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Un Negocio Interrumpido

- ¿De cuánto estamos hablando, jefe?
Giacomo había intentado observar los ojos de su socio, pero éstos se refugiaban en la sombra que les propiciaba su sombrero de ala. Luciano meditó la respuesta, exhaló y se decidió a lanzarla:
- Son doscientas cajas de wkisky traídas de las Bahamas.
Tomó su mano de cartas para abanicarse y al mismo tiempo evitaba que su partido fuese visto. Aunque, a pesar de todo, pensó que era más importante sobrevivir al verano que perder una simple partida de póquer.
- Nuestros hombres irán esta noche con los camiones de carga. Espero que estén listas para ser distribuídas-. Le habló como si se tratase de un amigo de primaria.
- Pierda cuidado, Giacomo-. Una carcajada críptica acompañó la exclamación. Luciano se burlaba de la cara de retrato hablado de su cliente. Se sintió un leve crujido en el techo.
- Mauro, traiga una botella de whisky de las Bahamas-, dijo el jefe. Inmediatamente tornó su rostro hacia Giacomo, y con tentativo ademán volvió a la conversación.
- Verá usted, amigo, -tosió fuertemente y pidió disculpas-, la gran calidad de este alcohol. No se puede pedir más.
Habían transcurrido cinco minutos y cuarenta y dos segundos cuando Mauro apareció con una botella en su diestra y tres pequeños vasos en su mano izquierda.
- Aquí está el whisky, signore.
Tenía una etiqueta plateada con un nombre impreso: Rocaverde.
- ¿Y por qué traes tres copas?- Arguyó el patrón.
- ¡Una para mí!
Luciano le dió un fuerte golpe en la tapa de los sesos: Mauro ya comprendía el significado de la respuesta de su jefe. Un segundo crujido ambientó el salón.
Habían cruzado palabras amistosas durante unos treinta minutos. El tercer sonido alarmante que provenía del techo pasó por desapercibido.
Los socios se encontraban en un estado máximo de embriaguez, donde no podían medir sus actos ni discernir entre sus acciones. Así, cuando escuchaban alguna canción popular, como "Bella Ciao", no hacían nada más que seguir el compás de la música dando golpes a la mesa de tapizado verde.
Cuando acabó la canción los dos comerciantes que, por causa del trago se habían convertido en camaradas, soltaron una gran carcajada. Tan imprevista como sus risas cayó la lámpara de cristal que se encontraba justo sobre ellos. El tosco sonido del golpe de la lámpara alertó a todos los trabajadores que se encontraban fuera del recinto. A pesar de todo, la reacción de Giacomo y Luciano fue totalmente distinta.
- ¡Sabía que tenía que reparar el techo!
Barandica23 de junio de 2008

1 Comentarios

  • Mejorana

    Tengo que leerte m?s a fondo.
    Despu?s te comentar?.
    Un beso.

    23/06/08 10:06

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