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Cartas de Amor En la Distancia 23

Isabel cerró los ojos después de terminar la lectura. Era difícil para ella entender lo que estaba leyendo. Su parte racional reconocía que su madre era una mujer y como tal tenía que comportarse y buscar su felicidad; pero su parte sentimental hacía que padeciese al pensar que la mujer que le había dado la vida se estaba comportando de esa manera con alguien que además, le estaba prohibido.
-Estoy descubriendo una nueva Natalia-le dijo Gabriel, mirándola fijamente. Deberías estar orgullosa de tu madre.
-¿Orgullosa? No me hagas reír, hazme el favor.
Gabriel se levantó y fue hasta la ventana. Se puso a mirar al jardín y recordó a Natalia encorvada limpiando las plantas o bien cortando flores con las que adornar la casa. Era una mujer especial, pequeñita, diminuta casi, pero que sabía imprimir dignidad a cada uno de sus movimientos. Siempre le había hecho sentir en su casa y nunca le agobió con preguntas ni le apremió, como hubiesen hecho la mayoría de las suegras en potencia, para que regularizase la situación con su hija. Recordaba perfectamente una conversación que habían mantenido poco tiempo antes de la muerte de Natalia. Ya se encontraba mal y apenas podía levantarse de la mecedora o del sofá sin ayuda. El corazón, ese corazón tan grande en el que todos tenían cabida, la estaba matando. Se había cansado de vivir.
-Gabriel-le llamó una tarde en la que hacía tan buen tiempo que él la había ayudado a que saliese, apoyada en su brazo, al jardín, y la había sentado en una tumbona.
-Dime, Natalia.
-Te confío a mi hija-le interrumpió con un gesto al ver que él intentaba replicar. No, por favor, déjame que continúe. A mí me queda poco tiempo, y no me digas esas frases hechas propias de médicos misericordiosos, porque eres periodista. Sé que me queda poco y casi te diría que me alegro, ya no tengo ganas de vivir. Pero me preocupa mi Sabela, mi niña. Los mayores están colocados, que dirían las abuelas de antaño. Pero mi pobre pequeñita, mi preferida si quieres que te diga la verdad, me preocupa mucho más. Y por eso te ruego que la cuides, y que no la hagas sufrir.
-Yo quiero a tu hija, Natalia-la tranquilizó.
-Ya lo sé y nunca lo he dudado. Pero te ruego que la cuides mucho. Ella es una niña que se parece mucho a mí, pero solo en el exterior. Puede parecer que es fuerte, que es hasta un poco irreverente y atrevida, pero en el fondo es como su padre.
Se detuvo la anciana, levantando los ojos como si quisiera ver más lejos. Tragó saliva, y después de unos minutos en los que Gabriel juraría que luchó para no llorar, continuó hablando.
-Sí, es como su padre. Es demasiado sensible, adora a los animales, sobre todo los abandonados, y no puede oír una pena de un semejante sin sentir que es su deber hacer algo. Mi hija es solo alma, como su padre, y por eso te pido que veles por ella cuando yo falte.
Gabriel se lo prometió, pero en su fuero interno se quedó asombrado. El desde luego no veía en Leandro ninguna de las cualidades que Natalia había mencionado. Pero sería que a él el padre de Isabel nunca le había gustado, a pesar de sus esfuerzos.
De todos modos, Isabel era físicamente muy parecida a su madre, aunque la boca era distinta de la de Natalia, y también las manos y la forma de la cara. Eran parecidas, pero distintas. La miró de reojo mientras retiraba los platos de la mesa. Ambas tenían la misma manera suave y delicada en sus gestos y posturas. Cada vez que veía a Natalia se imaginaba como sería su Isabel al envejecer. Le producía mucha ternura imaginarla viejecita a su lado.
-¿Y a ti que te pasa? –le interrogó ella mientras seguía retirando platos de la mesa. Parece que te hayas quedado alelado.
-Estaba recordando a tu madre y pensando que os parecéis mucho.
Isabel se encogió de hombros, pero reconoció que era verdad, su madre y ella eran iguales en lo esencial, hasta en los gustos en la manera de vestirse, salvando las distancias generacionales.
-Sin embargo yo estoy descubriendo una persona distinta, aunque hace tiempo que sospechaba que ella y mi padre nunca fueron realmente felices. Desde muy pequeña recuerdo que no compartían cama, y a mi entonces me parecía normal, hasta que empecé a quedarme a dormir en casa de algunas amigas y comprobé que no, que no era habitual en las parejas bien avenidas.
-No te preocupes demasiado por eso, querida. Era la vida de tu madre y tienes que entender que la vivió como quiso o en todo caso como pudo.
Isabel asintió y le pidió que continuase leyendo. Sentía la necesidad de saber más, algo en lo más interno de su ser le estaba diciendo que todavía quedaban muchas sorpresas.

