TusTextos

El Circo de Los Espejos. #8 - la Huida al País de Los Conejos

Capítulo 8
La huida hacía el país de los conejos.

Cada mañana el viejo conejo Isteralt salía a recolectar algunas zanahorias de su huerto. Amaba el olor de los vegetales recién salidos de la tierra, pero sobre todo el color con que estos se pintaban. Un buen color era igual a un sabor excelente. Si había cosa alguna que loco le volviera era tener que preparar la comida para toda su familia. Tenía unos diez hijos, y otras cinco hijas más. Todos de la misma edad.
Para el país de los conejos era todo prosperidad. Mañanas bañadas en el perfumen que brota de las colinas a tope de jazmines. El agua más pura que baja del monte de la Imaginación. Y prados bellamente largos donde los niños suelen salir a jugar cuando el sol ha bajado un poco. Ese día el viejo Isteralt había estado pensativo, jamás había existido un día en que el cielo fuera nublado y frío como lo era el de hoy. Era evidente que algo sucedía, y aunque quiso perderse en lo más profundo de sus asuntos de padre, ese recuerdo surgía otra vez. Con mayor frecuencia, hasta tomarle por completo.
Se sentó en una de sus bancas, que estaba realmente fría. Se sintió atraído hacía un sonar de las rocas cuando son pisadas. Lo que divisó fue a alguien acercarse. Un ser humano, de la altura de un hombre joven, que portaba una especie de capa. Abrió sus rojos ojos de par en par cuando obtuvo la respuesta de quien venía.
—A—arlequín…
Murmuró con incredulidad. En unos segundos la figura del Arlequín era evidente. Su capa colorida y su antifaz sobre su cara. —¿Pero que haces aquí?
—Estoy en mi derecho de estar en esta tierra, que originalmente me pertenece, anciano Isteralt. Deberías estar agradecido que te he permitido a ti y a los tuyos quedarse.
—No era un reclamo, mi señor. Pero de haber sabido que vendría hubiésemos preparado un enorme banquete en su honor.
—Basta de banquetes, estoy aquí para tratar un asunto muy serio, con respecto a estas tierras y el Circo de los Espejos.
El conejo comenzó a ponerse tenso. Las palabras del Arlequín eran secas y cortantes, como si se apresurase antes de que cayera una desgracia. No sabía si eso tenía que ver con el gris del cielo, pero no le resultaba del todo agradable.
—Usted dirá, mi señor.
Respondió Isteralt temiendo lo peor. El Arlequín observó el cielo tratando de calmar el revuelo que se aproximaba. Algo tan horrendo que amenazaba lo que él quería. No es que le gustará el sufrimiento ajeno, no era parte de su existencia, pero era necesario. Dentro de un mundo donde el tiempo no corre. Día tras día todo es igual al anterior, el mismo viento y las mismas flores. Todo intacto preservado en una burbuja de juventud eterna regocijándose con el mayor regalo otorgado por Dios. El mundo de la fantasía, no tenía nombre en realidad, era simplemente un paraje infinito de prados que existían por creación de los habitantes.
—La guerra, vendrá a tu país…
Soltó con voz totalmente plana, más sin embargo tenían un sentimiento similar a cuando vas a comenzar a llorar. El viejo conejo simplemente bajó la cabeza en símbolo de resignación, quería llorar, pero contuvo su postura para afrontar de nueva cuenta a su señor.
—¿Cómo es que la guerra amenaza nuestra amado país? El país de los conejos siempre ha sido pacifico y un refugio para aquellos que rueguen por una posada. No tenemos conflictos políticos ni tampoco diplomáticos. ¿Quién podría ser capaz de traerle destrucción?
—En esta tierra…
Sentenció el Arlequín. –Se encontrarán varios equipos que buscan el Circo de los Espejos. Y las ordenes del Creador son más que claras al respecto. Ellos tendrán que verter su sangre sobre el pasto para reclamar lo que es suyo por derecho. Al final, algunos verán el premio que anhelan. El costo para tu país será desolación…— pausó su voz para tomar aire –Pero es tu deber proteger a una persona si nadie más puede.
—¿Persona? ¿Un ser humano?
—Yoshira.

