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La Calma y la Luz Del Alma Solitaria.

Ella se sentó desconsolda sobre la silla más cercana. Sus cabellos castaños estaban desordenados, y a su vez, empapados en sudor frío. De su rostro caían las más crueles lágrimas. Su corazón estaba hecho pedazos al tiempo que su alma sufriendo en un mar de cristales rotos. No quería morir, pero era el sentimiento más cercano que conseguía sentir en realidad. Entonces, como método de resguardo se cogió de las rodillas. Lloró mientras su mente desenvolvía recuerdos que, siempre en tiempos de soledad, le habían hecho sonreír. Un valioso tesoro que resguardaba en el fondo de su corazón, la persona más importante de su mundo. La que más cariño engendró en su tierna alma.

Todo inicio siempre suele estar lleno de confusión y caos, de ese modo ha sido el principio de todo y de ese modo debería quedar estipulado, en orden de acero y piedra que jamás habrá de cambiar un inicio caótico.
La vida, así como todos los aspectos que conlleva, conforma un ciclo del que es doloroso despegarse, todos desea vivir más, sentir más... aspiran a más, pero el mismo inicio, aquella cosa fría, la nada; será indudablemente el final. De polvo al polvo.

Su vida, la que se iluminó por obra egoísta del orgullo humano, mentes tan brillantes como el lucero del alba, pero sin un gramo de calidez. Ese día por fin su alma encontró un cuerpo que habitar, y su lucha por la supervivencia del poco aire que sus débiles pulmones podía aspirar, comenzó, en total silencio en una sala enfermiza.

El llanto de un bebé invadió la sala, un gran espacio pintado todo color blanco, de una fría tonalidad como haciendo honor a un hospital. En el centro del cuarto había una solitaria mesa metálica en la que, entre varias sábanas muy finas empapadas de un líquido oscuro, se encontraba parado un único hombre vestido con la ropa que caracteriza a un cirujano. Una bata, cubre bocas y un pañuelo para la cabeza. Guantes rústicos, como si hubiesen sido utilizados para arar la tierra en vez de para tocar partes delicadas de un cuerpo como cualquier médico normal haría. Lo más resaltante de aquel médico era su complicado trabajo, aislado del mundo, que su espalda, muy ancha y bastante fuerte, ocultaba con gran recelo.

Llevaba así mismo un par de botas que daban de que hablar. Gruesas y bastantes espesas, color negro con ciertos logos bien grabados en la parte donde se sutura el cuero, cercano a la suela. El hombre, bien alto y fornido se limpió el sudor de su frente mientras observaba a un pequeño bebé llorar. Frunció el ceño envuelto en una molestia poderosa ante el enorme ruido que este provocaba, entonces pues, se dio media vuelta y reviró los ojos azules que poseía para echarle un último adiós, silencioso, a ese engendro que el mismo había atendido.

Entonces el pequeño quedó solo en la vacía sala blanca, hundiéndose en metal y el olor al hierro de la sangre. El frío inundaba su cuerpo desnudo y frágil totalmente, más sin embargo sus brazos eran tan débiles que ni siquiera le norme voluntad que poseía era capaz de sesgar el atajo de violencia del que su ser de unos pocos minutos de vida era objeto. En su lugar su única solución fue entrar en llanto de nueva cuenta, tratando de gritar al mundo que la vida corría por sus venas, que no estaba olvidada en un lienzo blanco, que no era un fantasma sin boca ni alma. Tras una eternidad de tiempo la puerta se abrió de nueva cuenta, esa pesada puerta de remaches metálicos, cuya manipulación era sólo posible gracias a dos hombres incluso más fornidos que el médico. Pero la persona quien entró en esa habitación no fue el hombre que le acompañó durante sus primeras instancias, si no por el contrario una mujer que portaba un uniforme más suave, como de una lavandera pobre, mandil largo, cubre bocas y una pequeña gorra que cubría su cabello oscuro. De ojos avellana y unas facciones más amigables que las de la primer persona. Incluso así el sentimiento que esta persona provocaba no era diferente que el del médico, horror y miedo como primer acto, dolor y tristeza como segundo. Tantas emociones conjugadas en la temprana vida de un bebé al que el mundo ya castigaba como el peor de los verdugos, una verdadera masacre al alma.

La mujer tomó en brazos al bebé, quitó las sábanas que estaban empapas de sangre ya maloliente y un asistente le dejó una pequeña tina de metal llena de agua.

—Que tenemos aquí.
Pronunció la mujer con una voz pastosa, sonaba de más edad para lo que su cara aparentaba. —Así que al final ha resultado que eres una niña. — colocó suavemente a la pequeña criatura sobre el agua, una rara ironía para un recipiente que portaba un líquido tan helado como el mismo invierno. La pequeña lanzó otro llanto, esta vez de disgusto, y la mujer aun con todo el frío que su cuerpo emanaba pareció esbozar un poco de ternura.

