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La Vida es Algo Más que un Sueño (..ii..)

El edificio que albergaba mi hogar, por llamarlo de alguna forma, era un conjunto de cuatro paredes oscurecidas y resquebrajadas por la falta de cuidados. Esto es lo que ocurre cuando los dineros son escasos y hay que estirarlo para poder alimentar deficientemente las bocas de unos pobres huérfanos; el acicalar la fachada quedaba para después, siempre para después. Durante el tiempo que viví allí solo hubo reparaciones en dos ocasiones y las dos veces fue para remendar las goteras que amenazaban con derribar el tejado del edificio.

La máxima autoridad en el orfanato era el padre Guillermo, un benedictino que abandonó el mundo de los normales para ponerse al mando de una pequeña porción del mundo de los marginados, de los abandonados en la ciénaga de una sociedad tremendamente clasista y egoísta. El era un hombre bueno y querido por todos. Su rostro siempre albergaba una sonrisa por duras y penosas que fuesen las circunstancias. Aún recuerdo aquel rostro; cuando me encontraba afligido recurría a su consuelo y tan solo con su mirada era suficiente para recuperar la esperanza y las ganas de vivir. Había en su rostro una especie de cartel que decía: “No te preocupes, al fin y al cabo no eres tan desafortunado, tienes un techo donde dormir, tienes a alguien que te comprende cuando la pena te nubla el alma y cuando te aflige el hambre puedes comer algo, aunque no sean manjares exquisitos. Así que no tienes motivos para estar triste puesto que a tu alrededor hay personas que no poseen todo eso. Hay personas que duermen a la intemperie día tras día y hombres que mueren de hambre abandonados en callejones oscuros”. Maldita sea, pensaba yo, pues tiene razón, soy un chico afortunado.

Por las tardes, después de la jornada escolar solía ir a ayudar a Mario propietario de un negocio de recogida de cartón usado con lo que me ganaba algunas monedas, pocas pero suficientes para los exiguos gastos de un chico acostumbrado a las privaciones. Además a estas monedas había que sumar algunas más que obtenía en la escuela de mi negocio de apuestas. De esta forma en épocas de buena racha hasta conseguía ahorrar algún dinero que me servia para equilibrar la balanza cuando la suerte me abandonaba. Yo era el hombre de confianza de Mario, lo que me llenaba de orgullo y hacia que trabajase aun mas duro para compensar tanto honor. Como es de esperar ante tanto privilegio yo sentía un tremendo respeto por Mario y a mis ojos era uno de los hombres más poderosos e inteligentes del mundo. Claro que todo depende el punto de referencia y me ofendía hasta la locura cuando escuchaba a la gente decir que Mario era un viejo y pobre cartonero sin un pedazo de tierra donde caerse muerto.
(Continuara…)
Artalia07 de enero de 2009

7 Comentarios

  • Zochi

    Te seguir? leyendo con suma atenci?n, Artalia. Esta suerte de Lazarillo me parece encontr?rmelo en las calles y camino a mi casa, bajo el crep?sculo de Asunci?n.

    ?Fuerza, compa?ero!

    08/01/09 08:01

  • Artalia

    Este tipo de lazarillo es un mal com?n a muchos rincones del planeta.

    08/01/09 08:01

  • Dama

    Me encant? el principio del relato. Estar? a la espera del siguiente.
    Un beso Artalia.

    08/01/09 09:01

  • Danae

    Bien descrito el personaje y flu?da narraci?n. Me ha gustado. as? que seguir? leyendo. Buen comienzo. Un beso, Artalia

    09/01/09 09:01

  • Namari

    Seguir? esperando la siguiente parte, gracias...

    09/01/09 09:01

  • Artalia

    Ya llego la siguiente parte

    11/01/09 12:01

  • Michaelsitka

    Felicidades y vamos a por el iii

    19/01/09 12:01

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