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Cuento a Dos Manos (2)

Era una tarde fría de junio en las afueras de la ciudad de Barranquilla y Pablo, como de costumbre, escribía algunos versos. Se encontraba sentado en un taburete, en la choza de paja en la cual residía.
Reclinaba su silla contra la pared de barro y guadua, recordando algún fragmento de José Félix Fuenmayor: "Verdad que yo sé que con mi flacura cada día se me ha ido saliendo el esqueleto más y más para afuera". Observaba su cuerpo escuálido, y pensó que en sí mismo habría un buen cuento para escribir, pero recordó las caderas de Tomasa meneándose en el litoral al son de una cumbia y un tambor taciturno.
Tantas y tantas ideas volaban por su cabeza, como las garzas que lo hacían sobre el Mar Caribe, o tal vez lo veía como un sinnúmero de historias como granos de arena del mar que tenía que contar –una por una-: quería escribir sobre la cerveza que en ese instante bebía, u hondar en el tema de las mujeres vendedoras de cocadas con sus trajes coloridos y el vaivén de sus piernas y cinturas.
Luego miró, reclinado en su viejo sillón, aquel cielo colosal que le gritaba que tal vez no estaría tan sólo con una inmensidad que lo cobijara así cada despertar. Olvidó aquel traspiés tratando de plasmar algo en el papel amarillento que tenía en su mano y que, por tanta desesperación, ansiaba romper. La última idea disparatada que se le pasó por la cabeza fue escribir un "manual para fumar un cigarrillo confortablemente", manual que seguramente lo sacaría de aquel anonimato de horas y horas tratando de escribir algo que agradara a alguien. Posiblemente esa seria su recompensa por horas y horas, tratando de transformar y reinventar palabras
-¡Qué carajos!-, le gritó el flacucho hombre al cielo exasperante. Se había rendido, y como prueba de ello hizo trizas la hoja de papel, quebró el lápiz y se fue, directamente, al mar: ahogó sus penas en yodo, sal y agua.
Esa tarde el ocaso tal vez no salió. Agradeció a Dios de que, ni si quiera la puesta de Sol, presenciara su rendición absoluta. Frágil a la inclemencia de las palabras, escudriñaba entre los corales y los peces plateados la "chispa" que pudiese encender la leña de su imaginación.

© 2008. Derechos Reservados.
Escrito por Jenny Paola Bernal y Christian Barandica.
Barandica28 de junio de 2008

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