En el momento de besar puedo llegar a entender esa confluencia de átomos revoltosos. Se agrupan y se olvidan de la nada, se unen para inventar un nuevo momento, una libertad de cohesión. Algún día dos partículas despistadas crearon estaciones y hoy es primavera.
- ¿Conoces la textura de una sierra de Irlanda? El frío del lejano Oriente congeló tus historias de ensueño, tus versos de princesa.
En el preciso momento que decida no pensar me desplomaré junto a tus cartas vencidas. Supongo que el tiempo pudo con ellas. Aunque siguen intactas sobre el papel envejecido, su significado se marchó hace mucho al país de los espectros que cosen entre las cuerdas de sus violines.
En el instante que despertaste de mi sueño te marchaste para no volver. Y las horas se ordenaron en mi conciencia, supe que jamás regresarías. Me mezclé con los ritmos de la represión, esos que viven en los sueños de los amordazados. Quizá son canciones de cuna.
- Ya no hay conversaciones de tus charcos parisinos. ¿Tu alma sonrió a un fotógrafo junto a las pirámides de Egipto alguna vez?
Sin raíces ni ramajes. Podría saltar horas y horas sobre un charco, hasta que el charco se secase y no tuviese entonces con qué mojarme. Y me muriera de sed.
- ¿Qué me dices de La Valeta y sus férreos puentes?
Juntos nos posamos en un puente. Atemporados, salvajes estáticos, llamas congeladas.
- ¿Estás ahí?
Líneas adúlteras. Tu figura. Entramado de huellas ¿Otra vez con eso? Velos viperinos. Miel. Revuelos de plumas muertas. Cementerios olvidados. Sincronismo emocional. Volver. Y enseguida caigo al suelo.
