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Cartas de Amor En la Distancia 10

Él no le contestó, se limitó a encogerse de hombros, como dándose por vencido y salió de la habitación despacio, con la manera de caminar de un hombre derrotado. Ella se quedó mirándole y siguió manteniendo los brazos cruzados delante del pecho, para protegerse pero también para que las manos dejasen de temblarle. Sentía frío, a pesar de que la calefacción estaba puesta al máximo, y el corazón le pesaba como si de repente hubiese doblado su tamaño y su cuerpo no pudiese ya albergarlo. A pesar de que deseaba ir tras él, abrazarle, se obligó a permanecer allí de pie, en medio de la habitación, quieta como una estatua. Sólo al oír cómo se cerraba la puerta y el ruido del ascensor al detenerse en el rellano, se dio cuenta de que a pesar de todo, le era imposible seguir adelante sin él. Sin pararse a pensarlo salió a la escalera, pero el ascensor ya estaba empezando a bajar; así que no le quedó otro remedio que salvar los tres pisos galopando como un potro salvaje, aún a riesgo de caerse y partirse la cabeza. Llegó sin resuello justo cuando Gabriel abría la puerta de la calle. Ninguno de los dos dijo nada; era innecesario. Se abrazaron en silencio y subieron, esta vez los dos en el ascensor.
Desde entonces las cosas habían mejorado, aunque Isabel nunca estaba del todo tranquila y Ana seguía siendo para ella una especie de fantasma siniestro y amenazante que la hacían dudar de que alguna vez se curase de esa especie de “síndrome de Rebeca” que sufren muchas de las segundas mujeres en la vida del hombre que aman, siempre temiendo la comparación, los años que ambos pasaron juntos, la antigua complicidad…Con un enérgico movimiento de hombros se obligó a volver al presente y siguió revisando cajones y armarios en el cuarto de su madre. En una carpeta guardó los documentos importantes que siempre habían estado en el primer cajón de la cómoda. Pensó que ella se encargaría de llevárselos; ningunos de sus hermanos lo haría. Y ella no podía consentir que la vida de su madre, cuanto había sido, acabase en el cubo de la basura. Cuando pensaba que ya había terminado, de repente, al tocar uno de los cajones, se abrió una especie de doble fondo y ella introdujo su menuda mano, rebuscando. Lo que encontró la llenó de sorpresa y de zozobra a la vez. Miró con asombro un fajo bastante abultado de cartas unido con un lazo de raso de color violeta, y que desprendía un ligero aroma a espliego. Los sobres llevaban el nombre y la dirección de su madre, y estaban escritos con una letra pequeña y algo picuda, de trazo enérgico. Miró el nombre del remitente, que no le sonaba de nada: Víctor Medina. ¿Quién podía ser este hombre que había escrito a su madre tantas cartas y que ella se había molestado en esconder tanto? Pensó en un antiguo amor de juventud, antes de casarse, pero ¿tenía sentido que las guardase de esa manera? Más bien tenía todos los visos de ser un amor tardío, maduro e ilícito. Pero…no, Mamá sería incapaz de mantener una doble vida; ella se habría dado cuenta. Y desde que podía recordar su madre siempre había vivido dedicada a sus hijos y su trabajo como maestra en la pequeña escuela del pueblo. Además, Mamá era la persona que menos encajaba en el perfil de adúltera devoradora de hombres. Si se ponía colorada cuando alguien contaba un chiste verde…