"Cuando conseguí separarme de él, tuve la suficiente fuerza como para mirarle a los ojos, y en los suyos vi deseo; eso no podía escondérmelo. Sería sacerdote y se debería a su Dios, pero era indudable que me deseaba. Sin embargo, aunque daría la mitad de su vida porque me hiciese suya, fui capaz de apartarme de sus brazos. No quería hacer así las cosas, sería él quien me suplicase, de eso estaba segura.
-Lo siento mucho-se disculpó, bajando la vista como un niño cogido en falta.
-¿Por qué te disculpas? ¿Tanto te ha disgustado?
Confieso que disfrutaba mucho provocándole, sabiendo lo mal que lo pasaba; él siempre tan educado, tan comedido y tan responsable en todo lo que hacía. Verle perder el control y saber que yo era la responsable me producía un ligero cosquilleo en la boca de estómago que me llevaba a pensar que debía de ser muy mala persona.
-Es del todo inapropiado esto que estamos haciendo, es decir, lo que he hecho yo; tú no has tenido la culpa. Sólo yo debo acusarme de debilidad, pero te prometo que no volverá a suceder.
Disimulé tras un supuesto ataque de tos la risa que pugnaba por salir de mi garganta. Y este pobrecillo inocente se acusaba, cuando yo estaba del todo segura que la culpa era mía, que le había llevado al punto de dejar la sotana y colocarse los pantalones. Pero eso nunca debía saberlo. Muchas veces lo había hablado con Esther, la única persona de mundo ante la que me mostraba como era; y las dos estábamos de acuerdo en que a los hombres no se les podía enseñar nunca las armas femeninas. Ese era nuestro poder, el único que teníamos en un universo masculino; y yo me propuse hacer uso de él. Y que el Padre Víctor le pidiese ayuda a su Dios para que le protegiese de una mujer decidida a llevarse lo que consideraba suyo."
Beth30 de octubre de 2011

8 Comentarios

  • Laredacción

    Buen capítulo, y...¡Bienvenidas las comillas!, a falta de cursivas...

    30/10/11 11:10

  • Beth

    A falta de pan, ya sabes...

    31/10/11 12:10

  • Endlesslove

    waoo sí que tendría que recurrir a su Dios si Natalia estaba dispuesta a conquistarlo. que peligro jejej
    Seguimos ...

    31/10/11 03:10

  • Beth

    Ella sabrá en que berenjenales se mete. Yo me largaba por si acaso

    31/10/11 10:10

  • Serge

    Beth
    Ay amita, al final pensé que diría que Dios lo protegiese de una mujer decidida a llevarselo a la cama jejejejeje...
    Gabriel tiene buena memoria y retuvo los detalles de la conversación que tuvo con Natalia.

    Un gusto leerte.

    Sergei.

    08/11/11 12:11

  • Beth

    Bueno, de momento no sabemos a donde querrá ir a parar esta señora, ya iremos viendo. Gracias por leerme, mi Sergei

    08/11/11 10:11

  • Vocesdelibertad

    En ocasiones pensamos en las abuelitas como si hubiesen tenido esa edad siempre, también fueron jóvenes con todo lo que eso implica, produce un choque, comprendo a Isabel... sin embargo empiezo a sentir que fue bueno involucrar a Gabriel.

    A paso de hormiga sigo contigo

    15/11/11 03:11

  • Beth

    A paso de hormiga o al que tú quieras, querida Voces, para mi es siempre un placer verte por aquí

    15/11/11 03:11

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