Este verano tuve una pequeña herida en la rodilla derecha, de esas que no sabes cómo te las has hecho pero sí dónde. Y por alguna extraña razón me gustaba tenerla. Quizás porque me recordaba al momento vivido y quizás porque sabía que nunca más se repetiría ese momento único. Es extraño que me gusten estas cosas, suena raro, pero para mí hay algo bello en las marcas y cicatrices en la piel. Nos recuerdan que las experiencias que vivimos se quedan con nosotros para siempre y también nos recuerdan lo efímero que es la vida.