El hombre alto se apresuró a acercarse hacía donde estaba el viejo y Kevin, quien ya tenía a Yoshira sobre su espalda. El viejo a Hamelín de igual manera. Se detuvo a unos metros del anciano y desenvainó su espada amenazándole. Kevin le miró atónito, pensó que a eso es lo que se refería con que se pondría peor. Otra ronda de bandidos quizá, pensó; sin embargo sus ropas eran de calidad y parte de la armadura se notaba, por lo cual era evidente que no era un ladrón.
—Voy a matarte de una buena vez.
Pronunció el hombre con furia derrochante de sus labios. Sus pulmones batían a ras de tambor de guerra. Pero a pesar de todo el viejo se encontraba tranquilamente, como si la preocupación por la amenaza fuera mínima.
—¿Me pregunto en que fallé?
Respondió al cabo de unos minutos con palabras muy suaves. El hombre simplemente bajo su espada un poco, destensando sus músculos. Soltó una risa apretada y evidentemente fingida, llena de ese pesado humor negro hilado de tintes sarcásticos.
—Déjate ya del pasado. Esas épocas terminaron hace mucho tiempo. Acepta el presente y lo que soy. Algo que ni tú y toda tu magia pueden cambiar.
—Anda fuera de aquí, no tengo el tiempo de estar lidiando contigo esta vez. Madura, y tal vez te preste más atención.
En acto reflejo el hombre se lanzó en contra del viejo en un ondeada de espada hacía el cuello, un golpe que de ser certero terminaría con la vida del anciano de inmediato. Pero el viejo colocó su varita contra la navaja de su espada, y no se rompió. Le contuvo fuertemente como si se tratará de metal del más alto nivel. –Te lo voy a repetir otra vez. Fuera de aquí, tu ya no eres más mi alumno. No tengo raíces hacía ti, eres un árbol podrido desde el principio. Y no existe cosa alguna que pueda aliviar tus penas y pecados, no, ni siquiera el Circo de los Espejos
El hombre no tomó la molestia de responde y contratacó con una patada hacía el costado derecho del anciano, asestando correctamente. El viejo se dobló cayendo de rodillas al suelo llevado por el peso del flautista. La espada de elevó hacía el aire de nueva cuenta para atacar pero fue detenida por el bastón de Kevin. Para el encapuchado fue simplemente una expresión de gratitud hipócrita, el hecho de salvar a alguien que te ha ayudado antes.
—No seas tonto y aléjate de este lugar. Sí quieres que esa mujer siga viviendo serás astuto como para llevarte lejos de mí.
Kevin lanzó una mirada tajante contra su adversario mientras continuaba forcejeando. Pero con Yoshira sobre su espalda era casi imposible movilizarse para contratacar.
—Si le tocas un cabello tú serás el que tendrá que alejarse de aquí. Porque te haré pedazos.
—¿A quien engañas, Maestre? Todos saben que era una mala persona. ¿Por qué debería creer tu actitud de buen chico de un momento a otro? Se lo que eres, se lo que haz hecho. La gente como tú no cambia, y mucho menos se resigna a denigrar a otras personas, es algo que disfrutan. ¿Es que con tanta hambre deseas a esta mujer?
El viejo se puso en pie poco a poco dejando a Hamelín suavemente en el suelo.
—Maestre, aléjate de él. El hechizo va a desaparecer en unos minutos y pondrás en peligro a ella. Además es mi responsabilidad.
Calló unos segundos buscando en su mente las palabras más adecuadas para crear una oración contundente. –Él es otro de mis errores.
Esa era la gota que derramaba el vaso de ira que trataba de enfocar el hombre alto de la capucha. Colocó más presión contra el bastón y parecía que comenzaba a ganar el forcejeo con aires de evidente facilidad. Kevin chasqueó la boca en gesto de cansancio. El dolor comenzaba a venir poco a poco. En unos segundos estaría completamente al máximo y si quería que todos estuvieran seguros tenía que moverse ya.
Yoshira comenzó a abrir los parpados débilmente mientras sentía el retumbar de los pulmones de Kevin sobre sus pechos. Lo primero que distinguió fue la escena de batalla y como el Maestre comenzaba a desfallecer contra el poder del encapuchado frente a él. Miró atentamente como es que esa persona que estaba luchando desprendía un humo de color azul obscuro, algo totalmente frío y amargo. Y volvió su mirar a Kevin, veía que desprendía un vapor color rojizo, lleno de calidez y una dulzura moderada. Se sorprendió a si misma cuando observó que todos desprendían un humo distinto, con colores tan sutiles, impregnados de un sabor distinto cada uno, que inundaba su paladar en una cascada de diferentes caminos.
—¿Con que un error? ¿Soy otro de tus tantos errores?
Reprochó más molesto que antes el encapuchado. De un movimiento brusco arrojó el bastón de Kevin por los aires. Se emprendió en el ataque contra el abdomen del joven de traje. Un golpe directo con su espada, un golpe que acabaría con esto. Y entonces fue arrojado con violencia hacía otro lado, Áster había asestado una patada a la altura de su hombro. —¡¿Cómo es esto posible?! Exclamó atónito mientras rodaba hacía el suelo.
Wendy emprendió una marcha colmada de preocupación hacía donde estaba el hombre alto. Sus ojos comenzaron a desprender un leve tildar de luz. —¡Quédate allí Wendy! Respondió su compañero poniéndose de pie poco a poco. –Esto no es nada para mí.
Áster plantó sus pies fuertemente sobre la tierra mientras vigilaba de manera atenta al encapuchado frente a él. El Maestre volvió su cabeza hacía Yoshira quien respiraba con profundidad, le miró directo a esos ojos profundamente marrones, derrochantes de miel, tan sagrados que apenas podía creer que existieran en un ser humano. Incomparables ante cualquier otro par que sus tantas mujeres hubieran tenido. Esos ojos que tenía Yoshira, eran la fuente de su calor, de su amor, eran como un hechizo tornado alrededor de su rostro para bendecir a los que mira.
—Kevin… estas herido.
Dijo la chica con voz quebrada. Dirigió su atención hacía el castaño que cargaba el viejo. Hamelín lucia peor aun que Kevin. Su corazón se partió en dos al ver lo que había desencadenado, era egoísta la manera en que ellos lucharon para su seguridad. Y no pudo hacer nada.
—Estoy bien Yosh. Te prometí que te protegería de lo que sea, y como todo un caballero que soy, no puedo faltar a mi palabra enfrente de la más bella dama que ha agraciado mi corazón con su presencia.
