Los rayos
partían la noche
al otro lado del rio
y la noche
se abría de piernas
como una hembra en celo
y nosotros,
como buenas maricas,
deseando ser la noche
la luna
y las estrellas.
Hermoso Ateo. Pero qué bueno.
Me imagino la noche abierta de piernas y los corazones mirando pálidos de envidia.
Duele el poema. Duele la noche. Nos dolemos nosotros.