternal. La luz brilló con más intensidad dejando ver parte de la sala, un suelo rocoso bajo sus pies, y agua puramente clara con pétalos de rosa flotando sobre ella.
—¡Yoshira, Yoshira! ¡Ven a mí Yoshira! ¡Ellos te apartan de mí! ¡Te quieren para ellos! ¡Tú eres solo mía Yoshira!
El joven Áster observó atónito como sus manos estaban comenzando a volverse transparentes. Se asustó tan rápido como llegó a la conclusión que estaba regresando a donde provenían.
—Yoshira, estamos volviendo, estoy seguro.
La joven miró sus manos que sufrían lo mismo que las de Áster. Asintió con la cabeza. Volvió a hacer el centro de atención la voz. Esta vez estaba decidida a aclarar tal misterio.
—Estoy aquí para ti. Te escucharé. Solo tienes que decirme.
—¡Yoshira, ellos te alejan de mí! ¡Déjales Yoshira, ven conmigo! ¡Quédate conmigo!
Esta vez la voz sonaba sollozante y más desesperada. Como si corriera mientras hablaba, como si el tiempo se le acabará. Y así era, pues Yoshira y Áster ya eran transparentes de pies a cabeza. La luz comenzó a brillar más y más, tanto que cegaba a ambos muchachos. Parecía ahora algo totalmente blanco en la cual no se distinguía cosa alguna. Un hermoso aroma a rosas frescas inundó la sala. La joven Extendió la mano y tomó a Áster, apresar de su transparencia parecía que aun le era posible interactuar con lo físico.
—Escucha, Áster. Quiero que te quedes conmigo. Cuando nos vallamos de aquí quiero que vengas con nosotros.
—No puedo, mi tío Shepard probablemente este muerto y…
El sonido de varios instrumentos comenzó a inundar el aula, de manera tajante y muy fuertemente. No tenían ritmo alguno. Yoshira y Áster ahora eran casi invisibles. La luz por fin bajaba dejando ver una puerta al final por donde estaba la silueta de un joven.
—¡Yoshira!
Gritó desgarradoramente mientras la chica se iba del lugar en un as de brillantes luces.
Anistondash13 de julio de 2012

1 Comentarios

  • Ldamien

    ¡Qué acción, drama e intriga! En cierto modo me agrada el misterioso comportamiento de Hamelín y la brutalidad en que Kevin se expresa.

    15/07/12 07:07

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