Respondió poniendo una sonrisa confiada. Yoshira no sonrió esta vez. Miró como Áster estaba parado frente al hombre que le llevaba una altura contundente. Incluso Áster le protegía contra el daño que le amenazaba.
—¿Por qué?
Se dijo entre murmullos y luego apretó sus labios fuertemente. Kevin le abrazó con ternura, colocó su mentón sobre la cabeza de Yoshira.
—Soy una persona horrible, ese es mi pasado y no puede ser cambiado. Pero cuando tú estas cambias mi forma de ser, me preocupo por los demás. Eres como un pequeño sol. Y no existe cosa más importante para mí ahora, que el hecho de vivir otro día para estar a tu lado.
—Patético.
Respondió el hombre encapuchado mientras adoptaba una pose más formal para la batalla. —¿Tu el Maestre de los circos falsos, estas arrepentido? La gente como tu no cambia en absoluto. Ni como ese chico, el Flautista. Ambos, son bestias sin corazón, buscando desesperadamente tomar el de ella.— Se lanzó dando un golpe con su codo en la mejilla del chico frente a él, que tan pronto como podía haberle terminado fue seguido de un ataque con espada. Áster esquivó bajando la cabeza justo a tiempo, pero una patada de las largas piernas del hombre le envió contra el suelo.
Cuando Lord Ferdinand se dio cuenta de lo que pasaba ya se hallaba de pie. Veía con asombro a aquel viejo que cargaba a Hamelín. En efecto lo conocía. ¿Es que acaso alguien no lo conocería?
—Ese hombre esta aquí. Incluso él ha estado vigilando por estos muchachos. Esta debe ser completamente una señal.
Dijo empapando sus palabras de ese acento tan indudablemente ingles que brotaba de sus labios, pequeños y rosa adornado, de bigotes. –Los otros miembros del Parlamento Infinito deben estar al tanto de este asunto. Jesteralt no estará contento con ello.
Se acercó un poco al campo de batalla, con sumo cuidado de no manchar su impecable traje que apenas tenía unas partículas de polvo. Yoshira le vio al instante y tomó entre brazos.
—¿Se encuentra bien, Lord Ferdinand?
—No del todo, querida niña.
Dijo con voz un tanto agotada. —Hubiese deseado que el asunto con el chico flautista hubiese sido menos tenso.
Las cosas para Kevin eran poco menos que críticas, su brazo comenzaba a doler de nuevo. Eran como estocadas con una cuchilla dentro de sí. El hombre alto simplemente se acercó con paso de ermitaño hacía el joven de traje negro.
—Tú no luchas para tus compañeros. Luchas para saciar el hambre que tiene tu corazón. No existe cosa más egoísta que ello.
Soltó una risa sarcástica. –Pero yo me encargaré de tomarle para que regreses a tu forma de siempre. No ha cambiado nada, simplemente te escudas en alguien como ella para evangelizar tus pecados.
—Son palabras poco comunes para alguien que pertenece a la noble orden los Caballeros de la Mesa Redonda. ¿Es que acaso no son seres de bondad infinita y justicia?
—Me has tachado de algo que evidentemente no soy.
El viejo se puso como pudo en pie, pero era evidente que no permanecería de ese modo mucho tiempo. Su larga túnica se había empapado de algo de sangre, esta a su vez ensuciado con un poco de tierra del suelo. Jadeó tajante mientras marcaba sus profundos ojos color plata sobre el hombre encapuchado.
Extendió su varita y sus ojos derrochaban disciplina.
—Estoy arto de esta clase de inmadureces. –Dijo el viejo. —Deberías saber perfectamente que soy el más estricto de los maestros. Y tu, mi alumno primero, no serás una paria con respecto a mis reglas.
La varita se iluminó de un radiante punto rojo. Que se disparó de ella hacía su objetivo. El hombre alto de la capucha apenas dio un leve movimiento con su espada, enviando una onda de aire potente a interceptar la extraña luz. Pero no fue suficiente, era imparable y en un par de segundos lo tenía frente a sus narices. Abrió los ojos de par en par cuando el punto rojo comenzó a agrandarse a tono de explosión.
La capa de Wendy pasó justo tras el hombre alto. La dama había tomado parte dentro de la batalla. Abrió sus ojos lo más que pudo y en ellos se vislumbraron tatuajes extraños, que brotaban hasta sus mejillas como lágrimas negras. Líneas raras e intrincadas en un lenguaje no entendible.
El hombre alto se dio cuenta que ni el viejo, Kevin, Yoshira o Áster parecían moverse. Se había puesto un receso obligado al conflicto. Recobró el aliento un poco y luego Wendy cruzó sus brazos con enfado.
—No podré mantenerlo mucho tiempo.
Dijo. —Será mejor que nos retiremos o le pondremos en peligro. Ya tendremos más oportunidades de tomar a esta mujer.
—Esta parece una buena oportunidad.
Replicó algo cansado. Wendy negó con la cabeza, aun más molesta.
—Si la tomamos.
Prosiguió con autoridad. –Sus compañeros vendrán a por su búsqueda. No podemos darnos el lujo de perder a nuestro Rein. ¿Cuánto durará el hechizo que hiciste?
—Conociendo quien es el viejo.
Dijo con cautela. —Si nos quedamos un par de minutos más. Seguro que nos mata su explosión.
—Entonces vámonos de aquí.
—¿El chico de la cinta?
Preguntó Wendy, sin embargo el hombre alto respondió con una negativa de la cabeza. Entonces comprendió que ya habría otra oportunidad para estos asuntos. Tosió un poco y sus tatuajes fueron cediendo, como absorbidos hacía sus globos oculares, pero de poco, unos centímetros por segundo.
—Olvídalo, Wendy, lo tomaremos después. El vendrá a nosotros, todos vamos hacía el mismo destino.
Observó con rencor al anciano de la varita. Su cara inyectó rabia y un profundo resentimiento por la sola imagen que proyectaba. —Y en cuanto al viejo, será otra ocasión para saldar la deuda que tenemos pendiente.
Sus pasos se alejaron mientras los ojos de Wendy comenzaban a sangrar abundantemente. Ardían como dos pedazos de metal al rojo vivo. Aun así, se alejó con el pequeño encapuchado que se había quedado sobre el lomo del caballo. El hombre alto se aseguró de todo y emprendieron marcha lejos. A todo galope. De la capucha de ese pequeño joven, brotaba un mechón largo y de un color profundamente rubio, pero su característica principal era que, parecía estar enrizado.

