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Una Hora Veinte

Tren de Constitución a La Plata. Llovía y los asientos metálicos del tren estaban mojados. En uno de los vagones se encuentran sentados en distintos lugares al menos cuatro personas. Un hombre viejo que esta muy borracho, vestido con remera y gorra que lleva una mochila –de donde extrae una botella de agua mineral llena de cerveza- y una bolsa de plástico; un hombre vestido de campera deportiva y chomba que escucha música de su celular, un guarda de corbata y polar azul con su novia una morena silenciosa de mediana edad vestida de jean y remera negra. Estos últimos charlan entre sí.

En Avellaneda sube un grupo de entre seis y siete chiquillos cuyas edades rondan entre los 10 y los 13 años. Se sientan en el vagón. Tienen cara de cansancio y hambre. Los más grandes parecen curtidos por el paco. Bromean, gritan, juegan. El hombre borracho los increpa, lanza gritos y palabras inentendibles. Lo único que se puede distinguir de lo que dice es que la bruja Verón es lo más grande que hay –lo que indica que es hincha del Pincha- y cuando lo afirma el hombre borracho se golpea violentamente el puño. Los chiquillos bromean con el hombre y lo molestan. Lo tratan de loco y borracho. El viejo los amenaza. Ellos se burlan, pero antes de llegar a Quilmes, el hombre se pone de pie e intenta tomar del brazo a uno de los chiquillos más grande, este se suelta con violencia y lo empuja, el borracho cae de espaldas y su nuca da contra las puntas de uno de los asientos metálicos, los chiquillos saltan enseguida encima de él. Lo pisotean y patean. Uno de los más grandes saca una especie de punzón y lo clava al hombre viejo y borracho que ya esta caído inconciente en el suelo. Un gran charco de sangre rojo intenso. El hombre con campera deportiva mira. El guarda con su novia miran. Ninguno interviene. No hay miedo sino absoluta indiferencia. Entrando en Quilmes, en un segundo lo saquean, le sacan la visera, las zapatillas viejas que llevaba puesta, la mochila y la bolsa. Bajan corriendo y gritando a la dársena de la estación y se pierden en la noche que ahora deja ver brillantes estrellas en el firmamento.

Los ocupantes del vagón huyen de la escena, evitan el cuerpo y la sangre. El cuerpo del hombre caído sigue su viaje una estación más donde lo bajaran al andén y quedara tirado allí cubierto por diarios viejos y rodeado de policías. El tren no se atrasa, en una hora veinte, como siempre, llega a La Plata.
Ateo14 de marzo de 2012

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