Escondió precipitadamente el fajo de cartas en el bolsillo de su chaqueta cuando oyó que su hermana llegaba, hablando con alguien. Era Blanca, su cuñada, que la saludó con un beso. Siempre se habían llevado bien, mejor que con Eulalia. Blanca era franca, de mirada limpia, siempre con la sonrisa en los labios pero también la palabra justa para poner a cada uno en su sitio si era necesario. Mamá la quería mucho, se habían llevado bien desde el primer momento, desafiando esa ley no escrita que dice que las suegras y las nueras deben estar a la gresca todo el día.
-Veo que ya has empezado-le dijo, dejando el bolso encima de la cama. Mejor, tenemos poco tiempo y los de la inmobiliaria están cada vez más impacientes para que se vacíe la casa.
-Bueno, no es que haya hecho gran cosa. En cuanto a los muebles, sería el momento de pensar qué es lo que cada uno queremos llevarnos. Lo demás, no sé qué podemos hacer.
Eulalia se encogió de hombros con displicencia. Opinaba que todo lo que su madre tenía eran meras antiguallas que por nada pondría en su casa. Y así se lo manifestó a su hermana.
-¿Tú quieres llevarte algo, Blanca?
-Prefiero que escojáis vosotras, o tú Isabel, si Eulalia no quiere nada.
-Pero algo habrá que te guste especialmente.
Ella se entretuvo en doblar chaquetas y faldas y ponerlas luego en la caja destinada al rastrillo de la iglesia, mientras dudaba si hablar. Isabel la animó con la mirada.
-Hay un juego de café, el que vuestra madre guardaba siempre en el aparador del comedor, aquel de florecitas pequeñas y con el filo dorado ¿Sabéis cual os digo?
-Sí, ese horrible del año de la polka-resumió Eulalia, torciendo el gesto.
-Puede que no te guste pero tiene mucho valor, y más de doscientos años-le rebatió Blanca. Natalia me contó su historia una tarde, creo que la última que pasé con ella antes de que entrase en coma.
Isabel la animó a que lo contase, aunque en su fuero interno se sintió dolida al saber que su madre le había contado una historia familiar a su nuera antes que a ella, que era su hija. Aunque, si quería ser honesta consigo mismo, Blanca era una hija más para Mamá, y en su enfermedad cuidó de ella con abnegación, como si fuese de su sangre.
-Parece ser-empezó a contar sin dejar de separar ropa y guardarla en cajas-que el juego de café fue un regalo de bodas de su bisabuela.
-¿Y quién se lo regaló?
-Pues eso es lo curioso; un antiguo amor.
-¿Cómo?
-Natalia me contó que Palmira, ese era el nombre de la bisabuela, estaba destinada desde pequeña, casi desde que nació, a casarse con el hijo de unos vecinos, unos dos años mayor que ella, por tema de unir tierras y esas cosas. Pero cuando tenía dieciséis años se enamoró del hijo del médico del pueblo e incluso intentaron fugarse juntos, aunque las familias se dieron cuenta a tiempo y frustraron el intento.
-¿Y él le regaló el juego de café?
-Sí, su familia estaba invitada a la boda, y él se presentó con ese regalo. Pero lo curioso del caso es que ese chico, que se hizo médico como su padre, la atendió en su primer parto, cuando dio a luz al abuelo de Natalia, y no pudo salvarla.
-No sabía que la tatarabuela se había muerto de parto-dijo Eulalia, como al descuido.
-Era de lo más normal en aquellas épocas-atajó Isabel para impedir que su hermana siguiese perorando. Le interesaba la historia. Y entonces, ¿Dices que no pudo hacer nada?
-Nada en absoluto. Y a los dos días apareció ahogado en el río. No se sabe si se suicidó o fue una casualidad que se cayese del caballo en una noche de tormenta cuando volvía de atender otro parto. De todos modos, el juego de café era muy importante para Natalia y me gustaría tenerlo.
-Por mí no hay problema. Me parece horrible-contestó Eulalia con desprecio.
-Quédatelo, a Mamá le gustaría que lo tuvieses tú. Luego seguiremos hablando de los muebles, ahora creo que deberíamos empezar tú y yo, Blanca, a revisar los demás cuartos mientras Eulalia termina de empaquetar toda esta ropa. Luego iré yo a dejarla a la parroquia.
Cuando las dos cuñadas salían hacia el cuarto de al lado, el que había sido de Carlos, a Isabel se le ocurrió que Blanca podría saber algo de esas cartas misteriosas. Pero por precaución decidió no mencionarlas directamente.
-Oye, Blanca, tú fuiste una de las personas que estuvo más tiempo con Mamá en su enfermedad. ¿Te suena para algo el nombre de Víctor Medina?
-No-contestó ella sin dudar un momento. ¿Debería sonarme? ¿Es algún pariente o amigo de la familia?
-Lo he visto en una de las agendas de Mamá, y pensé que igual te habría hablado de él.
-No, nunca lo mencionó. Quizá fuese un antiguo alumno, ¿no?
-Sí, puede que si-se apresuró a contestar Isabel. Pero sabía que no. No se esconden las cartas de un antiguo alumno.

Beth08 de octubre de 2011

12 Comentarios

  • Endlesslove

    amor tardío, maduro e ilícito... bueno ya veremos, tenemos las cartas.
    Seguimos
    Un beso Mábel

    08/10/11 10:10

  • Beth

    A la gente que está sola cualquier tipo de amor le suele dar la vida, aunque los demás no lo entiendan. Otro enorme beso para ti, querida Susana y gracias por tu lectura

    08/10/11 11:10

  • Vocesdelibertad

    Será interesante ir desdoblando cada carta!!! quedé un poco desconcertada por la decisión de Isabel al inicio, sin embargo en cosas del amor nadie sabe.
    Interesante!!

    10/10/11 08:10

  • Beth

    Isabel es una persona indecisa e insegura precisamente en las cosas del amor

    10/10/11 09:10

  • Laredacción

    A mí también me defraudó Isabel. En fin, seguimos leyendo...

    10/10/11 09:10

  • Beth

    ¿Por qué os ha defraudado? ¿Por qué no ha sido capaz de dejar a Gabriel? A veces quien ama mucho soporta lo que a los demás nos parece insoportable, y resulta difícil de entender

    10/10/11 09:10

  • Laredacción

    No, si más que el hecho de perdonarle es la forma; tan firme como estaba...Pero sí, el amor todo lo puede.

    11/10/11 09:10

  • Beth

    Igual no estaba tan firme como parecía. Y solo cuando él se marchó se dio cuenta de que no podía perderle. Lo cierto es que yo he conocido a muchas personas totalmente válidas y muy valientes en todos los aspectos de su vida, y en lo tocante al amor, llenas de miedos y contradicciones, y de cobardía, ¿por qué no decirlo?

    11/10/11 11:10

  • Serge

    Beth:
    Ay amita, luego que Isabel no se este quejando de su desdicha, ya me empezo a caer mal ese Gabriel...
    Me encanta Blanca, su forma de ser y su transparencia.

    Amita, es ninguno no ningunos.

    Un abrazo.

    Sergei.

    11/10/11 09:10

  • Beth

    Ains, el escribir rápido. Lo siento. Isabel, pobrecita, siempre arrastrando sus miedos

    11/10/11 09:10

  • Danae

    El misterio sobre Victor Medina va in crescendo. Muy bien desarrollada la narración, sin lugar para el aburrimiento. Sigo leyendo.

    25/10/11 05:10

  • Beth

    Me alegro de que te guste, un honor para mi que me leas

    25/10/11 07:10

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