Unos segundos pasaron, el viejo se vio sin objetivo alguno para su ataque, que amenazaba ser de magnitudes estratosféricas. Dio un silbido largo y agudo haciendo desvanecer la esfera en un estallido ruidoso pero no potente. Kevin cayó sobre sus rodillas, totalmente abatido, el dolor había vuelto completamente. Apenas podía mantener a Yoshira sobre el. La respiración de la joven dama era tan gruesa que bien podría suponer que se estaba ahogando.
El viejo hombre se hecho sentado. Hamelín todavía estaba inconsciente, y Lord Ferdinand había comenzado a sentirse un poco mal. Áster se levantó de tajo para ir donde Yoshira. Ella parecía estar en un estado de profunda impresión. Le extendió la mano, de ese modo Kevin sufriría menos, ella se dejó caer sobre los brazos del chico de la cinta.
Las nubes habían comenzado a ponerse de un tono muy gris. Profundo y melancólico, mientras un viento pesado arrasaba con los suspiros de los que estaban en valle rocoso. Por un instante el calor tan abrumador desapareció de ese lugar de eternas llamaradas.
Áster dio un sobresalto, su corazón se había detenido de tajo al ver la silueta de su tío Shepard en pie. Andaba mal herido y cada paso era de un evidente dolor, pero estaba allí caminando, haciendo valor de su posición de hombre fuerte y rudo.
—¡Áster!
Dijo con severidad. Observó a Kevin sobre el suelo mal herido. Y a Hamelín en su estado actual, no parecía respirar. —¡Aléjate de esos hombres! ¿Es que acaso no has visto lo peligrosos que son?
El castaño solamente dirigió la mirada a la suave cara de Yoshira, una lágrima había comenzado a brotar de sus tiernos ojos. No le gustaba ver llorar a Yoshira, sentía como si fuera un pedazo de su alma esa pequeña gota. Suspiró y besó la frente de la dama.
—Ellos… ¿Por qué hacen esto por mí?
Dijo envuelta en un mar de sollozos. —¿Es por qué, yo les he orillado a hacerlo? No tienen por qué, no es su obligación.
—Es que.
Respondió Áster con dulzura. –Te has convertido en aquello que remedia los males Yoshira. Tú eres algo que redime. Lo siento. Tu corazón tiene una suave canción que lava los más grandes pecados.
El viejo clavó una mirada sobre Yoshira. Apretó los ojos señalando que era a quien buscaba. Evidentemente era todo lo que esperaba.
—Debemos irnos de este lugar.
Dijo al cabo de unos segundos. –Más bien. Ustedes deben irse.
Shepard ya se había acercado lo suficiente para apoyar a Áster. Cargó a Yoshira y pronto se vio envuelto en un extraño sentir. Su ira y rencor se estaba consumiendo. Parecía desvanecerse poco a poco, lavándose y escurriéndose de su interior.
—¿A dónde pretendes llevarles, viejo?
Escupió el bárbaro con voz seca.
—El viejo del lago tendrá que esperar. Iremos rumbo al país de los conejos.
—¿Mi país?
Cuestionó Lord Ferdinand colmado de intriga. —¿Por qué?
El viejo se puso de pie de una, aun con el peso de Hamelín a cuestas. Observó con claridad la imagen. El cielo había comenzado a llorar. Las gotas de agua mojaron su cara. Primero unas cuantas de manera suave. Miró con melancolía. Alzó su varita y una luz hermosa cubrió a todos.
—No dejaré que mueran.
Dijo con un tono solemne de voz. –Y no dejaré que ese hombre consiga lo que quiere. Es mi deber, enmendar todos mis errores.
Pero a ese punto ya casi lo había susurrado. Y tras un polvo de pequeños puntos brillantes, se habían ido de Valle Rocoso.

