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A Través de Los Ojos Del Espíritu de la Naturaleza

El paisaje era precioso, la nieve lo cubría todo, las llanuras y la cordillera que tenía delante de él.
La cordillera que aunque la tenía delante estaba bastante lejos, emergía del blanco suelo justo en el centro de su vista, formando la punta de un corazón pintado que se iba abriendo hacia la izquierda y hacia la derecha, hasta que las montañas se hacían diminutas y desaparecían.
Los picos de estas estaban engalanados por anillos de espesa bruma blanca haciendo parecer que traspasaban las nubes para así poder agarrar un trozo de cielo raso y de color turquesa.
Las llanuras blancas como ellas solas, se extendían desde su posición hasta que conseguían trepar un poco a las majestuosas montañas. Nada entorpecía el blanco de estas salvo el cruce de algún arroyo congelado y plateado por el sol de mediodía.
Si el paisaje era precioso, justo después de que le hubieran asestado un golpe en el cuello con la afilada espada que sostenía en las manos su verdugo, obligándolo a girarse por la fuerza del golpe y dejando detrás el campo de batalla con el suelo blanco teñido de rojo por la sangre de sus semejantes caídos antes que él en aquella dura batalla. Luchando por ideales de otros.
Si, ahora el paisaje era precioso. Ahora que no estaba ciego para ver lo que de verdad había que ver.
Que irónica es la vida, que te enseña a disfrutarla cuando ya no puedes, como el que sabe lo que va a pasar, y cuando pasa te dice –¡Te lo dije!-.
Pero quien sabe, a lo mejor ese último instante fue un regalo de esta, pues la felicidad como todo lo bueno de la vida se saborea en un instante, y justo después desaparece.
Si, tal vez fue un regalo para que ese instante se convirtiese en eterno, no para premiarlo por la vida de guerrero que hubiese llevado, si no para que por lo menos se hubiese llevado algo grato y que pudiera ver a través de los ojos del espíritu de la naturaleza.
Arba217 de julio de 2010

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