Escondidas bajo las raídas túnicas de alguna deidad olvidada, deambulan nuestras sombras por el burdel del pecado original… tan pesados son los ropajes que eclipsan nuestras almas… y sin embargo… tan desnudos frente a unas musas que parecieran haber surgido del azufre.
Siento lo infame de mi atavío, en la aspereza de unos siglos tejidos con esmero por unos entes arácnidos a los que jamás pretendí invocar; como bien sabemos, las desgracias llegan de la mano de algo que nuestro corazón ya no osa nombrar.
Nada nos distingue a ti y a mí, entre la miríada que arrastra sus pasos entre las brumas y las cenizas. ¿Acaso no hay mayor sepulcro que este bosque de cemento al que la inconsciencia llama mundo?
Grises son los árboles que nos cobijan, y oscura como el sol de nuestro pecho, es la sombra de su noche. Entre la densidad de tal maraña, lo que no logran dos manos que se unen, lo logran las letras en la soberbia de su pecado. Cuan infame es el camino que labramos con la tinta de nuestras venas… y sin embargo… ¿será que en lo dantesco de nuestras tinieblas sigue palpitando la inocencia de un niño?
Condenados, nos arrastramos como una Santa Compaña que pareciera buscar a los muertos en vez de los vivos. En el hogar de la demencia, todos giramos al compás de unas manecillas que parecen medir el transcurrir de la vida según los designios de los espíritus burlones.
Una vez tuve un sueño, que no era sueño, en cual el tiempo goteaba lentamente sobre mis sienes, cavando los pozos que conducían inevitablemente al mismo infierno existencial; una fosa común donde al final todos somos iguales, somos hermanos. Lo que no ha podido unir la vida, será unido por la muerte en su santo sacramento.
Una vez tuve otro sueño del que nunca pude despertar; quién portaba la guadaña no era la Negra Esperanza. Eran dos hojas afiladas con la piedra de mis huesos y pulidas con el orgullo de un acto de justicia que me excluía de la existencia, desgarrándola en su inexorable girar.
“Pídeme y se te concederá” escuché… y así fue, pues me hallo en el lugar donde quise siempre estar. Entonces… ¿Qué nos hace tan desgraciados? ¿Hacia donde se dirigen nuestras oraciones?
Algunos tienen a sus musas y otros tenemos a nuestros demonios…. tal vez el precio sea alto, pues ajenos a nuestra existencia, las afiladas manecillas del tiempo cercenan el papiro de nuestras carnes. Piel marchita donde está sellado un contrato tantas veces rezado en la dirección equivocada. Será que los puntos cardinales oscilan a la par de un reloj que devora a sus hijos…
Una vez viví un sueño que no era vida; las manecillas del tiempo giraban y giraban sin cesar, y nosotros pobres fantasmas, intentábamos en vano eludir, a esas guadañas que se enredaban en nuestro sudario, reduciéndonos a escombros.
Tan agria puede ser la cosecha de unos vinos madurados al sol del Hades…
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Una vez vi a dos niños caminar sobre el fuego… sus rostros pétreos expresaban la calma sepulcral de quien no teme a las llamas, pues nada le queda que pueda ser extinguido; pero también era un sueño, pues en sus miradas carbonizadas brillaba algo más…
Tal vez el que escribe estas letras, no escuche más allá del sonido de sus cenizas arrastradas por el tiempo… tal vez el otro, es Uno que tan solo habla con las brumas que suben de la mar…. aun así comparten algo…
La prosa nocturna de quienes habitan el hogar de la demencia.
Dedicado a mi buen amigo Abyssos y a todos aquellos que habitan El Hogar de La Demencia.