—¡Aaah!
Dijo una chica castaña. Su perrito ladró con fuerza de alegría también. —¡Este es el lugar que el Arlequín ha tratado de ocultar!
—Deberíamos ponernos en marcha.
Dijo una voz que resonaba de eco. Era metálica en si misma. El rechinido de unos remaches a cada paso le acompañaba. Un hombre hecho totalmente de metal. Un pequeño corazón adornaba sobre donde debería ir uno humano. Y portaba una larga guadaña.
—Pero, pero, pero, el Arlequín ha dicho que no entremos.
Recalcó un gran león. Tenía sus potentes patas sobre su hocico y temblaba de miedo. Cosa incongruente a su gruesa y potente voz.
—¿Dónde hemos llegado?
Intervino un flacucho hombre de paja, con ropas de campo rotas y un sombrero de trabajo lleno de parches. Un sonrisa suave era tajada por los hilo con que estaba cosida, e incluso así, parecía ser de noble corazón.
La chica plantó una sonrisa enorme de felicidad admirando el bello paisaje que se abría ante ella. Un pueblo de chocitas pequeñas. Y un enorme jardín de zanahorias.
—¿Qué harás ahora…
Continuó el hombre de hojalata con dulzura. —…Dorothy?


Anistondash15 de julio de 2012

3 Comentarios

  • Ldamien

    Me gustó muchísimo, revísalo de nuevo que tienes algunos errores ortográficos, pero me extrañó que a demás agregases personajes de "El maravilloso mago de oz"...

    15/07/12 08:07

  • Anistondash

    Sí me ha dado cuenta apenas de las faltas. Les corregiré dentro de poco. No se como se me han pasado por alto.

    Oh si, esta novela contiene muchos personajes, lo principal es que es un amplio mosaico de fantasía y magia. No solo están los del Mago de Oz, si no muchos otros de cuentos muy conocidos.

    16/07/12 05:07

  • Ldamien

    Sí, hasta el Flautista de Hamelín, ya es otra historia. Voy a leer el capítulo.

    16/07/12 06:07

Chat