Algo empieza a mejorar, y la crisis transitoria celebra su partida con olvidos de lana.
Ahora la copa de whiskey estalla contra una pared de ladrillos y aquel reloj de mano parado ya dos siglos en un instante recibe cuerda. El tic tac propio de mi corazón parece empezar a transitar por el espacio de la casa. Yo con media sonrisa lo oigo desde el sillón. Es hora de levantar y descubrir cómo germina un tulipán o como resuena un grito atropellado por la ilusión.
Es el momento de recuperar el sonido de mis zapatos y descubrir que aún quedan muchos asfaltos por pisar, muchos moteles de carretera en los que soñar, muchos cigarros que apagar y muchas nanas que robar a la ebriedad. Debí dejar de rezar antes de enloquecer, pero ya es tarde. Ahora solo pueden curarme las ansias de expandirme, de expandir mis anhelos encima de su cuello.
Todo se agrieta, se envejece y se cae.
Se resquebraja.
Pero yo estoy aquí. Es más que suficiente. No necesito más. Estoy aquí, saboreando olores robados al tiempo, recuperando la tensión aventurera que me elevó a las entrañas de un nacimiento.
El blanco no cabe en mi percepción, el frescor ya no se llama menta. He abandonado el abrigo para amarrarme a mi cuerpo desnudo. Y no tiemblo. No hay frío que me haga dar un paso atrás.
