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Jesse Owens

Sus compañeros de clase le apartaban de los juegos y él, para no aburrirse, se dedicaba a dar vueltas al campo de béisbol


"Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente», asegura sin embargo Jesse Owens años después."


Un Owens que, después de los juegos, tuvo además que volver a su trabajo de botones en el hotel Waldorf-Astoria, organizar espectáculos en los que corría contra caballos o lanzarse a montar una lavandería con un socio que terminó estafando para seguir sacando a su familia adelante.

Hasta que sus padres no se trasladaron a Ohio, el pequeño Jesse no había dejado de trabajar en el campo recolectando algodón.
Una vez en Ohio, Owens pudo cambiar el campo por la escuela y mejorar su alimentación, pero aún conservaba su cuerpo enclenque.
El deporte,fue una vía de escape.
Cuando su profesor de gimnasia, Charles Ripley, le vio correr, le dijo: «Dentro de unos años serás el mejor atleta del mundo». Y no se equivocó. Jesse había encontrado en el deporte una válvula de escape a su condición de negro, que tantos problemas conllevaba en Estados Unidos por aquel entonces.
Por eso, cuando llegó a Ann Arbor, aquel dolor de espalda no mermó sus ganas infinitas de competición y de olvidarse de los trabajos que tenía que realizar por aquellos años para llevar dinero a una familia pobre de 8 hermanos. Jesse Owens, el atleta negro que enfureció a Hitler

La actuación de aquel día le valió a Jesse el sobrenombre de «El antílope de ébano» y una plaza en los Juegos Olímpicos de Berlín. Hitler, que sabía que el mundo le miraba, quiso demostrar que los arios eran una raza genéticamente mejor preparada que cualquier otra. Los primeros días, el führer se mostraba exultante de felicidad ante los triunfos alemanes, que aplaudía con entusiasmo.
Pero llegó el turno de aquel atleta negro y pobre que había sorprendido a todos un años antes. Una a una mientras aumentaba el cabreo del líder nazi, Owens consiguió cuatro medallas de oro, batiendo otros cuatro récords mundiales.
El führer no aplaudía las medallas de Owens y sí las de los atletas blancos. Cuando un miembro del comité le advirtió de que sería conveniente de que aplaudiera a todos por igual o a ningún atleta, Hitler optó por no aplaudir a nadie.
Jesse Owens se convertía en el primer estadounidense en ganar cuatro medallas de oro en las mismas olimpiadas: 100 metros lisos, carrera de relevos de 4x100 metros, 200 metros lisos y salto de longitud, como reseñaba en un pequeño apéndice ABC en 1936. Un récord que no se volvió a ocurrir hasta la llegada de Carl Lewis.
Un Hitler enfurecido
El la entrega de la cuarta medalla de oro a Owens, Hitler, atónito y enfurecido, se limitó a abandonar el estadio, según cuentan, para no verse obligado a estrechar la mano del atleta negro. Owens siempre quitó hierro a esta anécdota histórica de la que dice que no se enteró.




Azuldiferente03 de agosto de 2016

1 Comentarios

  • Azuldiferente

    Es fantástico tu lenguaje, te expresas maravillosamentemente bien.

    13/08/16 11:08

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