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Noche de Invierno

Felicidad. Esta palabra hace años que no existe en mi diccionario.
¿Es posible olvidar a alguien en 15 años? Definitivamente no. Ya hace 15 años que murió Laura y me parece que todo pasó ayer. Cierro los ojos y me viene la misma imagen de siempre a la cabeza.
Era una noche de invierno. Yo estaba sentado frente al fuego, con un libro entre las manos, pasando las páginas lentamente esperando que llegaras tú. Llevaba puesto aquel pijama azul con puntos grises que tanto te gustaba. Los minutos pasaban y tu no llegabas. Las agujas del reloj estaban juntas encima de el doce. Sabía que estabas bien, o eso es lo que yo quería pensar. Decidí que lo mejor que podía hacer era llamarte para salir de dudas. Necesitaba saber que estabas bien. El teléfono empezó a marcar. Nunca había estado tan nervioso. Sonó el contestador. Por mi cabeza pasaron mas de mil pensamientos, ninguno de ellos bueno. Mientras me intentaba convencer de que nada de lo que pensaba era lo que realmente había ocurrido, sonó el teléfono. Nervioso, con la esperanza de ver tu nombre escrito en la pantalla, lo cogí. Número desconocido, eso es lo que salía en la pantalla. A continuación, vino la conversación más triste del mundo.
-¿Señor Velázquez?
-Yo mismo.
-Verá... Es que tengo que...
-¿Ha pasado algo?
-Su mujer ha fallecido.
Noté como un escalofrío me subía de los pies a la cabeza, pasando por todos los rincones de mi cuerpo. Poco a poco, con las piernas temblorosas, me senté en el suelo deseando que nada de esto estuviera pasando.
Cuatro palabras. Cuatro palabras son las que hicieron falta para destrozar mi vida. El chico que había en el otro lado de la linea del teléfono siguió hablando, pero no escuché nada de lo que dijo.

Un sonido retumbante me despierta como todas las mañanas a las cinco. Con la marca de la almohada dibujada en la mejilla, cojo unos pantalones que encuentro en el suelo y me los pongo mientras busco la camiseta que me puse ayer.. Mientras salgo de la habitación intentando no tropezarme con todo lo que hay tirado por el suelo,dibujo un mapa mental de el recorrido que tendré que hacer con el camión. Tengo cinco minutos para almorzar. Abro la nevera y, como de costumbre, no hay nada. Puede que me queden algunas galletas de las que me trajo Juan el lunes pasado. Una vez las encuentro, me preparo un café descafeinado y me lo bebo de un trago. Ya son las cinco y media, así que tengo que ir a trabajar. Cojo una chaqueta, las llaves y el móvil y salgo de casa. Bajo los 85 escalones que hay de mi piso a la calle corriendo.En la calle todo está oscuro. No importa, sea de día o sea de noche ya se el recorrido de memoria.
Cuando llego a la esquina de la calle, las luces se apagan. Ha empezado otro día. Con los pies helados y la nariz roja, llego al almacén. Como siempre, Antonio me ha dejado una nota con los repartos que tendré que hacer. Por lo que veo, cada vez tenemos menos clientes.
Cuando por fin he cargado todas las cajas en el camión, me siento delante de el volante y enciendo el motor. Son las seis, así que casi toda la gente esta durmiendo. Cuando paso por encima de un bache, se mueve el ambientador, vacío desde hace años, que hay colgado en el retrovisor. Dos horas mas tarde he terminado todos los repartos. Subo al camión y vuelvo al almacén para prepararlo para mañana.
...

A las ocho y treinta y siete de la mañana, cuando la gente va a trabajar, yo ya estoy de nuevo en casa. Me siento en el sofá y enciendo la tele. El sonido estridente de el timbre me despierta. Pensando en cuantas horas he estado durmiendo, me levanto y abro la puerta. Mis ojos, aún cansados, reconocen la cara de Juan.
-Hola.
-Hola Juan, ¿que te trae por aquí?
-He venido a traerte la compra.
-Muchas gracias, no se que haría sin ti...
-Ya sabes que me viene de camino.
-Siéntate, voy a buscar dinero y vuelvo.
-De acuerdo, pero yo tengo que marcharme en cinco minutos.
Y tal y como Juan dijo, en cinco minutos vuelvo a estar solo. Las agujas de el reloj dicen que son la 1. Mientas doy vueltas por casa, veo a un hombre. Tiene el pelo despeinado y las mejillas hundidas. Sus ojos parecen una noche de invierno, fría y oscura. Cojo una toalla y me limpio la cara. Cuando abro los ojos, el hombre sigue aquí. Aparto la mirada de el espejo, convenciéndome de que aquel hombre no era yo. Me siento en una silla al lado de la ventana mientras observo la calle. La nieve va cayendo de el cielo y va cubriendo toda la ciudad de blanco. Con el estomago quejándose de hambre, me levanto y voy a la cocina. Me alegra ver que dentro de la bolsa que me ha traído Juan hay un paquete de arroz. Una vez el arroz está hirviendo, cojo un plato, un tenedor y un vaso y lo pongo encima de la mesa. Al cabo de diez minutos, el arroz ya está listo.

