No sé qué ocurre, pero a veces tengo la manía de desear salud antes de un achís que expulse hasta el alma en todo su auge. Resulta para mí incómodo dejar de lado aquel hábito, porque después del estornudo me dedico a taparme la cara, protegiendo mis ojos con los dedos índices, medios y anulares, e introduciendo los meñiques en mi nariz. Luego de esto hago una breve reprensión, exponiendo la necesidad de apartar la cara, aunque no me hagan caso, y se me olvida pronunciar la tan anhelada pero típica palabra que, según costumbre, lleva al alma a su estado natural.
Entonces si replican mis buenos modales de chico inglés les cuento de pe a pa las pugnas semanales de mi padre: «como le vuelvas a estornudar a alguien en la cara, te coso el pañuelo del abuelo en la nariz». Horror, el pañuelo del papá de mi taita olía a Guerra Civil, y había aguantado tantos escupitajos como el jardín del parque municipal. Y cada vez que alguien pone la cara como un limoncito destripado, ensanchando su nariz y preparándose para impulsarse hacia adelante (la forma perfecta de despedir violentamente aire de los pulmones) recuerdo el olor a naftalina del escaparate de mi abuelo, donde me encerraba todos los días después de llegar de la escuela con una vela prendida a jugar con las fotografías familiares, aquella naftalina culpable de mi maldita alergia nasal.
Si esto no funciona, expongo mis sabios secretos como último recurso: uno, abra los ojos como chica que se entera que está embarazada es imposible estornudar con los ojos abiertos; dos, apriétese la nariz como le hacen las abuelas a sus nietecitos, a aquellos que recién conocen; tres, compre un pañuelo en el mercado del centro, que no superan los dos mil pesos; o sino aparte la cara, por Dios, aparte la cara y no me ceda sus bacterias.
jajajaja.
geniales los textos barandica. prometo leerte mas seguido.
ajajaja. seguire tus consejos ajajaja, soi alergica y eso de estornudar me sucede a menudos.