Lanzó un gesto de mano hacía uno de los hombres en la puerta y este trajo un tarro con agua más tibia que colocó en la tina para nivelar la temperatura. La habitación permaneció en silencio de nueva cuenta. —No te preocupes.
Continuó la mujer en un tono más relajada. Echó sobre ella una pequeña cantidad de agua, apenas tenía cabello pero era poseedora de unos enormes ojos esmeralda, preciosos en todo sentido, una fina perfección. —Josef suele enojarse mucho cuando las cosas no salen, bueno, como a él le gustan, pero a mi consideración, eres todo un éxito.

Sacó a la bebé y dejó todo de un lado. Extendió su mano por una suave manta y la envolvió suavemente, luego de un manotazo quitó las sabanas sucias y dejó solo la plancha fría, que se convertiría una vez en la cuna de la pequeña de ojos esmeralda. El silencio reinó de nueva cuenta en la sala, el frío se hizo emperador absoluto de todo pensamiento que entrase en el mundo paralelo de la realidad. Hielo invisible, dolor tangible. Un indefenso ser a la deriva de una sala blanca que se sentía como una prisión del alma.

No hubo un ruido durante las próximas horas, el miedo primario había invadido a la pequeña bebé que estaba en la sala blanca. El frío era su cobija y el olor a la sangre era lo único que podía distinguir de entre todos los sentimientos confusos de una joven mente. Un inicio carmín para un lienzo blanco, una ironía cruel. Sola entre rojo y blanco, hundida en la más grande perdición que un ser puede soportar.

Habían pasado quizá unas 2 horas o más. Abrió sus grandes ojos esmeralda de repente y soltó un llanto cuando la luz del exterior se introdujo en la sala de nueva cuenta. La puerta metálica se abrió y varios hombres, cuyas figuras eran ocultadas tras la luz intensa del exterior se plantaron. Uno parecía ser el jefe, un hombre estatura más baja que la de todos los demás, traje militar y una gorra militar sobre su cabeza.

— ¿Es este el gran proyecto de Josep?

Dijo sarcásticamente uno de los hombres de la derecha. Los demás soltaron carcajadas al unísono acompañándolo en la burla al trabajo del médico.

—Pues no ha validó tanto tiempo y recursos.

Completó el hombre de la izquierda, más alto que los demás. —Supongo que damos por fracasado esto. Al final ha resultado que a pesar de sus rigurosos estudios en Auswitch no ha sido el mejor. — Lanzó un largo suspiró que irrumpió toda la sala. —Que decepción.

El hombre más bajo caminó en silencio hacía la bebé quien luchaba por ver su aun difusa figura. Un pequeño lazó se creó en ese momento entre el líder de la organización y la pequeña que allí estaba sola en la sala blanca. De repente el parloteo, que había comenzado en una destrucción contra la reputación del médico, se detuvo de tajo.

—Hola...

Dijo el líder, que aun para la bebé era imposible de distinguir gracias a la fuerte luz de afuera. Los hombres quedaron anonadados ante tal comportamiento. El líder siempre había sido un hombre poderoso y de fuertes sentimientos, algunos incluso llegaron a pensar que no poseía un corazón. El verdugo de la humanidad y el creador de la segunda gran masacre. ¿Por qué se tendía como un sirvo, aquel que había azotado las naciones con el yugo de Yahvé? —Eres una cosa muy pequeña... y frágil... — Murmuró para si mismo en una guardia celosa.

De pronto los soldados parecieron helados ante el más sutil comportamiento del líder. Uno de ellos tosió para cortar la tensión que había. Otro tapó su nariz pues el olor de la sangre comenzaba a ser más que fuerte.

La piel de la pequeña había comenzado a dejar de sentir frío, por primera vez en las pocas horas de que había llegado el mundo más cruel imaginado, se sintió en calidez. Ese hombre frente a ella le emanaba un suave perfume que, por motivos más allá de su revoltosa mente, le hacía sentir como en un auténtico lecho de suaves rosas. El destino, o lo que fuese aquella fuerza del azar que unía a las personas, consiguió poder juntar a dos personas que ansiaban conocerse aún sin saber nada el uno del otro.

—Eres como ella... exactamente igual a ella.

La voz del líder se quebró un poco. Los soldados tras él se pusieron firmes ante tal acción. Entonces el tomo a la bebé en brazos y la alzó para ver directamente hacía sus preciosos ojos esmeralda. Entonces por fin la luz le permitió ver la cara de aquel hombre que la alzaba en brazos. De ojos teñidos en un azul muy claro, suave, y su piel blanca con marcas de dureza. Su pelo era más bien oscuro, de esos hilos que con seguridad habrían sido labrados en ébano. —Ahora como debería llamarte. — Se preguntó en un tono dulce. —Ya sé. Seguro que le encantarás a Eva.

Algo más llamativo llamó a sus ojos en ese instante, no era el bigote cuadrado bajo su nariz en absoluto, ni tampoco la cruz de hierro que estaba en su pecho. Es que, su rostro, a pesar de ser marcado ya por la cruel edad, mostraba la más bella sonrisa que había podido presenciar. Un gesto que, con ternura, le irradiaba amor.

—Yo te cuidaré con todo mi ejército, y mi más grande amor, Evenezer...
Anistondash24 de junio de 2013

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