Son las doce de la noche y aún no estoy durmiendo. Tumbado en la cama, no puedo dejar de pensar en Laura. Nada me ha servido para olvidarme de ella. Hay recuerdos que por mucho que quiera olvidar, estarán a mi lado toda la vida. Aún me acuerdo de el día en que la conocí. Yo estaba sentando en una silla de la agencia de viajes, esperando que toda la gente que había delante se fuera y por fin pudiera comprar el billete para ir a Estados Unidos. En aquel entonces, a mi me gustaba mucho viajar. Llevaba meses ahorrando para poder ir a algún sitio en verano, y por fin había reunido el dinero suficiente. Había tardado semanas para decidir donde iría, pero al final, no se por que, me decanté por ir a Estados Unidos. De repente se sentó a mi lado y me empezó a contar que hacía años que quería ir a Estados Unidos, que había estado trabajando todos los fines de semana en un bar de camarera para poder pagar el viaje. Yo no sabia quien era, pero la escuchaba deseando que aquel momento nunca terminara. Su voz era preciosa, y ella aún mas. Llevaba puestos unos pantalones azules y una sudadera roja. Su cara mostraba un entusiasmo y una alegría incapaces de definir.
Yo me sentía como si estuviera viendo una puesta de sol, solo, en un campo de flores en medio de la primavera. No podía parar de mirarla, mientras le respondía que si a todo lo que me decía. Cuando me preguntó mi nombre, no supe contestar. Mi cerebro estaba paralizado, al contrario de mi corazón, que cada vez latía mas fuerte y con más frecuencia. Con un hilo de voz, te dije que mi nombre es Jack.
Tras una hora hablando, nos intercambiamos los teléfonos. En aquel momento, me sentía la persona más feliz de el mundo. Cuando llegó la hora de decirnos adiós, tenia una mezcla de sentimientos. Estaba contento porqué había conocido a la mujer mas maravillosa de el mundo, pero estaba triste porqué quizá nunca la volvería a ver.


El despertador me dice que me tengo que levantar y así lo hago. No se porqué, pero me apetece una ducha. Cojo una toalla y ropa limpia y me dirijo al baño. En diez minutos, ya estoy vestido. Cuando voy a colgar la toalla para que se seque, veo un cepillo y, por primera vez en años, me peino. Como ayer cené temprano, ahora tengo mucha hambre. Mientras se hace el café, cojo unas tostadas y las unto con mantequilla que me trajo Juan. Aún faltan veinte minutos para ir a trabajar, así que me siento en el sofá y enciendo la televisión. Faltan cinco minutos para las seis, así que cojo la chaqueta y las llaves y me voy. Cuando estoy a punto de salir a la calle veo que Juan me está mirando sonriendo. Le digo adiós y me voy.
Mientras camino hacia el trabajo, veo a una chica paseando a su perro. Nunca me había fijado en la gente que hay por la calle a esa hora.
Cuando llego al almacén, cargo las cajas en el camión y me voy. Hoy tengo que ir a diez fruterías. Mientras conduzco, se enciende la radio. Justo en ese momento, suena Tears in heaven , y no puedo evitar que una lagrima me caiga por la mejilla. Una hora más tarde, ya estoy a la última frutería. Salgo de el camión con las cajas de fruta en las manos y me espero a que venga alguien a recogerlas. Se me cae una manzana en el suelo y bajo la mirada para ver como se va dando vueltas. Cuando vuelvo a subir la vista, mis ojos se encuentran con los de una preciosa chica de unos 30 años. Nos quedamos mirando lo que a mi me parece una eternidad hasta que su mirada se desviá hacia la manzana.
-Perdón... No se como se me ha caído y...
-No pasa nada.- Su voz suena risueña.
-¿Donde dejo las cajas?
-A dentro por favor, ahora te indico donde.
-De acuerdo.
-¿Cómo te llamas?
-Jack.
-Yo soy Sandra, encantada.
-¿Eres nueva?
-Más o menos... Mi padre esté enfermo y mientras el se recupera yo me encargo de la fruteria.


5 AÑOS DESPUÉS…

-Serán catorce euros, por favor.
Mientras la señora busca su monedero, pongo toda la fruta que ha comprado en una bolsa y se la doy. Sandra se ha quedado en casa con Axel.
Ya hace dos meses que cogió la baja por maternidad y yo me encargo de nuestra tienda. Ahora, veinte años después de la muerte de Laura, he vuelto a saber que es la felicidad.
Arii16 de diciembre de 2020

1 Recomendaciones

1 Comentarios

  • Clopezn

    Me ha gustado mucho tu relato. Te hace sentir en primera persona todo el dolor y el sufrimiento que trazas con cada una de las palabras desde la primera letra, permitiéndote afortunadamente exhalar un suspiro de alivio al llegar al final.
    Cuidada prosa con una gran historia que espero sea ficción.
    Un saludo cordial

    17/12/20 05:12

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